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Españolito que ves la tele

El líder del PP, Pablo Casado.

Neus Tomàs

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España no es el Madrid de los despachos. Por suerte. Tampoco es el país que dibujan algunos editoriales, los de una prensa añorante de una influencia que ha ido perdiendo a base de pensar más en los consejos de administración que en sus lectores. España no es uniforme y es menos rancia de lo que desde la periferia se intuye, a veces con motivos para sospechar de su anacronismo. No es el país en el que un diputado de Teruel se convierte de un día para otro en el gran traidor a la rojigualda ni es un tuit de Alfonso Ussía anunciando que se votará un golpe de Estado. ¿Un golpe de Estado anunciado y encima votado? Es mejor reírse porque parece una broma y como tal debería interpretarse. Más o menos como los tuits que firma Rosa Díez lamentándose por todas las plagas que nos azotarán a partir de hoy.

Claro que en España hay mucho por mejorar y se podría empezar por una separación de poderes más clara, con menos jueces haciendo política y menos políticos actuando de portavoces de la Justicia. Que Oriol Junqueras aparezca como eurodiputado en la web del Parlamento Europeo o que la Justicia belga ya haya ejecutado sobre Puigdemont la sentencia europea sobre la inmunidad mientras aquí el Tribunal Supremo sigue sin tomar una decisión sobre el líder de ERC no hace más que abonar las dudas sobre la actuación de la más alta judicatura. Y da nuevos argumentos al Consejo de Europa que, tras examinar a 21 estados, ha situado a España como el país menos comprometido en la lucha contra la politización judicial.

Un 68% de los españoles apuestan por el diálogo frente a un tercio que son partidarios de la “mano dura” para resolver el conflicto catalán, según una reciente encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió. Es el resultado de 3.600 entrevistas que se realizaron cuando ya se conocía la sentencia del juicio del procés. Casi la mitad (48%) de los encuestados eran partidarios de que la negociación se realizase sin sobrepasar el marco constitucional, que es lo que ha prometido Sánchez. Pero a la derecha le da igual porque sus votos proceden de sembrar la discordia y prometer la aplicación del artículo 155 cuando no puede hacerse, y no porque lo digan los independentistas sino porque el Tribunal Constitucional ha fijado las condiciones. Por más que lo repita Pablo Casado, seguirá siendo así. Puestos a aclarar, tampoco se puede detener al presidente de la Generalitat, Quim Torra, por “rebelde” aunque Santiago Abascal insista.

La mayoría de los españoles hablan de ETA en pasado y aunque el dolor provocado es inolvidable para sus víctimas y familiares, los intentos burdos de la derecha por reabrir esa herida son deleznables y demuestran una concepción de la política y del papel de la oposición que deja mucho que desear. Bien lo sabe José Luis Rodríguez Zapatero, a quien no solo no reconocen su contribución al final definitivo del terrorismo sino que todavía hoy tiene que escuchar que fue su cómplice. Algo parecido a lo que ahora intentan hacer con Pedro Sánchez por haber sido reelegido gracias a la abstención de Bildu.

A esa derecha con memoria tan selectiva habría que recordarle que Oskar Matute, el cabeza de lista abertzale al que Vox se ha negado a escuchar y Suárez Illana ha dado la espalda, fue miembro del movimiento pacifista Elkarri cuando ETA empuñaba aún las armas. Siendo diputado de Ezker Batua, en el 2004, ya defendía en el Parlamento de Vitoria que existía “un conflicto entre vascos” y que todas las identidades debían ser respetadas: “Tan vascos son los señores del Partido Popular como los del Partido Socialista como ustedes [en referencia a Otegi] como los del PNV”.

En manos del nuevo Gobierno está demostrar que la España del 2020 no es la que dibuja la derecha. Una parte de ella, la más extrema, parece echar de menos aquel país en blanco y negro en el que no se cuestionaba la salud democrática porque simplemente no la había. Por suerte ahora se puede debatir sobre los déficits democráticos y también criticar al rey. Ni España es suya ni le hacen ningún favor a Felipe VI identificándolo con sus argumentarios.

La estrategia de PP, Vox y Ciudadanos puede tener un primer efecto: cohesionar a la izquierda cuando empiecen las primeras discrepancias internas. Teniendo en cuenta que la derecha no parece que tenga intención de echar el freno, el Ejecutivo de Sánchez haría bien en no ser timorato ni dejarse llevar por las provocaciones ni el griterío que le espera en cada pleno. Tendrá que pelear cada proyecto de ley y la negociación de los presupuestos será más que multilateral. Pero solo depende de su astucia para lograrlo.

El exprimer ministro británico David Cameron reconocía tras la publicación de sus memorias que una de sus principales equivocaciones fue generar unas expectativas demasiado altas. “Llevar a la gente a pensar que podíamos obtenerlo casi todo fue un error”, lamenta ahora. Ese es uno de los riesgos que deberá afrontar el nuevo Gobierno y la única manera de lograrlo o al menos intentarlo es combinando la valentía con la eficacia.

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