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La dignidad inmerecida

El nieto mayor de Franco, Francis Franco con una bandera preconstitucional junto con otros familiares a su llegada al Valle de los Caídos

Esther Palomera

24 de octubre de 2019. Faltan poco más de dos semanas para las elecciones generales. Son las tres de la tarde, en todas las cadenas de televisión suena la cortinilla de los informativos y aparece solemne Pedro Sánchez en La Moncloa: “La España actual es fruto del perdón pero no del olvido”. Mientras comparece, a pocos kilómetros del complejo presidencial, los restos del dictador Franco están siendo reinhumados en el cementerio de Mingorrubio.

Objetivo conseguido. El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE pasará a la Historia por haber sacado a Francisco Franco del Valle de los Caídos. Otros no se atrevieron antes. O porque la democracia no estaba madura o porque bajo las cenizas del franquismo aún quedaban rescoldos o porque cedieron a las presiones de la Iglesia Católica y de la derecha política. El caso es que ha sido Sánchez quien lo ha hecho, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, tras la aprobación de un Real Decreto del Gobierno convalidado en el Parlamento -que contó con la abstención de la PP y Cs- y con el aval del Tribunal Supremo. 44 años han tenido que pasar para que los tres poderes del Estado -ejecutivo, legislativo y judicial- se pusieran de acuerdo en acabar con la infamia de que los cadáveres de 34.000 víctimas del franquismo, un tercio de ellas sin identificar, yaciesen junto al de su verdugo en Cuelgamuros.

Y ahora acusan a Sánchez de electoralismo por ejecutar el traslado a pocos días de que comience la campaña electoral. Nadie sabe si el PSOE sacará o no rédito con ello o si será Vox quien capitalice el asunto desde la polarización y el reagrupamiento de los nostálgicos del régimen. Pero lo que, sin duda, quedará para siempre en el imaginario colectivo es la torpeza de la derecha del PP que, por sus históricos complejos con el franquismo, no ha querido sumarse a una fotografía de Estado, que no de Gobierno. Nadie en una democracia decente se pone de perfil ante un dictador, y Pablo Casado y Albert Rivera lo han hecho. Si se hubieran sumado a la decisión, la imagen hubiera sido distinta. Quizá la de Sánchez, acompañado por Casado, Rivera e Iglesias. Todos juntos expulsando a Franco del Valle de los Caídos, acompañados por la presidenta del Congreso y el presidente del Supremo. Es la imagen que falta y no acaba de llegar a la democracia española.

Y. luego, está el debate sobre si la ceremonia merecía o no la solemnidad y la dignidad que finalmente tuvo y se vio en directo por todas las televisiones. La retransmisión, el despliegue y la realización de TVE, el desfile con el féretro a hombros de los nietos, los helicópteros, la comitiva de la Presidencia del Gobierno, la ministra Delgado… En definitiva, el acto proyectó un respeto que Franco y sus descendientes jamás tuvieron para con sus víctimas ni para con una democracia que durante cuatro décadas cerró los ojos ante el origen y el desarrollo de su abultado patrimonio.

Al menos, los representantes del Gobierno, con la ministra de Justicia y el secretario general de la Presidencia, Felix Bolaños, a la cabeza estuvieron siempre a 50 metros del cortejo que reunió a 20 familiares y no a 22 -dos de ellos se desmarcaron en el úlltimo momento- y observaban desde la distancia con una calculada puesta en escena y un mensaje buscado: el Estado os expulsa, y el Gobierno ha querido ser testigo privilegiado de ello. “Les hemos ganado la batalla, pero no somos como ellos”, se felicitan desde la Presidencia del Gobierno.

Hoy la democracia española es, sin duda, más digna pero sacar a Franco del Valle de los Caídos no debiera ser el final de nada, sino el principio de un camino en el que queda mucho por hacer. Primero dignificar a las víctimas y devolver sus restos a las familias, pero también resignificar el Valle de los Caídos para que se convierta en centro de recuperación de una memoria que no debe olvidarse nunca y quizá, de paso, aislar con la palabra, con los hechos y con los votos a los miles de nostálgicos que aún quedan del franquismo y que, además de a las puertas de Mingorrubio, hoy se agrupan también en torno a un partido con representación en el Parlamento en una demostración de que, por desgracia, los últimos restos de Franco no sólo están dentro de un féretro.

P.D. El misterioso maletín metálico con candado que portó durante toda la mañana el nieto mayor del dictador es donde la Guardia Civil introdujo su teléfono móvil para que no grabara imágenes de la exhumación. La llave para recuperarlo no se le entregó hasta llegar a la puerta del cementerio de Mingorrubio.

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