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La estrategia Ana Rosa

Ana Rosa Quintana en "El programa de AR"

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Éric Zemmour es el último ejemplo de la excrecencia que puede surgir del periodismo y los medios para hacer política. El excolumnista de Le Figaro ha aprovechado los espacios que las televisiones le cedieron para aprovechar el camino de normalización de Marine Le Pen y mostrarse como el representante de la Francia sin complejos. La extrema derecha y los medios de comunicación siempre han tenido un idilio muy enriquecedor para ambas partes. La estrategia usada por Zemmour en Francia es conocida en un país como el nuestro en el que, por ahora, los grandes nombres del periodismo de extrema derecha han preferido usar subalternos en el poder antes que lanzarse a lograrlo. 

Ana Rosa Quintana es su mayor representante. La reina de las mañanas decidió emprender durante la pandemia una estrategia de desgaste sistemático contra el gobierno de coalición. No se trata de una posición editorial legítima que, basada en una ideología liberal-conservadora, tenga un enfoque crítico y a través de informaciones ciertas, investigaciones y posicionamiento contrario a las medidas del gobierno ejerza su labor profesional. No, se trata de mentir, de manera reiterada y aun cuando es advertida de la mentira. Se trata de seguir insistiendo en la mentira, conocedora de su gran poder de difusión, y no pedir disculpas. Porque no es una libre decisión periodística, sino una campaña política que busca hacer prevalecer sus intereses usando como artificio un medio de comunicación. El periodismo es solo la forma en la que esconde una manera directa de intervenir en política para lograr de manera más efectiva sus intereses. 

Ana Rosa Quintana empieza su programa con un sermón contra todo lo que huela a izquierda que lee con dificultad en su autocue. En una de sus filípicas de escaso ritmo y menos rigor acusó a José Luis Rodríguez Zapatero de ser el responsable de la Ley de Secretos Oficiales en el año 2010. La soflama partía de la declaración de Arancha González Laya, que se acogió a dicha ley para argumentar que la información que el juez le solicitaba por el caso de Brahim Galli era materia reservada. Ana Rosa mintió, la Ley de Secretos Oficiales es de 1968, de Francisco Franco. En un principio se podría considerar que se había equivocado y que confundió aprobar una ley con aplicarla en su artículo 4, que fue lo que sucedió en un Consejo de Ministros de 2010 al declarar secretas las comunicaciones de exteriores.

Pero no, no se confundió. Porque el mensaje que escribió en Twitter para intentar defenderse de su manipulación escondía un error tan grosero que solo se podría ocultar con una disculpa pública en el programa que dirige y presenta. La frase es el epítome de lo que Ana Rosa aúna: “En aquel Consejo de Ministros presidido por Zapatero el 15 de octubre de 2010 el Gobierno modificó la ley del 68 de tapadillo ampliando los secretos oficiales, pero no se publicó en el BOE como cuenta el diario Público en este artículo”. Modificar una ley sin publicarse en el BOE. Se comenta sola la barbaridad. Pero ella sabe que puede mentir, porque su finalidad no es informar, sino influir en la dirección que viene bien a sus intereses políticos y económicos. 

Siempre he sido conocedor de haber sido utilizado como un elemento que le sirviera para dotarse de apariencia de pluralidad. Saberlo ayuda para usar con mayor criterio ese espacio al ser consciente de que juego en terreno hostil. Pude asistir de manera directa a cómo un medio de comunicación como El programa de AR construye los pilares sobre los que se fraguan éxitos como el de Eric Zemmour en Francia. Cuando participaba en el programa y aún se creía que tendría conmigo la capacidad de doma que suele mostrar con sus contertulios de la “izquierda” se entrevistó en la mesa a Javier Ortega Smith. En un receso de publicidad vi cómo mi silla se me quitó para ponerla detrás de las cámaras. Sin más explicaciones se me apartó para que no participara en la entrevista. Ignoro si eliminarme de la entrevista para que no pudiera preguntar al líder de VOX en Madrid fue una petición de los posfascistas o salió de la dama de las mañanas. Solo sé que trabajó en su favor para que no hubiera nadie incómodo en la mesa que perturbara el discurso del falangista de VOX. Su programa no está para confrontar el discurso de odio, sino para dejar que se proclame sin ningún dique. 

La FAPE, en un ejercicio obsceno de desmemoria, ha pedido esta semana a los medios y periodistas que planten cara a los discursos de odio. Una asociación de prensa que dejó sin protección a los pocos periodistas que siempre han combatido ese discurso cuando a ellos no les afectaba y que jamás se ha atrevido a señalar con nombre y apellidos a esos medios y periodistas que solo son plataformas de difusión de los discursos de odio para ayudar a esos partidos que lo capitalizan y así favorecer sus propios intereses económicos. Ana Rosa Quintana no es Eric Zemmour porque no lo necesita. Solo mueve los hilos para hacer bailar a quien defiende sus rentas en su lugar, sin mancharse demasiado, mintiendo y usando el tremendo poder de su programa para dar alas al fascismo. 

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