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Elecciones en Euskadi: todo seguirá igual, pero nada será lo mismo

El lehendakari, Iñigo Urkullu, y el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, celebran el resultado de las elecciones vascas.

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Se elegía ayer el Parlamento Vasco para la duodécima legislatura, ese Parlamento que, a su vez, elegirá al lehendakari para que este forme el Gobierno.

Un Parlamento que representa a la ciudadanía de los tres territorios históricos –Araba, Gipuzkoa y Bizkaia–, con un censo electoral de cerca de 1.800.000 personas y que, a diferencia de la mayor parte de parlamentos, se elige repartiendo sus 75 escaños de manera idéntica –25 por territorio– y no en proporción a su población. Una población muy desigualmente repartida, por otra parte, dado que, redondeando las cifras, Araba tiene 330.000 habitantes, Gipuzkoa 720.000 y Bizkaia 1.150.000. Lo que genera distorsiones evidentes en la representación ciudadana.

Singularidad importante y de consecuencias muy relevantes en orden al “coste” de la representación en cada territorio, a diferencia de otros parlamentos. Sin ir más lejos, del de Galicia, que también se eligió ayer y que reparte sus 75 escaños en relación a la población de sus provincias –25 en A Coruña, 22 en Pontevedra y 14 tanto en Lugo como en Ourense–.

Una peculiaridad de Euskadi con origen en un debate histórico que hoy no parece que ninguna formación política esté por reabrir y que, junto con otra particularidad más reciente –la de ser suficiente el 3% de los votos para conseguir representación– proporciona resultados muy llamativos en cuanto a la entrada en el Parlamento de formaciones que en otras comunidades, con similares resultados, no lo lograrían.

La primera nota de interés es, cómo no, la de la participación, que no ha llegado al 53%, lo que supone que, en esta ocasión, casi la mitad de la ciudadanía vasca con derecho ha preferido no tomar parte. Y entiendo que no es solo efecto de la crisis sanitaria y de los recientes brotes habidos en esta tierra, sino algo más profundo, que va calando en la sociedad, a veces desilusionada por ver su participación política limitada al voto para elegir representantes y carecer posteriormente de voz para pronunciarse sobre tantas y tantas cuestiones de interés que ni siquiera han estado en el debate electoral. Y no sé qué gente es la que se ha abstenido o qué han hecho quienes por vez primera podían votar, unas 70.000 personas jóvenes. Son cuestiones que deben interesar a las instituciones y a la sociedad y que deben ser objeto de un análisis profundo.

Y digo que todo seguirá igual porque, ciertamente, nadie duda hoy –ni lo hacía desde hace mucho tiempo– que tanto el PNV como el PSE reeditarían la coalición de la última legislatura. Tan claro como el agua, pese a que ambos, de vez en cuando, en la campaña han deslizado, para amarrar a su parroquia, la idea de que su pareja de gobierno podía tener tentaciones de faltar a su fidelidad.

Como siempre, además, unas elecciones autonómicas que tienen también una lectura en clave de Estado, en relación a los partidos de ámbito estatal, cuya actuación tiene un indudable reflejo también en el ámbito autonómico. Lectura que también ha de hacerse hoy respecto del PSOE, el PP y Unidas Podemos, que van a sufrir o celebrar en carne propia estos resultados.

En este sentido, era claro que ayer se jugaba una cierta valoración de, por una parte, el Gobierno de coalición PSOE-UP y la línea de cada una de estas fuerzas y, de otra parte, la línea ideológica actual del PP. Los tres partidos se jugaban algo importante, mayormente, en mi opinión, el PP, dado que tiene en Galicia el líder autonómico –dejémoslo ahí por ahora– más fuerte y no alineado en cuestiones troncales con la dirección, y que en Euskadi ha realizado un giro muy relevante, plasmado en la dimisión de Alfonso Alonso y en la designación de Iturgaiz como candidato a lehendakari.

Pues bien, ya conocemos los resultados.

El PNV gana con claridad, arrancando sus nuevos votos a un PP que mengua sin que Cs haya aportado nada relevante –recordemos que la suma del PNV y el PP ya fue en los años 2012 y 2016 de los mismos 37 escaños que consiguen hoy–. Un PNV que, solo con su incremento, ya podría gobernar con el PSE con la mayoría absoluta de que la coalición ha carecido en la última legislatura. Sin duda, el tradicional mensaje tranquilo del PNV, su posición institucional, su “eficacia” en determinados logros en Madrid y su continua oferta de una gestión eficiente han sido, una vez más –pero más esta vez–, claves de su éxito.

EH Bildu es, sin duda, la otra formación ganadora. Ha tomado sus votos del espacio vasco de la izquierda, esto es, de Elkarrekin Podemos-IU –en adelante, EP– y del voto joven que se ha incorporado al censo por vez primera, superando en escaños incluso su mejor resultado histórico, el de 2012. Se constituye, en lo que sería un país “normal”, en alternativa de gobierno al PNV –a medio-largo plazo, seguramente–, como oferta electoral de izquierdas, para lo que, también sin duda, deberá contar con otros socios, en la línea de la propuesta de EP.

El PSE sube, pero tan justo que solo le sirve para salvar la cara aparentemente, pues no ha rentabilizado en absoluto –a diferencia de otras ocasiones– el Gobierno de España ni las respuestas sociales a la crisis sanitaria, dado que se queda muy muy lejos del resultado de 2012 –16 escaños–. Es cierto que se marca un cierto triunfo más relevante, y es que su logro de un escaño más habría permitido en sí mismo, al margen de cuál hubiera sido el resultado del PNV, que la coalición tuviera mayoría absoluta, logro en todo caso ahora irrelevante, pues el PNV ha aportado él solo 3 escaños más que antes.

EP sufre una derrota sin paliativos, pues no solo no rentabiliza en modo alguno su presencia determinante en el Gobierno español y sus posiciones y decisiones en materias sociales, sino que refleja de manera palmaria el castigo del electorado a algunas conductas propias –véase, por ejemplo, el apoyo bajo la anterior dirección a los Presupuestos del Gobierno de Urkullu–, a posiciones incomprensibles de líderes estatales –las declaraciones de Echenique sobre la comisión de investigación de los GAL aquí han dolido y hecho mucho daño– y, desde luego, también las fracturas internas y el cambio de liderazgo en el marco de este proceso electoral. Una derrota que revela que el electorado de EP está dispuesto a trasvasar su voto a otra fuerza de izquierdas de Euskadi –EH Bildu– y que podría estar manifestando una dificultad estructural de mantener en este territorio este espacio electoral, aunque aún es algo pronto para determinarlo. La cuestión es si en esta comunidad –y lo mismo podría decirse de Nafarroa– hay hueco real para tres formaciones que se reclaman de izquierdas –el PSE, EP y EH Bildu– y, sobre todo, para las dos últimas, pues el espacio del PSE –mayor o menor– parece claramente consolidado en su posición “constitucionalista”.

El PP es el otro gran derrotado de la noche. En Euskadi no se han asumido las decisiones de Casado ni la sustitución de Alonso por Iturgaiz por lo que expresa de cambio ideológico y por la fractura interna que a ninguna formación se perdona ni se ha entendido su falta de auténtica oferta electoral.

Poco tengo que decir de Vox. Entra en el Parlamento Vasco y se hará notar, pero solo será eso. Como he dicho más arriba, son varias las particularidades electorales que lo han permitido, pues logra su escaño en Araba con 4.722 votos. Aunque no haya nada que objetar, desde luego, pues son las mismas peculiaridades que sirven y han servido al resto de partidos.

Una primera valoración final provisional global –habrá que hacer muchas más con más calma y tiempo–: todos los partidos pierden un buen número de votos respecto de 2016, sin duda consecuencia de la elevada abstención, todos salvo EH Bildu, que gana algo más de 23.000 votos, aunque no llega al resultado de 2012; el PNV se deja más de 48.000 votos; EP, 86.000; el PSE, en torno a 5.000; y el PP, 69.000. Valoren ustedes cómo van las cosas por aquí.

Otra conclusión ahora ya irrelevante, pero siempre interesante: la coalición de izquierdas propuesta por EP tendría hoy mayoría absoluta –los 38 escaños precisos–, lo mismo que en 2016, lo que, en todo caso, no deja de ser un buen augurio a futuro, si algunos recelos, incomprensiones y comodidades se fueran superando.

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