¿De qué dignidad hablan?

Hablemos de dignidad. De la pérdida de la misma, para ser exactos. De la que afecta al ser humano. De la que es inherente a una persona y que por cualquier motivo o circunstancia se ve menoscabada. De la que duele. De la que conmueve. De la que degrada la condición humana. De la que destroza vidas. De la que provocan las guerras, las pandemias y el hambre. De la que se ve en los campos de refugiados. Y de la que la derecha nunca habla.
Al PP y a Vox se les llena la boca con la palabra. Feijóo, Gamarra, Ayuso, Almeida, Abascal, Álvarez de Toledo, Buxadé… Se han desgañitado este domingo en Barcelona contra Sánchez por vender supuestamente la DIGNIDAD del país. Hablan en nombre de una España que es la suya y en la que no caben más que los que enfocan como ellos, piensan como ellos y viven como ellos.
No son, desde luego, los cientos de miles de españoles que viven en situación de pobreza. Ni los que hacen equilibrios para sobrevivir con el SMI. Ni los que cobran el IMV. Ni los que están a punto de agotar la prestación por desempleo. Ni los que no pueden hacer frente al alquiler. Todos pertenecen a familias que no pueden permitirse comer carne o pescado cada dos días, mantener la vivienda con una temperatura adecuada, cambiar la ropa que se ha roto, tener una conexión a internet o afrontar gastos imprevistos. La inmensa mayoría no recibe ningún tipo de ayuda. Y no se ha escuchado jamás a la derecha hablar de su dignidad.
Madrid, sin ir más lejos, es la Comunidad más rica de España, ¿no? Y la que más peso tiene dentro de la economía del país. Pero eso no se traduce en un reparto equitativo de la riqueza. Al contrario, la desigualdad ha aumentado notablemente en los últimos años. De hecho, en una población de 6,7 millones, Cruz Roja atiende a más de 100.000 personas a través de su área de intervención social. Y, según datos de CCOO, en unos 63.000 hogares madrileños no entra ningún ingreso, lo que representa el 2,4% de los hogares de la región.
Y Feijóo no habla de la dignidad de estas familias. Ni Ayuso, ni Almeida, ni Abascal. En la España de la que ellos hablan no hay pobreza, ni niños en riesgo de exclusión, ni mayores a los que se les alimenta con auténtica bazofia en las residencias públicas, ni asentamientos como el de la Cañada Real Galiana, donde se malvive desde hace tres años sin luz eléctrica, una realidad descrita al detalle este domingo en este diario por Sofía Pérez Mendoza.
¿De qué dignidad hablan entonces? De la del país, insisten. Ni España será menos decorosa ni los españoles perderemos la dignidad porque Pedro Sánchez negocie con el independentismo. Ni porque se conceda una amnistía a los procesados por el 1-O. Lo que las derechas llaman indignidad es el resultado de lo que arrojaron las urnas. Es la democracia.
Somos más indignos, eso sí, por haber permitido que se fueran de rositas los responsables de que 7.291 ancianos murieran durante la pandemia sin ser trasladados a un hospital a causa de los protocolos de exclusión sanitaria firmados por altos cargos del gobierno de Ayuso. Somos más indignos por no interpelar con más insistencia al Madrid pepero o ayusista que se presenta como ejemplo de modernidad y bienestar mientras las desigualdades son más acusadas que en el resto del país. Somos más indignos porque Madrid es la región donde menos se invierte en sanidad y educación por habitante. Somos más indignos porque vivimos en la Comunidad donde más han aumentado los precios de los alquileres. Somos más indignos porque los puestos de trabajo de los asalariados son cada vez más precarios mientras las retribuciones de los directivos se triplican, cuadruplican o quintuplican cada año. Y, sin embargo, cada vez que Ayuso habla no lo hace de estas cosas, sino de España, de la unidad nacional, de la igualdad entre españoles, del “chantaje del independentismo”, de “la ruptura de la convivencia”, de “la tiranía de Sánchez”... Y la prensa transcribe sin más.
La indignidad en realidad es que 45 años después haya una versión de la derecha española que aún siga llevándose mal con la democracia. Y que su aversión se acentúe cuando está en la oposición, que es donde hoy los españoles y el Parlamento han enviado a Feijóo. De nuevo, España se rompe. Hasta que gobiernen ellos, claro. Por eso piden que se repitan las elecciones y por eso, el uso del lenguaje como arma de manipulación.
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