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Un poco de humildad

Refugiados afganos
29 de agosto de 2021 21:48 h

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Alguien ha escrito o dicho estos días en la prensa norteamericana que Afganistán nos ha dado una nueva definición de inútil: invadir un país en el otro lado del mundo, ocuparlo 20 años y gastar dos billones de dólares para cambiar a los talibanes por los talibanes. Con semejante contexto, a lo mejor convenía contenerse un poco a la hora de sacar pecho y tratar de conducirse con un poco más de humildad. 

Que el Secretario General de OTAN, Jens Stoltenberg, diga que su misión era proteger a Estados Unidos y no a Afganistán, resume casi todo lo que hay que saber para entender las causas del desastre estratégico, moral y político que padecen los afganos, mientras los mismos países que los invadieron los señalan con el dedo como si todos fueran o corruptos o talibanes. Hay que agradecerle tanta sinceridad al bueno de Jens, natural de Noruega, uno de los países que salieron zumbando dos semanas antes de la retirada de todos los demás, sin decir una palabra al personal local que trabajaba con ellos. La misma soberbia, cortedad y falta de empatía que demuestra el señor secretario al hablar de la supuesta misión en Afganistán, la vemos y oímos estos días a quienes tratan de convertir en un éxito patriótico y occidental un fracaso ético y político para toda la humanidad. 

Un poco de humildad y algo menos de cinismo vendría bien a la hora de acusar a los afganos y hasta a Joe Biden, quien ya se oponía a esta invasión mientras muchos de quienes hoy le señalan con el dedo aplaudieron enfervorecidos el despliegue militar primero y el acuerdo de retirada después. Resulta sorprendente la cantidad de estrategas, analistas y gobiernos que ya sabían que esto iba a ocurrir y la estrategia americana era un desastre esperando a suceder, pero ni dijeron una palabra mientras se bañaba en dólares a los señores de la guerra ni movieron un dedo para tratar de cambiar los objetivos o las políticas.

Un poco de humildad y un mucho de prudencia no vendría de más a la hora de producir imágenes de éxito en medio de una retirada tan caótica como cruel para los miles de afganos que creyeron de buena fe que se les protegería, pasase lo que pasase, si colaboraban con nosotros. Las fotografías siempre vuelven, incluso las más vistosas. Una vez publicadas, tienen vida propia. Con el tiempo pierden brillo y esplendor y se van gastando o aparecen otras muy parecidas, pero no tan bonitas de ver. 

Cuando los flashes y las cámaras se van, quedan los miles que están aquí y a quienes hay que dar una perspectiva de futuro y los miles que no pudieron llegar, a quienes ni van a salvar ni a proteger las sentidas apelaciones a un alma de Europa que se subarrienda con suma facilidad a regímenes tan vecinos como poco fiables. Cuando servidor era un chaval, allí en A Mariña de Lugo, fueron acogidos un grupo de estudiantes pakistaníes exiliados, incluso vino el gobernador civil a instalarlos en una pequeña casa en O alto do Cruceiro. Algunos estudiaban medicina y uno al menos era casi médico. Todos acabaron cortando madera en los montes y cobrando como podían hasta que, uno tras otro, se fueron esfumando sin que nunca más se supiera de ellos. 

Conviene que la misión lo esté antes de darla por cumplida, no vaya a ser que te pase lo mismo que a George Bush, o a Barack Obama, o a Donald Trump o a Joe Biden; que también eran muy listos y salían muy marciales en sus fotos de grandes líderes.

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