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Ni Generación Leonor, ni reina feminista, ni republicanos monárquicos

Varias mujeres reparten banderas de España con motivo de la jura de la Constitución de la princesa Leonor.

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En un discurso pronunciado el 28 de marzo de 1932 en la sesión de clausura de la Asamblea del partido Acción Republicana, cuando era presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República, Manuel Azaña dijo que la República era “actualmente en España la forma estricta de la vida nacional, y a las gentes desalumbradas que en su furor polémico han llegado hasta a decir que yo he dejado de ser español, yo les preguntaría qué saben ellos de España y de los españoles”. Porque “España es anterior a Recaredo, y cuando los últimos vestigios de la posteridad espiritual de Recaredo hayan desaparecido, España subsistirá”; porque “nosotros los republicanos que hemos hecho la República, lo que hemos venido a hacer ha sido poner punto a una digresión monstruosa de la historia española, que comienza en el siglo XVI, que corta el normal desenvolvimiento del ser español, y le pone con todas sus energías y toda su grandeza al servicio de una dinastía servidora a su vez de una idea imperialista y católica”.

Pero no nos quedemos en 1932. A lo que hemos asistido esos días, con la Villa invadida por la Corte y las calles llenas de carteles con la cara de Leonor, es a un extraordinario intento de lavado de cara de la monarquía española, que ahora quiere darse un barniz moderno, feminista –sólo por el hecho de tomar a una mujer por heredera, y por obligación: la primacía en la línea de la sucesión sigue siendo para el varón, y menos mal que Leonor no tiene un hermano pequeño–, acorde con los tiempos. Pero no hay ni reina feminista, ni republicanos monárquicos: sigue siendo el PSOE, en nuestros tiempos, el principal instrumento garante de la permanencia de la monarquía española, incluso después de que esta, en los últimos años, quedara significada como una institución de parte y más vinculada a la derecha que nunca. Y es por esos “republicanos” monárquicos, con permanente barullo en sus juventudes, por los que la institución puede permanecer.

La princesa Leonor ha jurado una Constitución sin mutaciones y casi inmutable: la misma con la que juró su padre. Y eso ya es sintomático: no solamente de una institución que se resiste a cambiar, sino que ha desplegado todos los mecanismos necesarios para que ese cambio no suceda –salvo en casos como el del 135– o sea extraordinariamente difícil. Difícilmente representa esa Constitución o su jura a las generaciones hoy en día más jóvenes. Y es directamente insultante que los medios hablen estos días de una “Generación Leonor”, la de quienes tenemos en 2023 entre 18 y 28 años.

¿Cómo va a marcar a una generación una dinastía? ¿Qué simpatía puede ofrecernos quien ha crecido como sucesora necesaria de esa dinastía servidora? ¿Qué similitudes tiene Leonor con sus coetáneos, quienes hemos crecido sin futuro, viviendo de pleno la crisis económica de 2008, soportando al llegar a la edad adulta y entrar en los estudios superiores –si podíamos– las consecuencias de la pandemia, la guerra y la inestabilidad? ¿Qué conoce Leonor sobre el paro juvenil, realidad a ella puramente ajena? ¿Y cómo puede esa falsa identificación no producir rechazo, no generar discordia? Difícilmente puede la “Generación Leonor” creer en la supremacía divina de los reyes, en la eternidad de las instituciones y del pasado… o en una monarquía ineludiblemente marcada, en nuestro recuerdo, por el escándalo y la corrupción, por el machismo y el desfalco, por encarnar más la reacción y el retroceso que cualquier ilustración de valores o tradiciones españolas.

La monarquía es una institución que pertenece necesariamente al pasado: por su esencia, por su naturaleza, por su carácter. La república también es representativa de otra característica: la madurez de un pueblo para dotarse a sí mismo de sus gobernadores y representantes. Y en ningún caso se trata esa reivindicación de la república de una nostalgia, sino de la propuesta de un futuro en común, la seriedad de mirar a España sin condescendencia, sin creer que no está a la altura de sus circunstancias, que no podría dotarse de símbolos nuevos a sí misma. Es la República la reanudación de una gran tradición española, de una tradición liberal, de una tradición popular. Es por esos motivos por los que es necesario defender a futuro la propuesta republicana. Y porque, como causa, al contrario que la monarquía, es coherente; y más coherente aún al contar, para sí, con toda la fuerza del paso futuro del tiempo, ansiando que por fin, algún día, se pregunte al pueblo qué quiere ser.

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