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España se retira de la aventura estadounidense en Irán, ¿a qué coste?

Jesús A. Núñez

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria —

Cuando el gobierno español decidió incorporar durante seis meses a la fragata Méndez Núñez (F-104) al grupo de combate liderado por el portaviones USS Abraham Lincoln ya sabía la ruta a seguir. Sabía, por tanto, que como buque de escolta- el único no estadounidense de los siete que acompañan al portaviones nuclear- atravesaría zonas de alta tensión como el canal de Suez y el estrecho de Bab el Mandeb, así como el Golfo Pérsico y el mar del sur de China. También sabía que desde mayo del pasado año Washington había decidido denunciar unilateralmente el acuerdo nuclear firmado con Irán en junio de 2015 y que, desde entonces, la tensión no hace más que aumentar en una dinámica de acoso y derribo del régimen iraní, en la que, aunque ninguno de los dos actores enfrentados desea un choque directo, no se pueden descartar episodios violentos.

Cabe suponer que estos simples datos habían sido tenidos en cuenta antes de comenzar la singladura y por eso no deja de sorprender que ahora se haya decidido una retirada “temporal” antes de que el grupo de combate entre en las aguas del Golfo. En un ejercicio de autosugestión, como si ese gesto no fuera a tener ninguna consecuencia, se pretende que la fragata vuelva a incorporarse a filas en cuanto el grupo de combate salga de la zona y prosiga su camino hacia el Índico (¿para hacer lo mismo cuando se inicien las maniobras con las fuerzas navales de India y otros países del sudeste asiático, operando en unas aguas tan turbulentas como las que China reclama como propias?).

Frente a ese candoroso planteamiento (“no pasa nada”) es probable que otros ojos lo vean de manera diferente. Así, cabe preguntarse qué hace la fragata española en lo que, si se completa, será una vuelta al mundo. En primer lugar, es elemental entender que, desde el punto de vista de la instrucción y la operatividad de un sistema de armas tan sofisticado como el de este buque, siempre es una buena idea colaborar con los mejores (y nadie puede dudar de la alta cualificación de la armada estadounidense). Son seis meses de experiencias y lecciones aprendidas que luego redundarán en una mejor capacitación de la armada española.

Pero de inmediato se hace visible otro propósito, que tiene mucho más que ver con la industria de defensa, y más concretamente con Navantia, constructora de la F-104. Actualmente Estados Unidos ha puesto en marcha un concurso internacional para dotarse a corto plazo de 20 fragatas FFG-(X), tomando solo en consideración modelos derivados de buques que ya están en servicio. Y Navantia, en colaboración con la empresa estadounidense Bath Iron Works (del grupo General Dynamics), pugna con otros cuatro candidatos por hacerse con el jugoso contrato que debe decidirse a mitad de este mismo año. En consecuencia, es fácil entender que la Méndez Núñez sirve como tarjeta de presentación para ganar puntos en dicho concurso.

Llegados a este punto los problemas se multiplican para España. Si la fragata entra en el Golfo, y aunque la última palabra siempre la tenga España a través del JEMAD y el Jefe del Mando de Operaciones, se expone a verse arrastrada a situaciones muy comprometidas por una administración tan nefasta como la de Trump. Pero, si se queda a las puertas, se arriesga a una triple bofetada. En el terreno estrictamente militar, la ausencia de la fragata española supone disminuir la capacidad defensiva del grupo de combate y, aunque con sus propios efectivos y el resto de los que EE UU tiene desplegados en la zona la seguridad del grupo sigue estando garantizada, no será extraño que Washington haga sentir su desagrado con un aliado que solo parece estar dispuesto para el paseo, pero no para el hipotético combate.

En el terreno industrial es inmediato suponer que, como mínimo, las opciones para Navantia de hacerse con una buena parte de un contrato que ronda los 15.000 millones de euros se reducen automáticamente. Y, por último, en el ámbito político y diplomático es previsible que vuelvan a cobrar fuerza críticas similares a las que ya Washington expresó en ocasiones anteriores, como cuando el gobierno de Zapatero decidió, cargado de razones, en 2004 retirar a las tropas españolas de la ilegal invasión y ocupación estadounidense de Irak. Con fundamento o sin él, Washington no dejará pasar la oportunidad de afear la conducta del gobierno español, aunque tampoco le interesa perder la cabeza cuando en Rota y Morón sigue teniendo medios navales y facilidades marítimas y aéreas de considerable importancia en la defensa de sus intereses no solo en Oriente Medio sino también en África.

En definitiva, un pésimo cálculo de las implicaciones que tiene navegar al lado de los buques de guerra estadounidenses en las circunstancias actuales, y una improvisación derivada de una valoración excesiva de la amenaza que supone hoy entrar en aguas del Golfo. Los costes van a ser reales, pero, en última instancia, llevaderos.

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