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Por qué Feijóo se alegraría de una legislatura más de Sánchez

Alberto Núñez Feijóo, en el debate de su investidura.

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El PP necesita que Pedro Sánchez siga gobernando. Y no es porque tengan la urgencia de encontrarse a sí mismos, que también. Sino por una cuestión puramente estratégica. El plan veni, vidi, vici de Alberto Núñez Feijóo salió mal: llegó y vio, pero no venció. Desde entonces están desorientados. Planteó la investidura fallida con tres fines: fortalecer su liderazgo interno, reivindicarse como el más votado (algo irrelevante para elegir gobierno en una democracia parlamentaria) y no hacerse un Arrimadas. Los tres objetivos son tácticos y no tienen nada que ver con la función de una investidura que empezó ya desvirtuada. Carece de sentido que el PP chille y patalee porque Sánchez no le dio la réplica. Si tú planteas una investidura táctica, tienes que contar con que tu adversario te responda igual. 

Una frase del discurso de Feijóo anticipa cómo será su discurso en las próximas semanas: “Tengo a mi alcance los votos para ser presidente del Gobierno, pero no acepto pagar el precio que me piden para serlo”. Añadió que a Puigdemont le da igual que gobierne España el PP o el PSOE, siempre y cuando se asuman sus reivindicaciones. Prosiguió su razonamiento asegurando: “A los dos nos ha ofrecido exactamente lo mismo”. La diferencia radica, según él, “en la integridad de los dos candidatos que pueden responderle”

Feijóo sabe demasiado bien que no puede lograr los votos de Junts y los de Vox al mismo tiempo. Si no lo sabe es que no entiende nada del fenómeno de Vox. En España el ascenso de la ultraderecha presenta peculiaridades respecto al resto de Europa. En todas partes el resurgir reaccionario ha bebido del malestar social generado por la gran crisis de 2008 y las drásticas políticas de recortes subsiguientes. Los partidos ultras encarnan un nacionalismo esencialista: identifican la mayor amenaza para la nación y, a continuación, fabrican miedo para ofrecerse como refugio. En casi toda Europa, han convertido en esa gran amenaza a la inmigración. En España, no. De hecho, Vox recurre mucho menos a ese discurso, porque para ellos la amenaza existencial a la nación española no son los extranjeros, sino los españoles, en concreto los catalanes, y sobre todo una parte de ellos: los independentistas. 

El auge de Vox se explica de forma clara por la crisis territorial en Cataluña. En las elecciones generales de 2015, el año caliente de la crisis de refugiados en Europa, Vox obtuvo el 0,23% de los votos. No había conseguido acceder a ningún parlamento autonómico y carecía de representación institucional relevante hasta las elecciones andaluzas de 2018. Logró un nada desdeñable 11% y entró con fuerza en el parlamento: 12 diputados. ¿Qué había sucedido entre medias? La declaración unilateral de independencia en Cataluña y todo lo que vino después. Un año más tarde se celebraron elecciones generales, entre fuertes tensiones políticas, con protestas y disturbios en las calles de Barcelona a causa de la sentencia del procés. Esta se falló en octubre, las elecciones tuvieron lugar en noviembre. Hay que recordar el sobresalto general: Vox se convirtió en la tercera fuerza política de nuestro país, con 52 diputados. 

Feijóo nunca ha tenido al alcance de la mano un pacto con Junts y Vox porque son como el agua y el aceite: si entra uno, salta el otro. Se trata de dos nacionalismos esencialistas, que se retroalimentan entre ellos. Esto no significa que algún día el PP no pueda entenderse con Junts. Si ese partido regresa a la normalidad política e institucional, encontrarán afinidades, sin duda. Pero eso no ocurrirá mientras Vox tenga que sumarse a la ecuación. Es una imposibilidad política, aunque Feijóo lo llame integridad: su pretensión de enaltecer su impotencia, adornándola con nobles objetivos es un recurso al cinismo que casa mal con la verdadera integridad. 

Sin embargo, puede que algún día sus sueños se cumplan. Especulando sobre el futuro, Feijóo debería ser el primero en desear una legislatura más para Sánchez. Al PP le vendría bien que el PSOE continuara calmando las aguas de la política catalana, y que a lo largo de cuatro años Junts se fuera ahormando a la vida parlamentaria: conversaciones, diálogo, tal vez acuerdos... Cuanta más normalidad haya en Cataluña, menos votos obtendrá Vox, como han demostrado las elecciones de este año. Esto beneficiaría al PP. Y si entonces, dentro de cuatro años, Feijóo mejorara sus resultados, ya sí podría pactar con Junts. Sufriría la crítica interna, sin duda, pero habría también pragmáticos –como los hay ahora– que dirían: alguna vez tendremos que gobernar, ¿no? Si ese momento llegara, se parecería a cuando el PP pactaba con CiU. La derecha mediática lo encontraría natural, como entonces. Y no me cabe ninguna duda, un tipo con tan altos estándares éticos como pregona, agradecería al presidente Sánchez su esfuerzo por resolver la cuestión catalana.

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