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Empieza el siglo XXI, por fin

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el 14 de diciembre en la cumbre UE-ASEAN, en Bruselas.

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Parece que de un minuto para otro, ¡pof!, un año se acaba y otro empieza. Pero no, el peso de los años no se aligera tan fácilmente. Y no digamos el de los siglos.

Antes se pensaba que los siglos empezaban por la punta. Pero un historiador muy listo, Eric Hobsbawm, dejó de mirar el calendario gregoriano y se fijó en los acontecimientos. Observó que los eventos históricos a veces no llenan un siglo y otras, lo desbordan. Por eso habló del “siglo XX corto”, que abarca desde el comienzo de la I Guerra Mundial, a la caída de la Unión Soviética en 1991. Conclusión: el siglo XX real duró 75 años.

En la historia de las ideas políticas -y sobre todo de las políticas públicas que llevan aparejadas- sucede algo parecido. El siglo XXI corto está empezando.

En los últimos tres años, desde la pandemia, han ocurrido con naturalidad acontecimientos que reivindican a los Estados, y que en 2019 hubieran escandalizado a todo el mundo. Por ejemplo, la mutualización de la deuda en Europa, o la vacuna: se compró de forma centralizada en la UE y los sistemas públicos de salud vacunaron con éxito por orden de prioridad sanitaria, no de acuerdo a la ley de la oferta y la demanda. La situación actual de China, por cierto, reivindica también la eficacia de las democracias. 

El 2022 ha seguido poniendo clavos en el féretro de las ideas neoliberales. El más simbólico es la precipitación al vacío de Liz Truss, primera ministra británica, tras anunciar una bajada de impuestos que los propios mercados no toleraron. Sencillamente preveían que, de llevarse a cabo, el Estado británico no podría pagar la deuda. Así que cayó en un mes y medio. No fueron las hordas bolcheviques, sino los que piensan como ella pero son prácticos.

Por otro lado, 2022 ha sido el año más cálido y uno de los más secos en España. La temperatura media se ha establecido en torno a 15,3ºC, o sea, 1,6ºC superior al promedio normal, según datos del Ministerio de Transición Ecológica. En toda Europa, los ciudadanos lo han sentido: olas de calor, sequía, fenómenos extremos, hundimiento de glaciares. Hace 15 años el cambio climático era algo de lo que hablaban los científicos, ahora se nos reseca la piel. 

Uno de los grandes especialistas en la economía del cambio climático, Nicholas Stern, escribió hace años que las emisiones de gases de efecto invernadero eran “el mayor fallo del mercado” conocido. Esto significa que no lo arregla la mano invisible, sino políticas públicas que necesariamente deben orientar la economía. Sí, lo he dicho: el Estado debe orientar la actividad económica si queremos evitar las peores consecuencias de la crisis climática. Aparecen dos palabras que son anatema en el paradigma neoliberal: intervención y planificación a largo plazo (pensando a corto ya se ve que acabamos mal). 

Pero ahí no acaba todo. Un mercado sacrosanto, como el de la electricidad, también se ha dado este año un baño de palabras prohibidas: la presidenta de la Comisión Europea, una respetable conservadora, anunció una “intervención de emergencia” en el mercado eléctrico, para frenar la escalada de precios y evitar el chantaje de Putin. Nuestro país venía advirtiéndolo desde un año antes, pero ya se sabe que, al tener un gobierno socialcomunista-radical, no cuenta. Desde que lo ha dicho Von der Leyen, y la excepción ibérica se ha convertido en la aspiración general en la UE, las cosas se ven de otro modo.

Hay un cambio evidente en la gran corriente de la historia. Durante 40 años se dio un largo ciclo de éxito de las ideas neoliberales que toca a su fin. Comenzaron aplicándose en Reino Unido y EEUU en los ochenta, por Margaret Thatcher y Ronald Reagan respectivamente. Esa hegemonía se mantuvo hasta la crisis de 2008: Estado mínimo y libertad de los mercados, sin interferencia teórica de los Estados, para configurar el sistema económico. 

Esas ideas recibieron una estocada en la crisis de 2008, recuérdese la intención de Sarkozy, que habló de “refundar el capitalismo” sobre bases éticas. Fue bonito, pero no cuajó: los dogmas son muy difíciles de derrotar. En aquella crisis la gente comprobó que algunos siempre ganan, porque cuando obtienen beneficios son privados y cuando soportan pérdidas, las socializan. La confianza en el sistema se quebró, con el auge del populismo de ultraderecha y sus consecuencias, que aún padecemos. 

Que ahora estemos entrando en una época de reivindicación del Estado y que los ciudadanos puedan empezar a recuperar la confianza en que los impuestos y las políticas sirven para resolver problemas, no tiene nada que ver con el color político de los gobiernos. De hecho, en los 40 años de hegemonía neoliberal, ha habido en toda Europa gobiernos de derechas, de izquierdas, liberales, y de coalición de todos ellos. Lo que significa es que la derecha está ideológicamente desubicada. Y en ese estado, si es pragmática, como Von der Leyen, acepta los hechos como materia prima para tomar decisiones. En cambio si es dogmática, evoca ideas trasnochadas, habla de problemas resueltos hace una década o directamente disparata inventando conspiraciones autoritarias. Y no quiero mirar a nadie. ¡Feliz 2023!

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