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Un fútbol apolítico de neonazis y machistas

Cartel de apoyo al Ejercito Popular de Ucrania con Roman Zozulya como protagonista.

Carlos Hernández

¿Se puede ser una estrella del fútbol mundial siendo neonazi y presumiendo de ello públicamente? Esta es la única pregunta, en el fondo, que planea sobre el accidentado fichaje del jugador ucraniano Roman Zozulya por parte del Rayo Vallecano. La mayoría de las respuestas a esta simple cuestión han sido síes hipócritas, camuflados de supuesta neutralidad: “Hay que separar fútbol y política”, “fútbol es fútbol”, “lo que importa es su comportamiento en el terreno de juego”, etc.

El único que se mostró verdaderamente sincero en su contestación fue un periodista de El País. Rafa Cabeleira afirmó la pasada semana que al aficionado al fútbol, el hecho de que un jugador sea neonazi le debe importar tan poco como que sea “el chico negro, el joven gay o la niña que no quiere ser princesa”. Lo malo no es solo que un profesional de la comunicación realice esta comparación y su medio, ese que en su día fue referencia del progresismo de este país, le permita publicarlo; lo verdaderamente grave es que Cabeleira estaba poniendo voz a lo que piensan muchos de esos opinadores y dirigentes de nuestro fútbol que tan a menudo nos exigen separar el deporte de la política.

Si por algo está siendo relevante esta polémica es porque ha vuelto a hacer aflorar la caspa y el machismo que siguen impregnando nuestro balompié. Basta escuchar lo que se dice en algunos programas de radio y televisión para confirmar que en ese mundo paralelo que es el fútbol aún hay algunos, demasiados, que tienen un pie en la época en que la copa era del “Generalísimo” y el modelo de dirigente era Don franquista Bernabéu.

Un mundo de “machadas”, “hombradas” y “juego viril” en el que encaja a la perfección el actual presidente de la Liga de Fútbol Profesional, Javier Tebas, que se enorgullece de haber militado en Fuerza Nueva y que pide abiertamente para España la llegada de nuestro propio Le Pen. A nadie le puede sorprender, por tanto, su beligerante defensa de Zozulya que ha llegado al delirante extremo de anunciar una querella criminal contra aficionados rayistas. Tebas sí puede hacer política y hablar de política; y además con el objetivo único de servir a su ideología ultraderechista, pero nos exige a los demás que no politicemos el fútbol. Él y ellos sí pueden interpretar un simple partido de la selección como un acto de reivindicación popular de la unidad de España, pero no soportan que en Cataluña se exhiban banderas independentistas porque eso sí es politizar el fútbol.

Es en ese contexto en el que se desarrolló la última polémica que nos ocupa, provocando espectáculos tan contradictorios como reveladores. Apenas 24 horas después de que comenzara la campaña de la afición del Rayo para abortar el fichaje de Zozulya, los jugadores del Betis salieron en bloque, públicamente, para condenar su “linchamiento”. Podríamos estar ante un simple caso de corporativismo movido por la ignorancia… de no ser porque esa determinación contrasta con el silencio que la misma plantilla mantiene ante las graves acusaciones por violencia de género que pesan contra otro compañero de vestuario. Rubén Castro se sentará este año en el banquillo acusado de siete delitos de malos tratos y uno de agresión sexual.

Ni el “campechano” Joaquín, ni el resto de sus “compis” han levantado la voz contra los aficionados béticos que han apoyado a este imputado con cánticos así de repugnantes: “Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien”. Ni uno solo de los futbolistas verdiblancos que clamaron la pasada semana ante la prensa “todos somos Zozulya” han dicho hasta ahora “todos somos Laura” en solidaridad con la agredida exnovia del presunto maltratador. Una actitud similar a la de prácticamente todos los dirigentes, aficionados y periodistas que han defendido al delantero ucraniano.

Yendo, por último, a la raíz del escándalo, el propio Rafa Cabeleira reconocía lo evidente en su artículo: el futbolista ucraniano es de ideología neonazi. No hay que ser un periodista de investigación para llegar a tal conclusión aunque en su propio diario llegaron a pintar, días después, a Zozulya como un benefactor de niños cuya inmaculada imagen había sido mancillada por “la desinformación y la propaganda” de la malvada Rusia.

Diga lo que diga 'El periódico global', es el propio jugador quien ha revelado su ideología en las redes sociales. El delantero expresó su apoyo al Batallón Azov, un grupo paramilitar neonazi acusado de cometer crímenes de guerra, en un vídeo colgado en el canal de Youtube de los ultraderechistas. Y en sus perfiles personales Zozulya ha dejado otras huellas: entre otras muchas cosas, se enorgullecía reiteradamente de parecerse a Stepán Bandera. Este líder nacionalista ucraniano intentó llevar a su país a la independencia poniéndolo en manos de Adolf Hitler. La ambición desmedida del Führer frustró los planes de Bandera y dio con sus huesos en un campo de concentración, pero en el camino se quedaron miles de judíos y oponentes políticos exterminados por sus milicias que “trabajaban”, codo con codo, con las SS. Ese es el héroe de Zozulya. ¿Queremos que lo sea también de nuestros hijos?

En esta última pregunta se halla parte de la respuesta a la cuestión con que arrancaba estas líneas. Cualquier futbolista, faltaría más, puede pensar lo que le venga en gana; otra cosa bien diferente es que utilice la fama que le ha brindado este deporte para difundir ideales contrarios a la libertad, la tolerancia y los derechos humanos. Si el fútbol solo fuera fútbol, como dicen los que defienden a Zozulya, no tendría sentido la prohibición de exhibir en los estadios símbolos fascistas; si solo es un deporte, ¿por qué se ha adoptado en todas las competiciones el lema “Respeto, no al racismo”?; si hay que alejar este espectáculo de la política, ¿por qué se recurre a subvenciones municipales para salvar equipos en ruina, a “papá Estado” para crear espacios de privilegio fiscal y a La Roja como referencia de la Marca España?

Todos, incluso quienes se deslizan por ese discurso hipócrita, sabemos que el fútbol es mucho más que fútbol y, nos guste o no, sus estrellas, sus dirigentes y hasta algunos de sus periodistas son el espejo en que se quieren ver reflejados millones de niños y jóvenes de los cinco continentes. Lo mínimo que podemos exigirle a todos ellos es que respeten los valores democráticos y no insulten nuestra inteligencia apelando a despolitizar el deporte, mientras se dedican a proteger a neonazis, maltratadores y machistas.

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