Hagan juego, señorías
Ninguno ha obtenido el resultado que soñaba, pero el PSC se ha quedado más cerca. Es la primera impresión cuando se comparan los resultados con las expectativas proclamadas por los protagonistas durante la campaña. Si la elección que se ha planteado a los catalanes era entre restauración o pasar página, los electores les han devuelto el dilema mejorado a sus señorías.
La primera lectura de esta participación que vuelve a niveles previos al procés y el variado reparto de escaños parece obvia. Los catalanes tienen toda la pinta de no ir a aceptar con resignación otra repetición electoral. Acuerden y gobiernen es la instrucción. No les falta razón. Seis votaciones en diez años se antojan más que suficientes.
El PSC gana con una claridad parecida a aquella que seguramente Pedro Sánchez necesitaba. Salvador Illa gana con su mensaje de pasar la página y los números le dan por la mínima para gobernar; pero la llave la tiene Esquerra y nadie sabe qué harán los republicanos cuando se les pase el disgusto.
ERC cae más aún de cuanto Pere Aragonès temía. El independentismo se ha quedado más en casa, dando más señales inequívocas de cansancio. El bálsamo del pragmatismo no parece ser el remedio revigorizante que necesitaba. Aragonès adelantó las urnas para evitar el desastre y se encontró con una campaña donde no tenía espacio. La mejor noticia para los republicanos en una noche llena de malas vibraciones reside en que todo pasa por ellos; lo que puede suceder y lo que suceda. Pero en ERC vienen días de tribulación y ya sentencia San Ignacio que no suele ser bueno hacer mudanza.
Junts recupera la pole position en el rally soberanista. A Carles Puigdemont le da para ser segundo, pero no para tornar al Palau de la Generalitat. El independentismo pierde con claridad la mayoría absoluta y la legitimidad que la acompaña. Por tercera vez Puigdemont basó su campaña en la promesa de –esta vez sí– volver. Todo lo ha hecho para escenificar la credibilidad de su regreso. Lo ha logrado, pero esencialmente entre los suyos.
El PP sorpasa a Vox, pero la ultraderecha no se diluye en la estela de los populares. Ni echándose a la calle a barrer inmigrantes hay manera de quitarse de encima al socio incómodo. Feijóo no bajó a Madrid para fajarse cuerpo a cuerpo con Santiago Abascal; menos para que le saliera otro competidor por su derecha en un territorio que decanta la victoria en las generales
Los comunes resisten mejor de lo que parecía, aunque seguramente confiaban en mantener su puesto en la clasificación final. Parece que el problema en el espacio a la izquierda de los socialistas no reside únicamente en Sumar; no de todas las desgracias tiene la culpa Yolanda Díaz.
Aliança Catalana logra que el Parlament sea la primera cámara con doble representación de la ultraderecha, aunque las encuestas habían disparado sus expectativas hasta soñar con no acabar en último lugar en la clasificación general. Lo de Ciudadanos no fue malo; fue peor.
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