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Nunca tan pocos debieron tanto a tantos

Sede del Banco de España en Madrid.

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La banca española, con los directivos mejor pagados de Europa, cerró el año 2022 con unas ganancias récord de más de 20.000 millones y un crecimiento medio de sus beneficios por encima del 25%. El año 2023 va aún mejor. El BBVA declara haber ganado en el primer trimestre 1846 millones, con una mejora en sus beneficios por encima del 40%, que habría podido superar —lamenta— si no fuera por el impuesto extraordinario a la banca —225 millones de euros—. El Banco de Santander se anota un beneficio de 2.571 millones que —lamenta también— habría sido mayor si no tuviera que pagar 224 millones —menos del 10%— por el impuesto extraordinario a la banca.

Las empresas del sector energético cerraron el 2022 con beneficios históricos por encima de los 12.000 millones de euros. En lo que llevamos de 2023, sus beneficios se estimaba que superarían los 3.500 millones de euros. Sólo Iberdola ha aumentado sus beneficios en un 40% —1.485 millones de euros— durante el primer trimestre del 2023 que, —lamentan igualmente— aún serían mayores si no fuera por el nuevo impuesto energético. En el campo de la distribución y la alimentación, a pesar de la opacidad de las cifras del sector, se estima que el beneficio medio ha crecido por encima del 10%. Las grandes constructoras vuelven a la senda de los beneficios; sólo ACS ha ganado en el 2022 un 66% más que en 2021. En el año 2022, las grandes telecos volvieron a cifras de negocio prepandemia y, para celebrarlo, empezaron el año 2023 con fuertes subidas en sus servicios para mejorar sus beneficios.

Para ser un país donde la “inseguridad jurídica” que provoca el gobierno rojosatánico vuelve muy difícil la gestión empresarial, la fiscalidad crea un “infierno fiscal” insoportable para las empresas y a los empresarios poco menos que se les reduce a la condición de parias sociales, sobre quienes cae el desprecio y el oprobio de gobernantes y población mayoritariamente subsidiada a base de paguitas, los negocios parece que no van mal del todo; casi parece que van mejor.

El poco sospechoso Banco de España acaba de constatar que los beneficios empresariales han crecido en el último año 2022 por encima del 90%, aunque hay diferencias entre las medianas empresas —26,8%— y las grandes empresas —92,2%—, creciendo la rentabilidad en un punto y medio (5,5%) con respecto al año anterior (4%). Mientras, la aún menos sospechosa OCDE, nos informaba que nuestros salarios reales han caído más de cinco puntos en ese mismo año, doblemente castigados por la inflación y el incremento de la fiscalidad provocado por las subidas nominales de nuestras pagas; lo que nos sitúa en el pelotón de cabeza —octavos— entre los países donde más retrocede el valor real de los sueldos.

No reclamen más un pacto de rentas; por pura vergüenza, cállense. El pacto de rentas en España ya existe y funciona a la perfección. Lo han hecho y asumido los trabajadores con la prudencia en sus reclamaciones salariales y su esfuerzo en la optimización de sus rentas y de sus gastos; sin sacar tanto pecho, ni dar tantas lecciones como los grandes empresarios, que sólo se saben la teoría del esfuerzo y el patriotismo.

En los años 90, la fiebre del oro de la especulación financiera se salvó con un ajuste nacional masivo que detuvo en seco la expansión de nuestro aún adolescente Estado del bienestar. En la primera década del siglo la burbuja inmobiliaria tuvo que ser absorbida a base de deuda pública, recortes masivos y una devaluación brutal de facto. Los devastadores efectos económicos de la pandemia han sido sufragados a escote con una expansión enorme de la deuda pública para absorber las perdidas transferidas desde el sector privado a base de regulaciones de empleo y créditos fiscales.

Hoy, como durante aquellos noventa o como tras la Gran Recesión, cuando llega la hora de devolver una parte de toda la ayuda recibida, la respuesta vuelve a ser que los beneficios son privados y son suyos y la deuda pública es cosa nuestra y nuestro problema. 

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