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La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
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Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

Diversos grados de cabreo con el Gobierno de Pedro Sánchez

El "Aquarius", buque insignia del salvamento en el Mediterráneo

José María Calleja

Ha estado muy solidario y rápido Pedro Sánchez, consciente de que la política es también una forma de teatralizar y conectar con las emociones de la gente, máxime cuando uno esta en la cresta de la ola, saliente de guardia depresiva y con el tiempo tasado, ha decidido que migrantes casi a la deriva vengan a España.

Un barco con 629 personas por el Mediterráneo, sin puerto italiano que los quiera, ha sido reclamado por el nuevo gobierno español para venir hasta aquí, Valencia o Palma, lo que sea necesario.

De repente hemos pasado del hay que repensar la socialdemocracia en el sur de Europa, a tenemos un líder que forma un gobierno con inmensa mayoría de mujeres, que pide que vengan los inmigrantes, que nadie quería, en un innegable ejercicio de solidaridad. Al hacerlo, Sánchez se convierte en un líder que fija una posición de referencia en el debate sobre uno de los asuntos capitales de la actual Europa: qué hacemos, cómo organizamos la convivencia con las gentes venidas de otros países a buscarse la vida a nuestra opulenta Europa.

Menudo cabreo que han cogido algunos de la izquierda patria, empeñados en decir que ellos lo vieron primero y no es esto, no es esto. Menuda irritación, coincidente, entre la derecha nacional y su famoso reclamo del ‘efecto llamada’, rescatado de los tiempos de oposición al ‘talante’ zapaterista.

No estaríamos hablando de esta decisión de acogida si antes un populista de derechas, Salvini, aupado al gobierno de Italia con la connivencia de populistas de izquierda, no hubiera dicho que el frotar se va a acabar con los inmigrantes, que se acabó su presunta opulencia y que no quiere un subsahariano más en Italia, salvo que sea futbolista y meta goles.

Sánchez se ha puesto en escena con su mensaje de acogida y ha obligado a indígenas españoles, y a otros interlocutores europeos, a definirse; por exceso o por defecto, por advertencia u omisión; es decir, ha ocupado el centro del tablero español y europeo con una decisión que hay que ser muy ruin para no apoyar. Las explicaciones y el riesgo de liarse ante el hecho incontestable de la solidaridad, son ahora de los otros.

En términos de unidad de medida política, hace media hora que Sánchez se ha sentado en la Moncloa y ya ha tomado dos decisiones de envergadura: nombrar un consejo de ministras mayoritarias y muy preparadas, y decir que esos migrantes vengan a España. De la corrupción del PP, a la España feminista y solidaria del nuevo gobierno socialista; así han cambiado los titulares de la prensa en el resto de Europa.

El gobierno de Pedro Sánchez ha provocado diversos niveles de cabreo. El más grande en el Podemos del plebiscito inmobiliario de Pablo Iglesias. Tenía que haber permitido Pablo que Pedro gobernara ya en 2016, bastaba una simple abstención, y no lo hizo, facilitando así la reincidencia de Rajoy, del que tan compungido se ha despedido ahora Iglesias. No podía volver a no apoyar a Sánchez y ahora y lo ha hecho en un momento de severa crisis de Podemos: por su referéndum unifamiliar y alicatado, por la tensión en Andalucía, que anuncia quizás nuevo partido con Teresa Rodríguez e IU a su aire, por el éxito de hecho de las tesis de Errejón. (Anda que si le llega a nombrar ministro, pongamos, de Administraciones públicas).

Ciudadanos daba por hecho que el PP se cocía entre sentencia condenatoria y condenada sentencia, que de aquí a dos años el PP quedaba para los chacales y que entonces surgía Ribera y se llevaba hasta el último voto. La regeneración del PP se daba fuera del PP y a golpe de excitación demoscópica, pensaban. Se han quedado ofuscados. Ni hablan.

El PP se ha entregado a ágapes y sobremesas en modo fin del Imperio romano, como si Constantinopla zozobrase y el inmóvil pantócrator hubiera caído en decúbito prono. Si sale Feijoó, tendrá que explicar lo de las ‘cremitas’.

El PNV es capaz de decir en una misma frase una cosa y su contraria y que encima haya gente que les jalee como grandes estrategas. No pactaban con el PP si había 155 y pactaron con 155. Ahora, se ponen el niki y el pañuelico del fin de semana y parecen emular el destrozo de la convivencia en Cataluña, pero el lunes se enjaretan la corbata de nudo grueso y a gestionar la independencia económica fáctica de la que disfrutan en Concierto.

En el nacionalismo catalán, estamos entre las ganas de ERC de recuperar cierta calma, que puede propiciar este gobierno, y la fatiga del PDeCAT, que se ha quedado sin enemigo de referencia. De momento, se ha desatascado la situación y se respira otro aire.

Por fin, en el propio PSOE, los sectores más críticos con Sánchez han descubierto que ‘aquí se gobierna’, pero claro, no pueden transmitir su perplejidad, heredera de antiguos desprecios.

Para los que pensaban resignados que se jubilarían con Rajoy, son tiempos de entusiasmo y esperanza. De golpe, gente desencantada ha recuperado la ilusión.

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