Duelo de marcianos
Seguramente harto de que el president Carles Puigdemont le acusara de estar desconectado de Catalunya, Mariano Rajoy le ha acusado de estar desconectado de la realidad. Un gran avance si esto fuera una polémica entre tuiteros, pero perfectamente inútil cuando se trata de gobernantes cuyo trabajo consiste en arreglar problemas, no en agrandarlos o créalos donde no los había.
Que a Puigdemont hace tiempo que le guía su preocupación por ver cómo le tratarán los libros de historia, para no quedar en ella como el president que se rindió, resulta una evidencia difícilmente contestable. Igualmente contundente se antoja la constatación de que los socios en Junts Pel Sí parecen más preocupados por el reparto de la herencia electoral que por buscar una salida a una situación que parte por la mitad a la sociedad catalana. Tampoco parece cuestión menor la evidencia de que la estrategia judicial impulsada por Moncloa, sobre los bordes mismos de la legalidad, está dividiendo a la antigua Convergencia, además de haberse anotado el éxito de enredar a la Generalitat en una absurda e inútil guerra de legalidad y procedimientos que nunca podrá ganar.
Al actual gobierno catalán se le pueden hacer estos reproches y más. Sobre todo se le puede recriminar no haber comprendido que ni se puede ni se debe impulsar un proceso de separación por la vía de los hechos y la urgencia sin una mayoría muy clara que lo respalde. Pero escuchar a Mariano Rajoy acusar a Puigdemont de estar desconectado de la realidad resulta tan desconcertante como ver a un marciano llamándole marciano a otro marciano. Que lo haga desde Euskadi y poniendo como ejemplo al nacionalismo vasco solo demuestra que ni en la vida, ni en la política, el amor o el odio son para siempre. Esto no es un choque de trenes, es un duelo de marcianos.
Si alguien fue precursor en utilizar electoralmente cuanto sucedía en Catalunya, lo fueron Mariano Rajoy y su partido. Si alguien ha bloqueado siempre cualquier tipo de salida para evitar problemas dentro del partido, ha sido el PP, que siempre ha considerado el Estado de las Autonomías un límite infranqueable y una prueba de estrés para su propia unidad. Nadie se ha empeñado tanto como Mariano Rajoy en hacer oídos sordos ante la realidad incontestable de que ocho de cada diez catalanes quieren votar en un referéndum sobre el futuro de Catalunya.
El problema no es Catalunya, el problema es el Partido Popular. No se puede afrontar el asunto catalán, ni abrir una reforma constitucional que permita buscar y acordar un nuevo compromiso de convivencia y un proyecto común, porque el Partido Popular y la derecha española se romperían de manera irreversible entre quienes están dispuestos a negociar un nuevo pacto constitucional y quienes solo negocian la adhesión de los demás. Ese es el principal bloqueo que impide afrontar nuestros dilemas nacionales y territoriales y empezar a construir un Estado español capaz de entender el siglo XXI, no empeñado en quedarse en el siglo XX.