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Davos, termómetro de la evolución del capitalismo

Opi Andrés Ortega 20012023

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En el Foro Económico Mundial (WEF) en Davos se reflejan algunos cambios, pero menos que las buenas intenciones que se anuncian.  Se daba por muerta o muy disminuida la globalización. Más bien, está transformándose. También el capitalismo, con la intervención del dinero público, obligado por la “policrisis”, la palabra de moda, que ha puesto en boga el historiador Adam Tooze para señalar la concurrencia de diversas crisis que interactúan entre sí haciendo que el resultado general sea peor que la suma de las partes. Davos intenta ser un oráculo. No suele conseguirlo. 

Hay que entender qué es esta reunión de varios millares de CEOs, expertos del mundo entero y políticos en el pueblo alpino suizo donde se cuidó de tuberculosos la esposa de Thomas Mann y que inspiró La Montaña Mágica al novelista. Aunque el WEF es una organización sin ánimo de lucro, es en sí un negocio de 390 millones de dólares anuales, a lo que hay que sumar el negocio de la familia del fundador, Klaus Schwab, próximo a cumplir 85 años, y tras 52 al frente de este evento único, que empezó con muy poco y que ahora atrae esta exquisita concurrencia (con un think tank, un centro de investigación, que produce interesantes estudios). Schwab sigue siendo el que dirige el cotarro, aunque, en cada ocasión, se especula con su sucesión. Participar cuesta 28.000 dólares por individuo suelto, mientras que las empresas, que pueden enviar a varios representantes, varían en sus contribuciones, aunque pueden llegar a pagar 600.000 dólares anuales (lo habitual son unos 100.000). Los periodistas y los media fellows solo se tienen que pagar el hotel y los almuerzos (muchos de debates). El negocio paralelo cubre las reservas de hoteles y otros aspectos 

El Foro no es un marco de decisión, sino una plataforma de expresión (de políticos, de CEOs y de expertos) pública y privada y de contactos. Porque en unos pocos días, los CEOs que participan se ponen al día de los últimos debates con grandes expertos -en tecnología o en esa geopolítica que tenían abandonada y que ha regresado con fuerza-, escuchan a políticos de altura, y, sobre todo, establecen contactos entre ellos y con los numerosos responsables gubernamentales que asisten. En tres días, por ejemplo, un CEO de una empresa occidental puede hacer más contactos con ministros africanos que viajando por la zona durante un mes. Es bueno que los presidentes del Gobierno español den a conocer sus puntos de vista, en público y en privado, a este tipo de audiencia.

Dicho esto, Davos no es un oráculo, se suele equivocar, pero sí es un termómetro. Este año preocupa especialmente que una parte importante del mundo entre en recesión o en crecimiento bajo, aunque se abren nuevas perspectivas con China, menos presente este año, aunque el viceprimer ministro, influyente en la política económica, sí lanzó un mensaje de apertura económica y de defensa de la iniciativa privada.

En medio ambiente y energía, hay en Davos un cambio de tendencia desde hace tiempo, y más con la guerra de Ucrania y las sanciones occidentales contra Rusia (aunque a corto haya aumentado el consumo de carbón). Hay negocio y moralidad ahí. La defensa de las renovables está en boca de todos, para empezar del secretario general de la ONU, presente en Davos, Antonio Guterres. Ahora bien, en los participantes hay cierta hipocresía. Según un informe encargado por Greenpeace, en la anterior edición del WEF llegaron a Davos 1040 jets privados que generaron emisiones equivalentes a 350.000 automóviles haciendo 750 kilómetros diarios durante una semana. Esperaremos a los datos de este año, con un principio de enero caluroso.

El coste de la vida llega en primer lugar en el análisis del WEF de los riesgos mundiales en los próximos dos años, mientras que el fracaso de la acción climática domina la próxima década. Muchos discursos se refieren al creciente aumento de la desigualdad social. No es nuevo. En el Foro las buenas palabras a este respecto llevan planteándose desde hace años.

El WEF ve el fin de una era económica. Del cambio en el capitalismo, se lleva hablando años en Davos, sobre todo de separarse del capitalismo financiero, de dejar de obsesionarse con la maximización no tanto de los beneficios sino de las acciones de las empresas en provecho de los inversores y de los gestores de esta, para defender más el interés, no de los accionistas (shareholders), sino de todos los concernidos (los stakeholders), los empleados, los clientes, los ciudadanos, un tema que Schwab viene impulsando desde hace tiempo, sin demasiado éxito. 

La globalización más que frenarse, se está transformando. Más allá de intentar acortar las cadenas de suministros, un informe sobre flujos globales de la consultora McKinsey señala que está ahora impulsada por los intangibles, los servicios y el talento, la educación. Estos, se dice, han recogido el testigo del comercio de mercancías, cuyo crecimiento como porcentaje de la economía mundial se estabilizó en torno a 2008 tras 30 años de rápida expansión.

Sobre todo, se está produciendo el regreso de lo público, de las ayudas e inversiones públicas. EE UU con sus ayudas al desarrollo de las energías renovables y otros fines con su Ley de Reducción de la Inflación (IRA), un plan de 430.000 millones de dólares en subvenciones marca el paso. La UE con diversas ayudas, incluso con la idea de un Fondo de Soberanía Europea que ha vuelto a plantear en Davos la presidenta de la Comisión Europea, Ursula van der Leyen, intenta reaccionar para no quedarse atrás. Estos y otros factores indican una progresión del neoliberalismo al “paradigma productivista”, como lo llama el economista Dani Rodrik. Un regreso de la política industrial tan denostada (no en Alemania ni en Francia) hace años. Pero esto ya estaba en marcha antes de este Davos y seguirá después. 

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