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Las heridas de clase

Obreros de la construcción.

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Todo se fue a la mierda cuando cambiamos los sindicatos por el working class hero. Son dos conceptos, dos formas de hablar, diferentes en todos los sentidos. Pero ese cambio tuvo lugar de otra manera peor todavía; quiero decir, que no sólo sucedió en el discurso. Cautiva y desarmada la clase trabajadora, la sociedad de consumo alcanzó sus últimos objetivos comerciales. ¿Héroes, para qué? ¿Quién necesita héroes? La clase media. Para un pobre, lo heroico es vivir.

Está en los tebeos de las viejas editoriales Marvel y D.C. Ya no bastaba con ser héroe. A partir de Superman hubo que ser superhéroe; pues, pudiendo ser superhombre, tampoco bastó con ser hombre (en el sentido de humano, aunque el lenguaje está tan significado, que ni precisando se arreglan estas cosas). En los versos de Blas de Otero lo humano es la medida del hombre. Con Blas de Otero, la alternativa a ser demasiado humano es ser fieramente humano. Porque, en este poeta, la condición humana es la mística. Es un ángel, el fieramente humano. Por muy carnal que parezca, en Blas de Otero lo humano es espiritual, igual que el cántico de san Juan de la Cruz.

En la primera portada de sus aventuras, año 1938, Superman salía levantando un coche. Bueno, lo estrellaba. En España, eran transportes públicos como en el poemario de Roger Wolfe, eran autobuses llenos de gente lo que se veía en las portadas del Tío Vivo (y esto, veinte años después de Superman). Aunque duren hasta los años 80, los tebeos de Bruguera huelen a posguerra. De algún modo, están cerca de la poesía de Blas de Otero. Comparten una medida de lo humano. En la vida cotidiana, esta escala humana se destruye cuando se deja de creer en los sindicalistas para elogiar a los working class heroes. Hasta para ser obrero hay que apestar a Cambridge, decirlo en inglés para serlo más que nadie.

Recientemente se ha publicado el poemario de Thierry Metz, 'Diario de un peón' (Periférica, 2023). Fue un poeta francés y fue, a la vez, un obrero francés que escribió poesía cuando salía del trabajo. Estas cosas van así en la clase obrera. Un trabajador (un explotado, pues le es intrínseca esta segunda condición a la primera) no puede ser, a duras penas, más de lo que le deja ser el trabajo. Aunque sueñe que es otra cosa. Aunque sepa que existe un lenguaje libre, que no es del trabajo. De eso tratan los poemas de este libro, escritos en prosa, puestos en forma de diario. Llevan en cada frase esta conciencia. “... Aquí, con nuestra falta de realización, tenemos más que hacer con las herramientas que nos dan que con las palabras que nos imponen” (la traducción española es de Vanesa García Cazorla).

Hoy se celebra la fiesta de la Constitución y escribo en memoria de un extranjero (disculpen el internacionalismo), en recuerdo de Thierry Metz, un obrero y un poeta, que no pudo sobrevivir al conflicto entre ambas realidades. Acabó quitándose la vida, hace más de un cuarto de siglo.

Está en el Título I de nuestra Constitución, dedicado a los derechos y deberes fundamentales de los españoles, y españolas. Es el artículo 35 donde, después de declararse el deber de trabajar y el derecho al trabajo, se proclama asimismo el derecho “a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente...”. Me di cuenta cuando empezó el famoso procés en mi comunidad autónoma. Hay que disfrutar de cierta solvencia económica para plantearse el derecho a decidir, los pobres no pueden decidir, ni siquiera pueden elegir. Mucho menos, su profesión u oficio. No es lo mismo tener un trabajo, que un trabajillo, que ir tirando.

En el citado artículo de la Constitución están las piezas que se le han perdido al ascensor social. Creer en la promoción a través del trabajo es lo que diferencia a un luchador sindical de un working class hero. El segundo ha renunciado a transformar el mundo, se conforma con salir en los tebeos, en las canciones, en las series, le basta con que le hagan casito. Ya nadie espera nada de la promoción social mediante los estudios, mediante el trabajo. En los años noventa, hicieron añicos esta esperanza a pelotazos económicos. Los últimos profetas del siglo XX fueron los punkis. Su frase “no hay futuro” se refería a eso, a la gran estafa social. Hoy es la ultraderecha quien se erige en heredera del punk. Quieren hacernos creer que es el mismo el nihilismo por abajo que el nihilismo por arriba. Es un facherío que se identifica con la palabra punk (de entrada, porque ya es pasado, como siempre en ellos), y escribe libros titulados 'Ser conservador es el nuevo punk' (editado por la revista Centinela, los centinelas de occidente han cambiado el correaje por los imperdibles).

“El libro que no estoy leyendo está encima de una piedra, a mi lado.” Thierry Metz escribe por las noches, cuando vuelve a casa, si puede, si no llega reventado de trabajar, y escribe también en horas de trabajo. Entonces, apunta en un papel arrancado de alguna parte unos versos, una idea que se le ocurre. Sus compañeros bromean, pero él se lleva a la obra el libro que está leyendo esos días, lo deja a un lado, junto a las herramientas, como quien se quita el reloj o como quien tiene que llevarse los hijos al curro. Su drama es el del menor de sus tres hijos, Vincent, que murió atropellado a los 8 años, el 20 de mayo de 1988, el mismo día en que Thierry Metz era galardonado con el premio literario Ilarie Voronca, por la publicación de su primer libro de poemas 'Sur la table inventée' (ed. Jacques Brémond).

Es entonces cuando Thierry Metz se arroja al alcoholismo, y le arrastra una cadena de depresiones. Para curarse, y para superar la dependencia del alcohol, acepta ser internado en un psiquiátrico, en Burdeos, en 1996. Pero no lo soporta, y al año siguiente dice adiós a la vida, a la edad de 40 años.

Thierry Metz había nacido en el seno de una familia de clase humilde, en París. Fue pura mano de obra, un obrero sin cualificación, ni titulación. Este libro, 'Diario de un peón' (Journal d'un manœuvre), se publicó originalmente en el sello Gallimard, en 1990, y sus páginas contienen la crónica poética de los meses de trabajo en una obra, en Angen, una localidad del sur de Francia, a 138 km de Burdeos, la capital de la región, Nueva Aquitania. Durante el tiempo que permaneció ingresado en el hospital psiquiátrico, Thierry Metz pudo escribir el libro 'L'homme qui penche' (ed. Opales, 1997), donde plasma su experiencia en el centro.

“Has de atender a los albañiles antes de atender a la lengua”, se dice a sí mismo en el diario. No ha podido escapar, por amor propio, por orgullo, por lealtad a los suyos, y porque no tiene dinero para conseguirlo. No puede dejar de ser obrero para ser poeta. La vida es la inspiración, y presiente que si cambia de vida puede quedarse sin nada que decir. Esa es la trampa que viene de la pobreza. A la vez que detesta su trabajo, lo admira: “Me gustan los andamios: si sueñas un poco, si te dejas llevar, puedes perderte en ellos, olvidarte de ti mismo. Cuanto más altos son, mayor es el vértigo que se propaga al presente, a las palabras de abajo, que son el origen del fuego, del trabajo”. ¿Cómo va a separarse Thierry Metz de su origen y seguir escribiendo?

En un artículo publicado en El País, el novelista francés Éric Vuillard señaló sagazmente, delicadamente, que Metz eligió la poesía en vez de la prosa por lealtad al trabajo; y que escribir en forma de crónica, incluso en forma de novela, su vida, su mundo, significaba para Thierry Metz pervertir la naturaleza profunda de la literatura. Su vocación literaria solo iba a poder sostenerla Metz por el camino más puro, el más radical. El trabajo de peón de una obra necesita antes la poesía que la prosa si no quiere que sus palabras se reduzcan a sociología, a denuncia, a proclama, si quiere impedir que se apropien de ellas desde fuera de la literatura, de donde la han expulsado los prejuicios de los críticos, de los periodistas, de los académicos..., y la compasión de los burgueses. Esta fue otra permanente herida abierta en las venas del poeta.

Este es el dolor continuo que quiso evitarse Thierry Metz: que se le tratase como a un héroe de la clase obrera cuando siempre pretendió que se le considerase un escritor, un poeta lo mismo que a cualquiera de tantos como ha habido desde Homero hasta Mallarmé. Pero el material de la obra pesa demasiado. Lleva una herida de clase.

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