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La Iglesia nunca pide perdón

El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, entrega en el Congreso el informe sobre abusos sexuales en la Iglesia.

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Alguien me contó, hace ya algún tiempo, que la glándula timo está en ese lugar central del pecho donde se golpean los feligreses católicos con el puño cuando, en misa, rezan esa oración llamada “Yo confieso” y dicen aquello de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Esta misma semana, una amiga, me explicó que esa glándula, la timo, tiene un significado espiritual y que mientras los griegos decían que era el lugar donde residía el alma, la cultura oriental la tiende a asociar a emociones vitales como la felicidad. Sea como sea, más allá de esta conexión espiritual, científicamente, la timo se ha mostrado como una glándula fundamental para el sistema inmunitario e incluso, recientemente, se ha descubierto que puede ser una de las claves para el anti envejecimiento.

Por alguna extraña razón, en la glándula timo, la confesión de los pecados, el perdón y la salud del cuerpo, el envejecimiento y la liberación del alma he pensado al escuchar las conclusiones de la investigación que ha hecho el Defensor del Pueblo sobre las agresiones sexuales a niños y niñas en el seno de la Iglesia Católica española durante la dictadura franquista y parte de la democracia. Cerca de medio millón de víctimas menores de edad en su momento (unas 440.000) que representan casi un 1% de la población total. Una cifra, un dato, que coloca a la Iglesia Católica española a la cabeza de las iglesias del mundo donde han campado, con impunidad y complicidad, los depredadores sexuales de niños y niñas que formaban parte de las órdenes religiosas encargadas de colegios, escuelas de catequesis, centros juveniles, “orfanatos”, “inclusas”, “hospicios”, centros sanitarios, centros de atención social, pisos, residencias, proyectos sociales… Instituciones todas ellas dependientes de la Iglesia Católica y que siempre han contado, y aún siguen contando, con el apoyo de los poderes públicos y la financiación para llevar a cabo su labor. 

Quizá sea el momento de plantearse un intercambio: dinero público a las órdenes y congregaciones que sabemos están implicadas en los casos de estas agresiones a cambio de un ejercicio fiable de verdad, justicia y reparación (incluido el perdón) a las víctimas. Obviamente esto no es tan fácil, aunque debería suceder. Sobre todo, porque lo de la Iglesia Católica y las vulneraciones de derechos masivas viene de lejos. Desde el genocidio de la “conquista de América” hasta la dictadura franquista y entrada la democracia, los capítulos oscuros están ahí en medio del desconocimiento generalizado. 

Es entre los años 60 y 90, la época en la que se produjeron los abusos en el ámbito religioso que recoge el informe del Defensor del Pueblo. Estos relatos que cuentan las víctimas ya adultas, mayoría hombres, dejan evidencia de otro capítulo más de la historia de los horrores de una Iglesia que nunca pide perdón. Una Iglesia cuyos miembros, religiosos y también religiosas, han vivido en la inmunidad que supuestamente debe dar esos golpes de pecho del “yo confieso” sobre la glándula timo. Golpes y oraciones que de nada sirven a las víctimas supervivientes, porque estamos hablando de crímenes, de delitos, de agresores sexuales, depredadores que, además de pecadores que arderán en el infierno (según la fe católica), son delincuentes que han de ser condenados a penas de prisión por estas agresiones sexuales infames.  

Otra vez más los representantes oficiales de la Iglesia Católica española se niega a pedir perdón y reparar a las víctimas supervivientes, se niegan a colaborar con la Justicia, se niegan a entonar “el mea culpa” por un silencio y colaboración que fue necesaria para que tantos y tantos niños y niñas estuvieran indefensos en manos de sus religiosos y sacerdotes más depravados. Los representantes de la Iglesia Católica española no piden perdón, pero sí perdonan y perdonaron a los sacerdotes y religiosos pederastas y criminales con nuevos destinos, nuevas víctimas y más silencios. Los representantes de la Iglesia Católica española, ante los casos de pederastia que han cometido los suyos, perdonan “a los malos” con el cielo de la impunidad y condenan “a los buenos” al infierno del trauma, del recuerdo y del dolor. 

Hoy nuestra democracia no es mejor, no hasta que estos representantes eclesiales –y también políticos (ahí está Vox y el sector más ultraconservador del PP)– respeten a los y las supervivientes de sus agresiones que han tenido el coraje de encabezar esta rebelión contra el silencio y la impunidad.

Los representantes de la Iglesia Católica española, de sus congregaciones, de sus órdenes religiosas y de sus diferentes estamentos deben pedir perdón por haber sido la casa de los horrores para tantos niños, niñas, adolescentes, chicas y chicos jóvenes en nuestro país. Desde las agresiones sexuales hasta las humillaciones, malos tratos y degradación que han sufrido en las instituciones que regentaron, especialmente durante la dictadura franquista, como la del Patronato de la Mujer. Quizá sea eso, que la monstruosidad de lo sucedido es tan grande que elijan callar, porque están orando en silencio. Nuevamente, encubrimiento y complicidad con la crueldad, que no deja de ser más crueldad. 

Ojalá haya una fractura en el seno de esa Iglesia por parte de quienes viven su fe desde otros lugares comunes a la justicia social y al compromiso con los derechos humanos, me consta que los hay. Pero hasta que ellas y ellos no hagan su propia revolución, su propio #SeAcabó, va a ser muy difícil materializar la reparación real y sentida a cada uno de los hombres y mujeres víctimas de estas agresiones sexuales. Quizá es momento de que desobedezcan, de que haya una rebelión dentro de la Iglesia que reactive la glándula timo no para machacarla con inútiles golpes de pecho sino para iniciar un movimiento de liberación contra una institución que protege y salva a los pederastas (para que luego digan de la ley del sí es sí)

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