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Entre el dedo y la luna

Pedro Sánchez y Gabriel Rufián durante una sesión de control en el Congreso

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Se puede ser español, muy español –que diría Rajoy– y estar a favor de la distensión con el independentismo catalán. No se es menos español por querer salir de un bucle que dura ya demasiados años, ni por sentarse en una mesa de diálogo con la Generalitat, ni por hablar con ERC, ni por tramitar los indultos que llegan a la mesa del Consejo de Ministros.

Por indultar en este país se ha indultado a terroristas, a banqueros, a jueces, a exministros.... Franco lo hizo con Jesús Gil, que obtuvo un segundo indulto del Gobierno de Felipe González, que también concedió la medida de gracia a Alfonso Armada, tras el golpe militar del 23-F. Aznar lo hizo con Barrionuevo y Vera, condenados por el secuestro de Segundo Marey, y con el ex magistrado Javier Gómez de Liaño; y Zapatero con varios terroristas y el ex consejero delegado del Banco Santander Alfredo Sáenz.

Pero la trompetería de la calle Génova ha salido ahora a anunciar el Apocalipsis, el final de la democracia y la ruptura otra vez de España. Si se hubiera roto tantas veces como han dicho, no quedaría un pedazo en el mapa. Pero ahí sigue, intacta y víctima de una política espectáculo que ha encontrado en Vox pero también en Casado y en Ayuso a sus nuevos símbolos.

Es evidente que ante la inminente presentación de los Presupuestos, el Gobierno ha decidido jugar en varias pistas –como todos los que le precedieron, por cierto– y que, si antes del verano la opción Ciudadanos era la más factible para sacar adelante las cuentas públicas, en las últimas semanas hemos asistido a un nuevo giro de guion con el que ni siquiera el independentismo contaba. No había más que ver la cara de Laura Borràs y escuchar las palabras con las que recogió el anuncio del titular de Justicia en el Congreso sobre la medida de gracia para los condenados por el Supremo. “Bomba sorpresa”, dijo. En efecto.

¿Un guiño? Seguro. También lo es la reforma del Código Penal para revisar los delitos de rebelión y sedición. Al fin y a la postre así lo indicaba la sentencia del Supremo y esta opción, además de suponer una amnistía de facto ya que obligará a la Sala Segunda a revisar las sentencias con retroactividad y benevolencia, siempre tendrá menos coste para el Gobierno que los indultos, que en última instancia concede el Rey, a propuesta del ministro de Justicia y previa deliberación del Consejo de Ministros.

Sea cual sea la fórmula, hablar, pactar, ceder, reformar el Código Penal e incluso indultar es lo que se hace en democracia cuando se quieren buscar salidas a un problema de envergadura que en este caso amenaza además la integridad del Estado. No hay que ser independentista para defender que las penas impuestas fueron excesivas, que es oportuno redefinir penalmente dos delitos que no tienen igual en Europa y fueron concebidos hace dos siglos y que no habrá solución posible al conflicto catalán con sus líderes en prisión.

Sucumbir a los aspavientos de la derecha no lleva a nada más que a cronificar el problema y alimentar el victimismo de una parte del independentismo que, con la inminente inhabilitación de Torra, prepara un nuevo capítulo de inflamación. 

Sí, Sánchez ha movido ficha pero no solo para contar con los votos de ERC para los Presupuestos. La jugada busca sobre todo desactivar la respuesta del soberanismo a la salida, por decisión judicial, del actual “molt honorable” de la Generalitat y combatir de paso el discurso de la “represión” del Estado contra Catalunya y que, ironías de la política, es el mismo que usa Ayuso en estos momentos para quejarse del maltrato del Gobierno de España con Madrid. Esto además de tratar de encauzar un asunto que el anterior Gobierno de Mariano Rajoy no afrontó porque le daba votos en el resto de España, como hoy se los da a Vox.

La derecha de Casado tiene dos opciones: o seguir dando la espalda a fórmulas que enderecen la maltrecha relación con Catalunya y los dos millones de catalanes que, independentistas o no, se desconectaron emocionalmente de España antes de la fallida DUI o contribuir a solucionar un conflicto que no solo atañe ya a los independentistas, sino a un proyecto común de convivencia para las próximas décadas. Y lo mismo Ciudadanos que, de momento, se ha mantenido prudente ante la tramitación –que no la concesión– de los indultos. Lo dicho: esto no va de presupuestos, sino de convivencia. Que cada cual se retrate y elija si seguir mirando el dedo o la luna. O lo que es lo mismo, si sigue con el raca-raca del chantaje, la rendición y los presupuestos por presos o de una decisión de alcance para garantizar a la postre la permanencia de Catalunya en España.

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