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Venezuela: frente a los posicionamientos exprés, la urgencia de los matices

Imagen de archivo de una protesta en Venezuela

Leila Nachawati

El mundo ha cambiado mucho desde aquellos largos años de Guerra Fría y, sin embargo, su sombra parece seguir marcando los posicionamientos (geo)políticos, anclando los debates sobre pueblos, regiones, sociedades enteras en esquemas bipolares. Uno de los ejemplos recientes más extremos de esa polarización es Siria, país que pocos conocen, con el que abundan los posicionamientos exprés y brillan por su ausencia los matices. También se da esa polarización, que ha sido muy evidente estos días, con Venezuela, que desata reacciones encendidas y muy alejadas de su realidad. Basta asomarse a cualquier canal de internet para comprobar cómo se abordan a vista de pájaro, sin matices, sin empatía, conflictos con múltiples dimensiones.

Cuanto más complejo es el contexto, más florecen los análisis reduccionistas, en clave de falsas dicotomías: radicales / moderados, sunitas / chiítas, imperialistas / anti-imperialistas, equipo Trump / equipo Putin, patriotas / traidores, ejes del mal / marionetas del imperialismo...

Como si sociedades complejas y diversas pudiesen encajar en categorías tan limitadas. Como si al sur (del Mediterráneo, de Europa, de Estados Unidos...) desapareciesen los matices, justo cuando más falta hacen, rodeados como estamos de autoritarismos, fascismos e injerencias geoestratégicas. Como si la lejanía permitiese un distanciamiento, mucho más que geográfico, que reduce al otro (Orientalismo, lo llamaba Edward Said) a una serie de estereotipos que dicen más de quien mira que de quien es mirado.

No hay matices en la visión del otro de los Trumps, los Bolsonaros y los Voxes del mundo, y tampoco parece haberlos en una parte de la izquierda, capaz de categorizar pueblos, países y regiones enteras como “imperialistas” y “antiimperialistas”. Un reduccionismo que quedó en evidencia en los posicionamientos exprés que generó el conflicto Maduro / Guaidó de estos días. O como dice la periodista Dima Al Khatib, corresponsal durante años de Latinoamérica para Al Jazeera, en conversación telefónica con Eldiario.es:

“Veo una simplificación enorme de lo que ocurre en Venezuela, como si las cosas fuesen blancas o negras. Es una situación enormemente compleja y espinosa, con elementos que se solapan, externos e internos. La polarización extrema con que se aborda hace desaparecer la verdad, mata el diálogo y la crítica”.

La complejidad como herramienta analítica

Para combatir estos simplismos, empecemos por asumir que el mundo es complejo. Que seguramente se nos escapen muchas claves, que debemos escuchar, leer, empatizar con quienes están viviendo y sufriendo ese contexto, sin pretender que sus luchas, tensiones o reivindicaciones encajen en el esquema que más nos convenga o más fácil nos resulte de digerir. Que no hay nada malo en escuchar durante días, semanas o meses sin dar una opinión contundente, que no hace falta posicionarse a los 15 minutos cada vez que surja un conflicto del que probablemente ignoremos múltiples dimensiones. O como dice Marianne Hernández, bloguera para Global Voices:

Gente que odio: la que opina sobre el futuro de mi país como si solo fuera una ficha en su conspiranoia anticapitalista personal. Es mi país, es mi hogar, mi infancia, mi pasado y mi futuro; es un lugar que no conoces y que no significa nada para ti. Ten un poco de respeto.

Entender la complejidad requiere de un análisis que, en contextos de gran relevancia geoestratégica, debe hacerse a varios niveles: local, regional, internacional... Un análisis complejo en el que se escuche a las voces locales sin dejar de tener presente el modo en que otras potencias tratan de capitalizar tensiones y conflictos. Un análisis en el que debe estar presente también la empatía.

No hace falta un desbordamiento de empatía para percibir lo ofensivo de calificar a todas las personas que se oponen a Maduro como traidores a la patria (para quienes todavía recurran a estos términos trasnochados), ni para observar que la situación en Venezuela se ha vuelto insostenible para buena parte de sus habitantes.

Esto no implica ignorar cómo potencias como Estados Unidos instrumentalizan la situación de caos en su beneficio. La empatía lleva a apoyar soluciones que alivien el sufrimiento de la población y no la aboquen a más violencia. La empatía es, hoy más que nunca, clave frente al golpismo histórico de la derecha pro-injerencias estadounidenses y también frente al “antiimperialismo sumario” de buena parte de la izquierda.

Que las potencias geopolíticas buscan avanzar sus intereses no es un secreto para nadie. Que los pueblos tienen sus propias dinámicas internas y no son solo títeres de Rusia o Estados Unidos debería ser igual de evidente. La legitimidad de Maduro o de Guaidó no la determina qué potencias se posicionan con cada uno (véase a Bolsonaro apoyando a Guaidó o a Erdogán animando a Maduro), y sí en qué medida son capaces de responder y representar las demandas de su población.

Distinguir y poner en valor estos aspectos parece más razonable que esa visión del mundo en dos ejes que obliga a elegir entre jalear al equipo Trump o al equipo Putin a la vez que ignora a las víctimas y protagonistas de los conflictos. Luchemos cuanto antes contra esa polarización que simplifica lo complejo y tratemos de entender cada contexto como lo que es y no como el espejo de nuestras proyecciones ideológicas.

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