El dilema del desertor
Un crimen horrible, un reo esperando sentencia, un gobernador que quiere ganar la reelección demostrando su dureza frente al crimen, una prensa que aumenta sus ventas y audiencias hurgando sin pudor en los detalles más morbosos y despedazando como buitres el dolor de los inconsolables familiares y las inocentes víctimas, una oposición que titubea porque teme perder votos, algunas voces sensatas que claman en el desierto, una mayoría silenciosa que calla y otorga… No, no es el argumento que tantas veces hemos visto en tantas grandes películas. Es España, año 2018, debate sobre la prisión permanente revisable (PPR); la decisión que mejor representa el giro a la derecha que la sociedad española ha dado en los últimos años y que tan precisamente reflejan los barómetros del CIS: los electores que se ubican en el centro derecha o la derecha convencional han crecido en más de siete puntos desde 2015.
El Partido Popular ha escogido la PPR como asunto donde empezar a ajustar cuentas con Ciudadanos. No lo ha elegido ni por su relevancia penal –una condena desde su implantación en 2015–, ni por su efectividad preventiva –España ya tiene una de las tasas de criminalidad más baja de Europa–, ni por la elevada reincidencia de los condenados por los crímenes más graves –de hecho su tasa de reincidencia se sitúa muy por debajo de la media–. Lo ha preferido por su potencia simbólica.
Cuando la competición se centra en acreditar quién es más duro y más implacable en la defensa del orden y quién se tambalea cuando llegan los momentos donde hay que elegir, los temas penales ofrecen el territorio de caza ideal. Lo ha demostrado Cs, que ha pasado en días de abstenerse frente a supresión de la PPR a exigir que se endurezca aún más. Con la presa en el cepo Mariano Rajoy y el Marianismo han salido en tromba a presentar ante los suyos la prueba del pecado que imputan a Albert Rivera y al Naranjismo: ¿veis como no tienen principios y son oportunistas de la peor especie?
La contraofensiva marianista contra el Naranjismo pivota sobre esa idea central: no tienen principios, no son de fiar, se apuntan a un bombardeo con tal de ganar unos votos y a la hora de la verdad siempre se abstienen. A su favor juega el dato de que, efectivamente, abstenerse suele conformar la posición predilecta de Cs cuando las cosas se complican. El mensaje se dirige a los electores y busca frenar una sangría que les está llevando a ceder dos de cada diez votantes a Cs. Pero también conmina a los militantes y cargos del PP que puedan estar pensando en seguir la corriente de las encuestas.
Nadie conoce a su partido como Rajoy y sabe que hoy, en eso que en el fútbol llaman sabiamente “el entorno” del partido, hay pánico, nervios y ansiedad. Es el dilema del desertor. Muchos no saben si seguir en la fidelidad popular que tanto les ha dado pero a lo mejor ya se ha acabado, o desertar con los naranjas para llegar antes que los demás y escoger los despachos con las mejores vistas. El mensaje no puede ser más claro: no te fíes de lo que te prometan porque no se puede confiar en Rivera y los suyos y si te vas no vuelvas, aquí no quedará nada para ti.