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Doblan por ti

Imagen de una pintada racista en Madrid.

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“Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”

John Donne

El Ministerio del Interior y el departamento de la Generalitat tocaban a rebato, daban la alarma, han hecho sonar las campanas para alertarnos de que hay individuos que quedan en bandería para agredir a otros por su orientación sexual. Si lo hicieron empujados por un caso concreto se precipitaron pero si pretendían visualizar una realidad contrastada, la del incremento de agresiones a homosexuales en nuestro país, sobre todo en ciudades que siempre han sido extremadamente amigables para el colectivo, entonces a lo mejor iban tarde. Una falsa denuncia descubierta solo demuestra que las denuncias falsas raramente pasan el filtro policial y judicial y, por tanto, que las que lo pasan son abrumadoramente ciertas y también escasas. El porcentaje de infradenuncia estimado es superior al 80%, según cifras aportadas por el propio ministro. Es lo suficientemente relevante para que un presidente del Gobierno se ocupe en persona de ello- sería ridículo suspenderlo- aunque yo vuelvo a recordarles a los gobernantes y a los políticos que las prisas no son buenas y que siendo los problemas tan reales y tan complejos, no tienen ninguna necesidad de moverse sin la cautela mínima de esperar a tener datos y hechos. 

La homofobia es solo una parte de las conductas violentas y delictivas que apuntan a otros seres humanos por el hecho de su condición. Es muy importante señalar ese incremento de ataques a homosexuales que nos repugna como ciudadanos libres y respetuosos de la libertad de los demás, pero también darnos cuenta de que el meollo del problema reside en el mero hecho de que jóvenes varones sean capaces de salir a la calle con el deseo explícito de dañar a alguien por ser o pensar diferente a ellos. Escribo varones y jóvenes porque es el resultado que arrojan las estadística. El porcentaje de delitos de odio violentos cometido por mujeres es casi insignificante. 

La última encuesta sobre delitos de odio publicada por el Ministerio del Interior (referida a la comparativa 2019-2020) en junio de este año muestra una enorme subida de los delitos contra discapacitados (+69,44%), contra enfermos (+62’5%) y de antigitanismo (+57,1%). Es evidente que nuestra sociedad va caminando hacia una mayor intolerancia, falta de respeto a la diversidad y agresividad social incontrolada, aunque no siempre los colectivos más victimizados son los más representados por los medios de comunicación. La infradenuncia de este tipo de agresiones es, además una constante, lo que hace el panorama aún peor. Un 22’8% de estas conductas agresivas se produce por razón de ideología, un 35,47% por orientación sexual y un 20% por racismo y xenofobia.

¿Qué nos está pasando o qué le está pasando a la sociedad? ¿Cómo y de dónde sale la idea de un grupo de jóvenes de salir a pegar a mendigos, a homosexuales o a gitanos? ¿Qué patología social es la que no acabamos de diagnosticar y de tratar?

Veo algún gatillo fácil en la respuesta. Algunos lo atribuyen directamente al discurso político de la ultraderecha que, efectivamente, cultiva en sus asertos el normativismo sexual, la criminalización de las diferentes etnias, el desprecio al extranjero o al diferente y el encumbramiento del buen macho español de derechas. Me gustaría apuntarme al carro pero me temo que el fenómeno puede no ser tan directo y, por contra, puede resultar invertido. Es posible que Vox solo esté recolectando y avivando y abonando algo que ya ha detectado como vivero de votos pero que se encuentra en parte de la sociedad. 

Me lleva a plantearme esta posibilidad la convicción de que la vieja teoría de la aguja hipodérmica de Laswell hace tiempo que quedó superada, igual que la de la bala mágica. Son las teorías de los impactos directos de los mensajes en la audiencia, las que al inicio de las ciencias de la comunicación pensaban que inyectar de forma masiva un mensaje determinado en la población iba a provocar efectos concretos, homogéneos e inmediatos en amplias capas de la población. Esto es, esquemáticamente, lo que en el fondo defienden los que postulan que el mensaje de Vox es la causa de estos comportamientos y no el reflejo, que es lo que sugiero yo. Eso no les exime de responsabilidad. Nadie que intente aprovecharse dando alas o siquiera tolerando las conductas sociales más abyectas lo está.

Laswell formuló su teoría a tenor de los fenómenos que había observado con la propaganda en las guerras mundiales, pero olvidó tener en cuenta muchos factores que juegan en un proceso de comunicación, de propaganda o de instigación política. Fue Lazarsfeld el que estudió a posteriori el fenómeno y tamizó mucho la posibilidad de que los medios de comunicación, y quienes los utilizan, pudieran conseguir efectos de respuesta inmediatos en las audiencias. Según él ni el efecto es tan claro ni tan fácil ni tan directo. La recepción de estímulo no es tan automática ni las reacciones de los diferentes públicos y audiencias tan homogéneas. Lazarsfeld nos obligó a preguntarnos: quién dijo qué, a quién, por qué canal y con qué efectos, porque en cada uno de estos pasos del acto de comunicación existen variables que pueden alterar el efecto final. 

Es complicado creer que la mera inyección hipodérmica de mensajes de la agenda de la ultraderecha, incluso si han tenido demasiada proyección pública, pueda conseguir efectos tan directos. No existe quien tenga esa potencia de mensaje. De ser así bastaría con contrarrestar con más potentes inyecciones hipodérmicas de derechos humanos, de tolerancia, de convivencia, de antiviolencia. 

Creo que el problema es más complejo.

Los asquerosos mensajes identificados como la semilla del odio pueden no ser tanto la causa como el efecto de una transformación social a la que la izquierda debería echar un ojo que le permitiera diseccionarla para conocerla y mejor combatirla. Es cierto que un grupo político dándole carta de naturaleza a los discursos intolerantes puede servir de catalizador para convertir en normativas conductas execrables y hasta hace poco marginales y poco menos que anecdóticas. No niego que Vox y la normalización de su discurso pueda estar sirviendo  para el afloramiento y exacerbación de conductas y discursos que responden a una patología social que ya estaba con nosotros desde hace unas décadas. No es Le Pen la que convierte en xenófobos a los obreros de Calais. Le Pen va a buscar rédito a una miseria que ya se había implantado en ellos. Lo mismo sucede por toda Europa.

No voy ni a comentar la absurda respuesta de un alcalde que considera que apuntar a los problemas es “criminalizar o estigmatizar” o de los que responsabilizan a los grupos de izquierda de los delitos de odio. Es la otra vuelta de tuerca y solo muestra cómo el PP está dispuesto casi a cualquier cosa por disputarle la zona de la basura a Vox.  

Las campanas que toca Marlaska tocan por él también. Las campanas tocan por todos nosotros y no me gustaría que los que llaman a repicar con ellas acabaran convirtiéndose en intolerantes verdugos a su vez. Las campanas de la intolerancia y la violencia, lo repitió Hemingway hablando de España precisamente, tocan por todos nosotros. Uno tras otro iremos cayendo -los homosexuales, las feministas, los izquierdistas, los creadores, los heterodoxos, los humoristas…- si no logramos identificar y aniquilar la semilla de Caín.

Es hora de encarar la verdad pero se nos hará tarde. 

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