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Hay un buzo en mi salón

Una imagen promocional de las Vision Pro

Antonio Martínez Ron

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Si la estrategia machacona de las empresas tecnológicas acaba teniendo éxito, en unos años no será raro llegar a casa y encontrar a nuestra familia o compañeros de piso vestidos con gafas de buzo e inmersos en un océano de realidad alternativa.

El asunto ha vuelto a la actualidad tras el lanzamiento esta semana de las Vision Pro, las “gafas de realidad mixta” con las que la compañía Apple ofrece al usuario una inmersión en el entorno virtual por el ‘módico’ precio de 3.500 dólares. A pesar de los fracasos anteriores de las gafas de Google y el Metaverso, la reputación de la compañía invita a tomarse en serio la posibilidad de que en unos años acabemos todos atrapados en esta nueva dimensión del entretenimiento.

Uno de los aspectos que más ha llamado la atención de las gafas es que, quizá intencionadamente, no parecen demasiado futuristas. El dispositivo, más propio de un Cousteau cibernético setentero, tiene algo que recuerda al “El Eternauta”, el clásico de la ciencia ficción cuyo protagonista sobrevive a una invasión alienígena vestido como un hombre-rana. Como en el chiste de Eugenio, de encontrarnos a nuestra pareja de esta guisa al llegar a casa, temeremos por un instante que se quite las gafas y maldiga al piloto del hidroavión.

Otro aspecto llamativo es la mirada de muñeco loco que se perfila sobre las gafas para quien las ve desde el exterior. Como la superficie es opaca, hay cámaras dentro y fuera que proyectan la realidad para el observado y el observador. De este modo, cuando el usuario presta atención al mundo externo y deja de ver lo que esté viendo en el mundo virtual, aparecen sobre las gafas sus ojos postizos de teleñeco. Un trampantojo que recuerda el funcionamiento del propio cerebro, que es también una camara obscura que recopila información, la comprime y la proyecta al otro lado de la línea.

Esta semana, en elDiario.es, tuvimos la oportunidad de charlar con Andy Clark, el filósofo de la Universidad de Sussex que fundó hace ya más de veinte años la teoría de la “mente extendida”, según la cual los dispositivos digitales se han incorporado a nuestro kit de herramientas cognitivas como si fueran un anexo de nuestro cerebro. Clark adelantaba que las nuevas tecnologías, y en concreto la inteligencia artificial generativa, se incorporarán a nuestras vidas como un lóbulo cerebral más, que crecerá junto a nosotros desde niños y quizá nos acompañe de por vida.  

Como pasó con los teléfonos inteligentes, es posible que en los próximos años la realidad se vaya plegando más sobre sí misma y nuestra atención se diluya por un nuevo sumidero. Será en forma de IA combinada con un implante cerebral como el que propone Elon Musk con Neuralink, mediante gafas de realidad virtual como las del Metaverso, o con esta mezcla con la realidad aumentada que nos quiere vender Tim Cook.

Aunque no sea ninguno de estos gigantes tecnológicos los que se terminen llevando el gato al agua, la humanidad seguirá esta loca carrera por fabricarse cerebros postizos e irlos acumulando sobre su realidad mental como quien se prueba sombreros. Capa cognitiva tras capa cognitiva, hasta no saber muy bien dónde tenemos la cabeza.

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