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El fascismo español dejó a sus nietos en Lima

Ciudadanos peruanos participan en un plantón de protesta contra el presunto fraude electoral que denuncia la candidata presidencial peruana Keiko Fujimori

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Este martes se terminaron de contar las actas electorales y Pedro Castillo se convirtió así en virtual presidente del Perú, un profe rural, marrón, campesino y rondero de ideas de izquierda, la pesadilla de los fascistas y racistas de Occidente. Casi al mismo tiempo una tuitera de la ultraderecha local compartía un video de Abascal, celebrando que Vox estuviera en pie de lucha contra el comunismo y que presentara un proyecto para investigar las elecciones peruanas. “No estamos solos. Ésta la peleamos todos”, escribió aliviada.

En realidad, el video de marras no contenía ninguna alusión al Perú pero sí anunciaba el último delirio de la extrema derecha española. Le llaman “reacción europea ante la amenaza comunista en la Iberosfera” y se propone más o menos como una instancia de coordinación para lograr influencia e intervención sobre los procesos políticos de América Latina, que consideran feudos de “propaganda socialista e indigenista”.

Como cuando cabalgaban hasta Ceuta para sofocar una invasión de niños, la siguiente audacia de los ultras es la reconquista de sus viejas colonias, el retorno del imperialismo español en complicidad con las mismas élites criollas que marcharon esta semana por las calles de Lima con la bandera de la cruz de Borgoña, el estandarte virreinal de las colonias. El fascismo español dejó a sus nietos a cargo y siguen haciendo de las suyas en pos de su arcaica utopía.

El escenario dantesco que se alistan para enfrentar los barbados cruzados de la derecha en el siglo XXI es uno en que las izquierdas latinoamericanas han cosechado importantes triunfos: Bolivia, Argentina, Chile, Perú y se viene en cualquier momento Colombia. Para estos conquistadores modernos la situación no deviene de la excluyente, elitista, represiva y salvajemente corrupta gestión de los gobiernos neoliberales de las últimas décadas –líbralos señor de hacerse una autocrítica–, sino con un plan maestro de Lula, Maduro y Pablo Iglesias.

Por supuesto, lo que les preocupa es a manos de quién se van a ir ahora las riquezas minerales, porque son tan ultranacionalcatólicos como ultraliberales en lo económico. Al brazo político e ideológico de las multinacionales españolas les preocupa que un presidente como Castillo les otorgue participación real en las decisiones sobre sus territorios a las comunidades indígenas, cuyas reivindicaciones llevan años siendo reprimidas, y sus líderes encarcelados y asesinados. Castillo ha prometido “una segunda reforma agraria”.

En el cartel del 'Foro Iberoamericano: Desafíos de la Igualdad', un evento con motivo de la toma de mando del liberal ecuatoriano Guillermo Lasso –a la que también acudió Bolsonaro–, organizado por la Fundación Internacional para La Libertad que preside Vargas Llosa y auspiciado entre otros por Atlas Network, estaba la cara de Keiko Fujimori. Sonreía al lado de los rostros de Aznar, Ayuso, Casado y Duque. Eso nos da la medida del desplazamiento extremista de la derecha global mientras en su ofensiva usan y desdibujan nociones como 'libertad' y 'democracia'. Está claro que lo harán a cualquier precio, renunciando a sus principios democráticos, tratando de hacernos pasar gato por liebre, limpiando a los peores elementos y los peores regímenes con tal de evitar un cambio de modelo económico.

La derrotada de las últimas elecciones presidenciales peruanas que a esta hora sigue gritando “fraude” se ha ganado con creces su lugar de honor en esa pléyade. La imputada por corrupción de ideario autoritario, quien hoy se pregona como la salvadora de la plaga comunista, ha incumplido todos sus juramentos democráticos y nos ha puesto al borde del golpe de Estado. Sus seguidores, en su enorme mayoría urbanos y residentes en Lima, y de las clases medias y altas, dejaron muchas imágenes en su marcha por la ciudad clamando por la nulidad del voto y la ciudadanía indígena, la causa de que hayan perdido la elección, al estilo de las elites bolivianas. Pero hay una imagen que representa a la perfección la violencia de clase y el racismo de mi país: la foto de una manifestante que vuelve de la lucha seguida de una trabajadora del hogar, su servicio doméstico, quien carga con la reivindicativa pancarta de la exhausta señora. Como escribió el periodista Marco Avilés, Castillo podrá vencer a la derecha pero no a su racismo. O a lo mejor sí.

Hablo de las élites blancas y criollas cómplices como las que representa el influencer Vargas Llosa, quien en una reciente entrevista como parte de su gesta a favor de Fujimori atribuía a Pedro Castillo una “incultura gigantesca” y menospreciaba a sus votantes comparándolos con los de la ciudad, “mucho más informados que el resto del país”.

En las redes la escindida realidad peruana ha quedado representada en una frase que da cuenta de cómo ha resuelto el ingenio popular esa polarización: “No más Vargas Llosa en un país de José María Arguedas”. El autor de 'Los ríos profundos', quizá la mejor novela peruana de la historia, es el amante del mundo andino y difusor de su cultura y espiritualidad, frente a Vargas Llosa, que siempre ha visto en lo indígena el atraso y la barbarie. Los nuevos tiempos reclaman otros escritores/as insignia, otros intelectuales, más justos y revolucionarios.

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