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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Déjales, Mariano

Antón Losada

El 24M pintaba mal para Rajoy. El abrumador oligopolio del poder territorial alcanzado en 2011 por unos populares que comparecían como Gobierno en la gran mayoría de ayuntamientos y autonomías le convertía en el gran adversario a batir. Se intuía una campaña al estilo Moby Dick: todos a la caza de la gran ballena blanca popular.

La estrategia tampoco parecía estar logrando mejorar esas tristes expectativas. Según las encuestas, el hipervitaminado mensaje de la recuperación económica no cala entre una población desnutrida por la precariedad, los recortes y la desigualdad rampante. Puede que el FMI, la UE y la OCDE palpen la recuperación, pero resulta claro que el votante medio ni la ve ni la espera.

Tampoco parecía que la mayoría comprase esa película de terror donde todo es paz y estabilidad en los Ejecutivos del PP, mientras que los Gobiernos de coalición supondrían una mezcla entre Pesadilla en Elm Street y Viernes 13. Más bien al contrario, los datos indican que, a día de hoy, la mayoría muestra incluso mayor aversión a las mayorías que a las coaliciones.

Afortunadamente para los populares, siempre les queda una esperanza donde aferrarse y confiar para que todo se arregle al final: la oposición. Cuando todo estaba listo para asistir a una contienda electoral por ver quién tumbaba al PP, contemplamos, atónitos muchos y Rajoy tranquilo, una pelea encarnizada por ver quién queda segundo. En un escenario electoral abierto donde ya nadie puede aspirar de manera creíble a ganar por mayoría, solo Rajoy parece competir por ser el más votado, mientras que los demás discuten quién se va a quedar más cerca.

Mariano Rajoy y los populares se pasean por toda España dando sus lecciones de macroeconomía de la señorita Pepis, tapando la corrupción a base de no hablar de ella y dando por hecho que resultarán los más votados y que solo una serie de despreciables “acuerdos entre perdedores” podrán arrebatarles el poder.

En lugar de desafiar ese relato y cuestionar abiertamente tanto el discurso de la recuperación como la inevitabilidad del triunfo popular, la oposición parece ir corriendo detrás retándose entre ellos para demostrar quién es más joven, quién debatiría antes contra quién y cuándo, quién recuperaría más rápido, quién regeneraría más sano y quién podría justificar unos pactos que no solo no son necesarios aún, sino que ni siquiera existen porque aún no hemos votado.

El mensaje implícito que llega al votante no puede sonar más nítido. El PP va a ganar, la recuperación está efectivamente en camino y todos los demás se pelean por quedar segundos. De lo majo, lo mejor. Rajoy ha dejado de fumar puros. Pero sin duda la ocasión merecería encender uno a la salud de sus rivales.

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