Que cumpla
Cada vez que nos queremos decepcionar ahora sí del todo de Pedro Castillo y tirar la toalla con este gobierno salen a la calle unos limeñísimos –que en su vida han tenido hambre, a golpear una cacerola vacía, a llamarlo burro, serrano y a decirle que se vuelva a su chacra– y se nos pasa. Son personas que nunca han salido a la calle para reclamar, por ejemplo, por la imposición inconsulta de una mina contaminante, más bien son los que han criminalizado a las comunidades andinas que sí salían. Tampoco se les vio marchar a cacerolazos por los abusos de las clínicas y farmacéuticas en plena pandemia.
La manifestación de este martes en Lima contra la injustificable decisión del presidente de ordenar la inamovilidad en la ciudad y estado de emergencia (¡¡Un 5 de abril!!, cuando se cumplen 30 años del autogolpe de Fujimori. ¡Qué falta de visión!) como respuesta a la ola de protestas populares por el alza de precios no solo ha sido legítima sino también amplia. Se lo merecía Castillo: En lugar de buscar salidas dialogadas a la crisis, el Gobierno desconoció las protestas al más puro estilo de la derecha. Más tarde mandó a las fuerzas del orden a reprimirlas (con muertos y todo) y finalmente, por miedo, firmó ese decretazo de medianoche que afecta directamente a la clase trabajadora que decía defender. Hace unas horas rectificó (algo que suele hacer y que no haría un dictador) y dejó la medida sin efecto.
Lástima que la decepción y el enfado por la deriva del Ejecutivo salieran codo a codo con el racismo y el golpismo. Quienes lideraron la manifestación de ayer por las calles de Lima son, lamentablemente, los mismos que llevan nueves meses (los que lleva Castillo en la presidencia) sin aceptar que Keiko Fujimori fue derrotada y que los gobierna un cholo. Son quienes se afanan desde entonces en desestabilizar al país para cumplir la agenda de la vacancia y el terruqueo, hablando de democracia para hacer todo lo contrario. A la marcha llevaron sus mercenarios y en Twitter esparcieron fake news. Y claro, no se les recuerda protestando cuando en el Corredor minero del sur, en años anteriores, se decretaba orden de inamovilidad para reprimir reclamos. Ahí sí no les parecía una medida inconstitucional ni dictatorial.
Nadie podría creer que la manifestación de ayer, que tuvo varios incidentes violentos y vandálicos, responda a un movimiento unitario de descontento ante un gobierno incapaz que va dando tumbos. No estamos ahí, me temo. Tampoco todos los manifestantes son mercenarios. Es un hecho que Castillo está debilitado, que se muestra sin rumbo, toma malas decisiones y que se ha desviado del proyecto por el que fue elegido. Pero también es cierto que la oposición a la traición de Castillo merece canalizarse lejos de los oportunistas. Coincido en ese sentido con la clarificadora lectura de la analista política Laura Arroyo: actualmente hay dos agendas opuestas en el Perú, con su respectiva expresión en las calles. Una es la del continuismo (del modelo social y económico), de las élites económicas y políticas aliadas (conscientes o no) del golpismo y a las que Castillo ha cedido en las últimas semanas para aferrarse al poder. La otra es la de la gente que le votó y que exige que el presidente, hoy aislado y mal aconsejado, vuelva a la senda transformadora ofrecida en campaña y cumpla con lo prometido.
La primera es, claro, la agenda que va a la cabeza, la de los que solo claman “que se vaya Castillo” y parodian a quienes insisten en la necesidad de un cambio de constitución. Además, la crisis política sistémica en el Perú y su cadena interminable de presidentes depuestos, ocurre en un contexto socialmente irrespirable, de polarización y profusión de discursos racistas y clasistas. Cómo saldrá Castillo de la encrucijada que le plantean los reclamos populares justos por un lado y la presión golpista por otro, es una de las grandes interrogantes del momento. La otra duda es si, de seguir Castillo haciendo caso a los segundos en lugar de a los primeros, se podrá construir a partir de esas demandas una oposición digna que no baile al ritmo de los antidemócratas y que sea la memoria de la necesidad de un cambio con Castillo o sin él.
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