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Felipe López, una especie periodística en peligro de extinción

Gumersindo Lafuente

Ha escrito todas las semanas durante los últimos treinta años y nunca ha firmado. Estudió en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia y Suiza. Hijo y nieto de presidentes de su país, cachorro por tanto de una saga poderosa, rompió la tradición familiar y evitó dedicarse a la política. Es discreto y, según él, tímido, pero sus casi dos metros de altura no le permiten pasar desapercibido. Felipe López es editor y dueño de Semana, la revista más influyente de Colombia y, según mi opinión, una de las mejores de América Latina.

Pueden ya imaginarse que Felipe López no es un editor cualquiera, es de los de antes, quiero decir, de los que ya no hay, al menos en España. De los que sin quitar el ojo a las cuentas, piensan todo el tiempo en el producto. De los que son capaces de aislar a sus periodistas de las influencias del poder. De los que miran las pruebas de las páginas y encuentran un error hasta en los pies de foto. De los que, tras gozar durante diez años las mieles de la dirección periodística, supieron retirarse a tiempo y delegar esa responsabilidad. También de los que, conscientes de sus limitaciones, dejan las riendas gerenciales de la compañía en manos expertas.

Todo lo anterior sorprende en España. Ya no tenemos, salvo alguna excepción, editores de prensa de esa clase. Quizá sea uno de los problemas más graves de nuestra industria, hoy en manos de la bolsa, los ejecutivos y los fondos de inversión. Muchos vasallajes para un negocio que debería emplear todas sus energías en pelear contra el poder al servicio de los lectores.

Pero volvamos a Colombia, a Felipe López y a Semana, que 31 años después de su nacimiento se ha convertido en un grupo de revistas singulares. Dinero, Soho, Fucsia, Jet-Set, Arcadia, Sostenible… Dirigidas por excelentes periodistas, pero que siguen teniendo en su fundador un referente imprescindible. Tuve la suerte de comer con Felipe López y con su hija María hace unos días en Bogotá y me llevé la sensación de estar ante un hombre prudente (dispuesto a conservar las esencias de sus revistas), pero a la vez atrevido (con una atención crítica a lo que está ocurriendo en el mundo digital). Seguro que también temido y festejado. Y muy probablemente con algunos defectos que ya se encargarán sus críticos de recordarnos más abajo, que para eso están abiertos los comentarios. Pero lo que, de un primer golpe, más me interesó del personaje fue estar frente a una especie en peligro de extinción: un editor.

En España tuvimos editores, así, en pasado. Con sus virtudes y sus defectos. Pero con un nexo común de pasión por el periodismo. Recordamos los más recientes, los que hicieron la transición, que fue política y también periodística. Antonio Asensio, Juan Tomás de Salas, Jesús Polanco. Más atrás, antes de la dictadura, Luis Montiel, fundador de Estampa, del diario gráfico Ahora y del As (también de la Semana española). Los hermanos Busquets, que rescataron al Heraldo de Madrid y lo convirtieron en un referente de la prensa republicana. Aún más allá, Carlos Godó, Luca de Tena, Herrera Oria. Nombres célebres para proyectos muy dispares. Editores.

En el vuelo de regreso a Madrid devoré una entrevista publicada en formato libro que el periodista Juan Carlos Iragorri le hizo a Felipe López con motivo del 30 aniversario de Semana. Sus más de 200 páginas ayudan a comprender mejor la historia convulsa de los últimos cien años de Colombia, pero sobre todo nos acercan a los avatares cotidianos, emociones y sinsabores de un editor que sortea preguntas difíciles pero deja muchas perlas de prudencia y sentido común. Vayan tres ejemplos sobre los asuntos más calientes hoy en Colombia:

Álvaro Uribe y sus críticas permanentes a la gestión de Santos: “Creo que un expresidente tiene que tragarse los sapos de todo lo que no le gusta de sus sucesor y, en la medida de lo posible, guardar silencio. Estoy seguro de que a mediano plazo eso produce una mayor reivindicación de su obra de gobierno que la de hacer todos los días de jefe de la oposición”

El proceso de paz con las FARC y su posible conversión en partido político: “Para eso se hace el proceso de paz. Para que la gente que antes echaba la bala haga política”.

El presidente Juan Manuel Santos y su apuesta por la negociación: “A él siempre se le asociaba con realismo y frialdad, y no puede haber nada más opuesto a esos dos calificativos que jugarse precisamente la carta de compensar a las víctimas y de corregir la inequidad del agro”.

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