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Lo que esconde el ruido

La ministra de Igualdad, Irene Montero, interviene en el Congreso para responder a una interpelación de Vox

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Ruido, mucho ruido. Demasiado. Un zumbido constante, atronador y desagradable que lo impregna todo. No hay debate. Ni conversación. Sólo insulto y verbo desbocado. Es la política que asoma en el Parlamento y que cada semana hace suyos los códigos de la bazofia que circula por las redes sociales. Los bulos, la mentira, la manipulación, el improperio…

El sonido es tan perturbador como obsceno y peligroso para una democracia que aspira a una convivencia respetuosa y pacífica. Hace tiempo, sí, que el Congreso, convertido en escenario de figurantes, huyó de la política para dedicarse a un mero espectáculo dominado por lo mediático. El corte, el vídeo, el eslogan, la patraña y la ofensa. Todo suena hueco y todo retumba en Twitter, que es donde de un tiempo a esta parte algunos han decidido que se hace la política y se imparten clases de un falso periodismo. 

Es ese ruido el que distorsiona el verdadero relato de lo que subyace tras la furia de algunos partidos. Basta con detenerse en algunas de las representaciones más aplaudidas por las respectivas huestes. Si los de Vox presumen de los insultos machistas que vierten sobre la ministra Irene Montero y se declaran “superiores moralmente” es porque han hecho del dicterio su única razón de ser en la esfera pública y porque nada hay en ellos que les convierta ni moral ni políticamente por encima de ninguna otra formación política. De lo contrario, ya habrían barrido del mapa electoral a un PP al que pretenden arrastrar, y a veces lo han conseguido, hasta su mismo barrizal. No llegaron para hacer política, sino para esparcir su ira y manchar con su presencia y su provocación las instituciones en las que están.

Que el PP haya hecho seguidismo de su principal competidor de bloque en materias tan sensibles como la violencia machista demuestra no sólo el temor a ser desplazado en el tablero electoral, sino también a su escaso convencimiento sobre la centralidad que dice representar. Y que Feijóo esté dispuesto a coprotagonizar un mitin con Ayuso el próximo domingo contra la derogación del delito de sedición es una muestra más de su impotencia ante la holgada mayoría que Sánchez mantiene en el Parlamento y que le ha permitido, además de tomar en consideración la reforma del Código Penal, aprobar sus terceros Presupuestos Generales del Estado consecutivos. En democracia, el Gobierno tiene todo el derecho a impulsar su agenda legislativa y el resto de partidos, a votar a favor o en contra. Todo lo demás es bulla.

Ni votaciones por llamamiento, ni bulos sobre la Guardia Civil en Navarra, ni utilizaciones espurias de las víctimas de una banda terrorista que ya no existe… Con Feijóo, la derecha española no está electoralmente donde creyó que llegaría a estar con la traumática expulsión de Casado del puesto de mando de Génova ni ha conseguido quebrar la estabilidad parlamentaria de un Sánchez al que pensó que la crisis económica se llevaría por delante. Para ganar las elecciones, hace falta algo más que sentarse a esperar  que caiga la fruta madura y  algo más también que hacer seguidismo de una ultraderecha a la que sí o sí los populares necesitarán en todo caso para gobernar. Por ejemplo, un líder que no decepcione a propios y extraños como lo ha hecho ya Feijóo. 

Llegamos, cómo no, también a la izquierda. De un lado, el PSOE que sigue estancado en los sondeos, a pesar del reconocimiento internacional de Pedro Sánchez, a pesar de que una amplísima mayoría social apoya las medidas anticrisis del Gobierno y a pesar de una estrategia con la que ha logrado imponer el marco de la falta de solvencia de Feijóo. El problema de Sánchez no es la estabilidad ni la falta de proyecto sino el guirigay permanente con sus socios de coalición y aliados parlamentarios. La izquierda a su izquierda le dio el gobierno y es más que probable que sea la responsable de su salida de La Moncloa.

Y, por último, Unidas Podemos, su incapacidad para entenderse con Yolanda Díaz y la tutela sobre la organización de un Pablo Iglesias dispuesto a reventar la coalición de gobierno desde fuera. Con su ofensiva de los últimos días en las redes sociales y sus diatribas ante los micrófonos en los que colabora no solo busca el desagravio a Irene Montero por los feroces e intolerables ataques que ha recibido de la derecha política y mediática, sino convertir a la titular de Igualdad en una mártir del “machismo fascista” y, probablemente, en la elegida para competir en generales bajo la marca Podemos con el espacio Sumar de Yolanda Díaz. La vuelta al ruedo de quien fuera secretario general, por mucho que la anhelen sus incondicionales, es imposible después de que se demostrara en las elecciones madrileñas que su nombre es disolvente para un sector de la izquierda y a la vez un aliciente para la movilización de toda la derecha. 

Todo eso hay detrás del ruido.

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