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Ellos somos nosotros

Pedro Sánchez e Inés Arrimadas, en una imagen de archivo.

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“Los tiempos en los que existía el otro se han ido”

Byung-Chul Han. La expulsión de lo distinto

“O ellos o nosotros”, es el obsceno grito de guerra que una diputada española ha enarbolado en redes esta semana. Lo bueno que tienen los fascismos actuales es que no vienen con vainicas ni tules, afloran a lo bestia, a borbotones, con la impunidad del que no pretende alcanzar a nadie por su racionalidad. Leído así es muy fácil de repudiar. Cuando se exhibe la anosmia mental y moral de escribir “o multiculturalismo o identidad” –como si el multiculturalismo no fuera en sí la identidad de nuestro siglo–, es tan fuerte la repugnancia que siente todo ser humano dotado de alteridad que algunos casi tienen la tentación de considerarlo un mal chiste, un eslogan para bobos.

Lo cierto es que la pérdida de la alteridad en la sociedad española no cursa exclusivamente con la pornográfica exhibición que de ella hacen los fascistas. Pocos son los estamentos políticos, sociales o humanos que son capaces de concluir con Carl Schmit que “el pensamiento político y el instinto político no son otra cosa sino la capacidad de discernir entre el amigo y el enemigo”, asumiendo a la vez que el competidor no es per se un enemigo y que la competición, en último término, no significa sino andar juntos, porque la carrera solo se produce entre los que llevan el mismo camino.

Nos encontramos ante un momento decisivo de nuestro devenir como especie. La humanidad debe ser capaz, en este preciso instante, de caminar junta hacia el único objetivo de protegerse de esta pandemia, subsistir a sus efectos, revisar los mecanismos económicos que nos han abocado y pueden volver a abocarnos a un riesgo cierto y conservar el único soporte que poseemos para seguir vivos: el planeta común. De esto va a hablar el papa Francisco en unos días en su próxima encíclica, que va a dirigirse no solo a los fieles cristianos sino a todos los hombres de buena fe. La carta, centrada en la pandemia y sus efectos, va a versar sobre la fraternidad humana. La fraternidad, la hermandad entre los hermanos, virtud cristiana pero también republicana por excelencia, es en efecto la única luz que puede alumbrar el camino que todos –detrás de cualquier frontera real o deseada– debemos emprender juntos con la esperanza de no dejar a nadie atrás. Creo que no habrá demasiados que no estén de acuerdo en esto con el líder de los católicos excepto, quizá, precisamente la ultraderecha ultracatólica que abomina de este Pontífice, de su sentido social, y clama por la vuelta a la Iglesia de los poderosos, pero esa es otra historia.

Tras lo que les puede parecer un excurso, voy a permitirme transcribir algunas frases que estos días estoy oyendo en referencia a uno de los instrumentos imprescindibles, en términos pragmáticos, para hacer posible esa fraternidad y esa solidaridad que, a trancas y barrancas, hemos conseguido dispensarnos al menos los ciudadanos europeos. Ese vehículo no es otro que la aprobación de unos Presupuestos Generales del Estado que permitan dar curso a esos 140.000 millones –entre ayudas y créditos baratos– que en tres años deben servir para que logremos superar este bache y construir unas condiciones mejores para afrontar otros en el futuro.

“Somos la alternativa y eso es incompatible con apoyar algo que consideramos malo para España”, dice Gamarra, y con ello ya sitúa la competición en una carrera en la que quiere hacer parecer que los que piensan como ella y los que pensamos distinto no llevamos el mismo camino. Craso error, que no puede ser aceptado. Lo mismo que no es plausible afirmar, como han hecho Serra y Mayoral, que con ellos no se cuente si se intenta hablar con Ciudadanos porque “Ciudadanos no debe tener ni voz ni voto en los Presupuestos”. Esto no solo es una frase absurda –precisamente lo que tiene es voto y voz asegurados en el Congreso y eso es lo que se intenta atraer–, sino que se apercibe teóricamente al Gobierno de su defección en caso de que intenten hablar con ellos. ¿En serio, paladines de la fraternidad, vais a salir del Gobierno y vais a zancadillear la llegada de un capital imprescindible para que este país no participe en los juegos del hambre? La misma pregunta le haría a ERC, con esas elecciones a la vuelta de la esquina, pero también con la responsabilidad de hundir una barca en la que vamos todos, con esteladas o sin ellas, y en un momento decisivo que no admite dilaciones.

A los socialistas les ha tocado timonear todo esto, unos pensarán que para bien y otros que para mal, pero eso no cambia la realidad. Si lo que hacen es de la necesidad virtud, poco importa, siempre y cuando sean capaces de conseguir que ese objetivo irrenunciable y común de reconstrucción y futuro cuente con el instrumento para implementarse y las garantías de que se invertirá en lo que sea mejor para todos nosotros como fraternidad de ciudadanos de la misma nacionalidad. Sin buscar con ello su única ventaja, sino la de la sociedad. Créanme, no hay mejor cartel electoral.

Todos ellos deben tener claro que no es “o ellos o nosotros”, como bramaba De Meer. No se trata de “ellos los que gobiernan y nosotros los que queremos gobernar”. Ni es el momento de “nosotros los más puros de la izquierda y ellos los portavoces del capitalismo que nos machaca”. No hay lugar para “nosotros los que queremos la independencia y la república y ellos los que nos lo impiden y nos sojuzgan”. No se trata de ellos o nosotros porque en este recoveco de la historia, de nuevo ellos no somos sino nosotros también.

Dicho con menos melindres: no nos importan sus estrategias, sus deseos de llegar al poder o de conservarlo, ni sus esperanzas electorales ni el mantenimiento de la estructura que les sustenta. A mí, por lo menos, no me interesan ahora mismo nada sus carreras narcisistas que no comparten el camino porque desdibujan la frontera con el otro. Eso solo les llevará, otra vez el imprescindible Han, a hundirse en sí mismos.

Intenten defraudarnos lo menos posible, a nosotros que somos también ellos e irremisiblemente el sentido de su yo. No vaya a ser que me tenga que pasar a Francisco.

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