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Se eu fose galego

Alfonso Rueda y Alberto Núñez Feijóo, en un mitin en la plaza de toros de Pontevedra.
16 de febrero de 2024 22:28 h

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Ha dicho Alfonso Rueda en una entrevista que sin el PP habría una Galicia distinta, sin progreso, que los votos de Vox los va a celebrar la izquierda, que ellos son galleguistas y que los del BNG son marxistas leninistas. Es decir: continuidad, voto útil y enemigos a la vista. Una constante en el Partido Popular, que son expertos en gatopardismo y en revestir de novedad formatos caducos. Todos los hechos y personajes de la historia universal, según Hegel, aparecen dos veces. Añadiría Marx que aparecen estos una vez como tragedia y la otra como farsa. Si Feijóo fue la tragedia, imagínense Rueda, aunque considerar a ninguno de ellos un personaje de la historia universal sea pasarse de generoso.

El PP está viendo en riesgo su hegemonía en Galicia y las últimas cariátides del régimen territorial del 78. Una fuga de votos a Vox y un resultado que permita gobernar al BNG los puede dejar dependientes en adelante de la muleta de la ultraderecha en uno de los pocos feudos que les quedan libres de los zarcillos de Abascal. Diego E. Barros comentaba hace unos días que el mayor peligro para el PP de un Gobierno abanderado por los nacionalistas sería el cambio de mentalidad de muchos gallegos que llevan cuarenta años de autonomía sin apenas hacer uso de ella. En cualquier caso, mantengan o pierdan la mayoría absoluta, el hecho de que Ayuso cierre filas con Feijóo demuestra que a este le queda fondo (no confundir con potencia), y plantearse una caída del presidente popular en el corto o medio plazo es celebrar un gol antes de tiempo. Vox, por su parte, recupera su oportunidad para empezar a parasitar a la derecha en un Parlamento en el que no tiene representación, pero no puede proponer una alternativa mejor que la de la continuidad del PP –que es, en el fondo, lo que iban a acabar votando–, y dividir el voto es una cosa que no ha calado tanto en la derecha como en la izquierda.

Como dos ceros son siempre mejor que uno, Podemos y Sumar, tragedia y farsa, concurren en una campaña en la que apenas tienen cabida. El proyecto de Sumar ha perdido fuelle tras el 23J; es complicado vender ilusión cuando la ilusión es conformarse con un Gobierno encabezado por el PSOE y no aspirar siquiera a uno propio por inalcanzable que sea. De Podemos ya se ha dicho todo. La revolución del 15M debe, como diría Marx de la del siglo XIX en 'El dieciocho brumario de Luis Bonaparte', dejar que los muertos entierren a sus muertos para cobrar conciencia de su propio contenido. Reformar el reformismo. 

Saben en Génova que perder Galicia es un problema, pero perderla a manos del BNG supondría una catástrofe: el proyecto conservador es centralista y tendente a la inacción autonómica, mientras que el PSOE ha demostrado una capacidad de adaptación al nuevo paradigma suficiente como para mantener una posición hegemónica a nivel nacional. Los pagos de indemnizaciones de última hora a mariscadores, los avisos por SMS de subidas salariales a funcionarios a dos días de las elecciones son, como el intento de convertir al BNG en Bildu, una prueba del terror que se vislumbra en el PP. Un desastre demasiado temprano para una legislatura que puede ser muy larga.

Cubrí un acto de Alberto Núñez Feijóo en Murcia para las pasadas elecciones municipales y autonómicas de mayo, y escucharle hablar de Puigdemont, de Otegi y de no recuerdo qué movidas del avión presidencial me indignó. Es cierto que aquellas elecciones estaban configuradas en clave nacional y poco importaba hablar de las necesidades de mi tierra, pero el ninguneo del partido gobernante a la Región me hizo fantasear durante un rato con un partido regionalista capaz de desestabilizar el tablero político, inamovible en un 60-40 en el eje derecha-izquierda desde hace casi treinta años. 

Se eu fose galego, es probable que votase pensando en las oportunidades perdidas de Murcia –estamos para dar lecciones– o la Comunidad Valenciana, en los pellets o en por qué Galicia es la segunda Comunidad Autónoma con la población más envejecida de España. Seguramente votase pensando en Galicia, y no en Otegi; en reconstruir una región a la que la gente pueda volver; en dejar de caer en la eterna promesa del progreso y el desarrollo económico; en no creer a los que venden el turismo como la nueva electrificación de las ciudades; en probar fórmulas nuevas.

De nuevo, y por última vez –lo prometo–, 'El dieciocho brumario' manifiesta que la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. No es difícil imaginar qué he estado leyendo estos días. Pablo Batalla ha publicado estos meses un ensayo titulado 'La ira azul, el sueño milenario de la revolución' (Trea, 2023), y su bibliografía me ha hecho retomar lecturas. Su trabajo explora las pulsiones y las costuras intestinas de las revoluciones del pasado mientras que busca entender cuáles son las nuevas ondas revolucionarias que tratarán de conquistar el nuevo mundo tras el colapso del neoliberalismo. Aunque a una escala mucho más local, el resultado del 18F de Galicia puede desencadenar una revolución, sistémica, casi asintomática, que termine de romper el equilibrio territorial asentado con la Constitución del 78. Se eu fose galego, como mínimo, prestaría atención al domingo.

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