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¿Va a hacerse Vox con la derecha española?

Pablo Casado y Santiago Abascal, durante un Pleno del Congreso / EFE

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La perspectiva de unas elecciones generales se ha acercado mucho en los últimos días. Aunque parezca bastante claro que no habrá ruptura de la coalición de gobierno PSOE-UP a corto plazo, esa posibilidad empezará a quedar abierta a la vuelta del verano y los comicios podrían tener lugar en la primavera de 2022. Varios factores, y no sólo las actuales tensiones entre los dos socios, avalan esa hipótesis. De la que surge la inquietante pregunta que figura como titular de estas líneas. Y la primera respuesta a la misma es que eso puede ocurrir perfectamente. Vox puede convertirse en el primer partido de la derecha española. Y, además, el políticamente dominante en ese ámbito.

Es muy posible que las tensiones crecientes entre los socialistas y Podemos se calmen, e incluso mucho, tras la esperada reunión entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de la próxima semana. Pero inevitablemente resurgirán cuando el Gobierno tenga que abordar las decisiones económicas cruciales a las que obliga la crisis y los compromisos contraídos con la Unión Europea a cambio de los enormes fondos que ésta ha dispuesto para la recuperación. La reforma laboral, la política de pensiones y la orientación de las inversiones que habrá que hacer con esos fondos serán algunos de los capítulos en que el PSOE y Unidas Podemos tendrán que chocar. Y ninguna reunión milagrosa entre sus líderes podrá salvar las enormes distancias que separan a ambas organizaciones en esas cuestiones.

Si es verdad que para finales de año la pandemia empieza a estar controlada gracias a las vacunas, la parálisis política que se derivará de esos enfrentamientos desplazará a la COVID-19 como gran asunto de la escena española. Y si se comprueba que esa parálisis es insoluble, Pedro Sánchez no tendrá más remedio que disolver las cámaras y convocar elecciones.

Aunque nadie hable de ella, esa hipótesis preside el actual momento político. En la izquierda y en la derecha. Y puede que explique mejor que cualquier otra cosa los movimientos que en estos momentos se registran en el tablero. Incluidas las tensiones entre el PSOE y UP.

Si las elecciones se celebran en la primavera de 2022, habrán transcurrido más de dos años desde que se formó el Gobierno de coalición. Desde entonces han ocurrido varias cosas importantes. La primera es que el PSOE se ha consolidado y que apunta a más. La segunda es que UP no se ha hundido, tal y como confirman las elecciones catalanas y el último CIS. La tercera es que la derecha ha entrado en una fase de conmoción.

El PP, su primer partido, el único que tiene hondas raíces en la sociedad civil y en las instituciones, se encuentra en una crisis a la que no se ve salida. Pablo Casado está acabado políticamente, pero tiene la suficiente fuerza orgánica como para evitar, por el momento, su dimisión y con ella la pérdida del puesto de trabajo para los miles de cuadros que deben su salario a que el actual líder siga en el poder. El fiasco de la última reunión de su dirección expresa el marasmo que eso significa. Tras el desastre catalán, de lo único que ha sido capaz el PP ha sido de anunciar un cambio de sede.

Y aún más grave como expresión de lo mal que están las cosas en el partido, a lo único que se han atrevido los barones regionales que verían con muy buenos ojos que Casado, y el Aznar que está detrás de él, desaparecieran del mapa, es a protestar porque no se les había advertido previamente de ese cambio de sede.

Lo digan o no, les guste o les horrorice, los militantes del PP deberían tener claro es que el desastre está garantizado si Casado sigue siendo el cabeza de lista del partido en las próximas elecciones generales. Es de prever, por tanto, que la sustitución se produzca. De la manera que sea, que en ningún caso será la mejor, vistas las circunstancias. Y que adolecerá de un grave defecto. El de que el nuevo candidato tendrá poco tiempo para afianzarse en su papel.

Unas elecciones en la primavera de 2022 serían por tanto una mala noticia para el PP. Y ese dato puede ser uno de los que Sánchez esté manejando a la hora de diseñar su calendario. Otro es seguramente el futuro de Ciudadanos. Parece que es consistente el rumor de que Albert Rivera está trabajando para fusionar a su antiguo partido con el de Pablo Casado, mientras Inés Arrimadas y la actual dirección, la central y las de varias organizaciones regionales, rechaza esa idea. La cosa no es baladí. Porque si Ciudadanos logra sobrevivir, podría ser un candidato a apoyar un gobierno socialista, por pocos diputados que obtuviera.

Pero más allá de esas cábalas, lo importante en la derecha es que Vox está más fuerte que nunca. Y que la crisis abierta que está atravesando el PP y de la que le va a ser muy difícil salir no hará sino mejorar sus perspectivas electorales. El giro a la derecha que Casado ha practicado desde que alcanzó la presidencia, aparte de hacer muy difícil la vuelta al centro que ahora preconiza, facilita mucho la tarea de Vox. Porque una parte significativa del electorado del PP se ha radicalizado, y no poco, en los asuntos que son el banderín de enganche del partido que preside Santiago Abascal. Con la animadversión a la izquierda, y en particular a Podemos, el centralismo sin contemplaciones y el odio a los soberanistas, catalanes y vascos, la necesidad de una política fuerte, sin pactos, e incluso una cierta xenofobia hacia la inmigración. Que, aunque no esté en el primer plano de la actualidad política, puede generar simpatías entre muchos electores de derechas.

La imagen de fracaso que está dando la actual dirección, unida a la falta de perspectivas de mejora, puede alejar del PP a muchos de los 5.047.040 ciudadanos que votaron a ese partido en noviembre de 2019. Y Vox puede perfectamente ser el partido que acoja a sus tránsfugas. Porque ideológicamente no está tan lejos de donde Pablo Casado ha llevado a su partido. Y porque Vox da una imagen de entereza que el PP ha perdido por completo. Además, no son tantos los votos que harían falta para que el partido de Abascal se convirtiera en el primero de la derecha. Sólo la mitad de los 1.390.061 que separaron a Vox del PP en las últimas generales.

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