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2019: no es lo importante, es lo esencial

Martita y Laura en Santuario Vegan, Madrid.

Ruth Toledano

Un cazador de Huesca, escopeta en ristre, tortura hasta la muerte a un pequeño zorro cojo. El indefenso animal, a quien alguien ha amputado una pata, trata de esconderse entre unos matorrales a la vista de su asesino, cuyo sadismo intuye o acaso ya conoce. Mientras el cazador apalea al zorrito, lo patea, lo lanza por los aires, le pisotea la cabeza y exclama “¡Qué bonito!”, la persona que le acompaña graba su agonía.

Un agente de la Guardia Urbana de Barcelona asesina de un disparo en la frente a la pacífica perra Sota, que agoniza sobre un gran charco de sangre en una acera de la Gran Vía, moviendo el rabo y sin que nadie pueda acercarse a socorrerla. Tauri, su compañero de vida, que vive de vender pulseritas en la calle, es mientras tanto brutalmente reducido contra el asfalto por varios agentes también armados.

Encuentran asesinado en Córdoba al lince ibérico de tres años llamado Marvel. En su cuerpo había 300 plomillos de escopeta, lo que demuestra que fue disparado a bocajarro.

El Tribunal Constitucional tumba la ley que impedía en Baleares que los toros fueran asesinados en las corridas. También prohibía picar y banderillear a estos herbívoros, es decir, torturarlos. La ley de protección animal balear solo permitía usar como utensilios el capote y la muleta, pero el Tribunal Constitucional prefiere el uso de instrumentos punzantes.

Queman la cara con un soplete a un cerdo vivo al que han colgado de un gancho. El vídeo publicado forma parte de la mayor investigación encubierta llevada a cabo en mataderos del Estado español. Dentro del Matadero es el exhaustivo trabajo con el que el fotoperiodista Aitor Garmendia (Tras los Muros) demuestra que la violencia extrema contra los animales es allí sistemática y que se cometen constantes ilegalidades.

Todas las noticias anteriores han sido publicadas solo en el último mes. En todas parecen protagonistas los animales no humanos. Y lo son. Pero no solo: hay un cazador y un cómplice y varios guardias urbanos y otro cazador y varios jueces y al menos un matarife. También hay miles de internautas que han viralizado su indignación contra el cazador que torturó al zorrito y ciudadanas que se han manifestado contra el guardia urbano que asesinó a Sota y activistas que han presentado denuncias y abogadas que defienden gratis a las víctimas y periodistas que se infiltran en el infierno para hacer oír sus gritos. Ninguno de los padecimientos referidos era inevitable: son torturas. Ninguna de las muertes referidas ha sido natural: son crímenes.

Así acaba 2018. Toda la violencia anterior, que parece referirse solo a los animales, retrata sin embargo algo estructural en la sociedad humana que, si no se remedia, solo aumentará y nos conducirá a una violencia mayor y, desde luego, a una mayor degradación moral. Porque no se trata de casos aislados. La caza, asesinar animales, es legal. El campo está tomado por escopeteros que lo siembran de plomo y de terror. España es una gran coto en el que aristócratas y banqueros celebran sus sangrientas monterías. No olvidemos que el rey Juan Carlos disparaba contra elefantes. La caza es la gran metáfora de la dominación por la violencia. Pero no solo. Las mesas para despedir a este año especialmente feo, desagradable y peligroso reciben, engalanadas, los restos de esos cerdos a los que se quema la cara con un soplete cuando están vivos.

No es casualidad que en todos sus mítines de la campaña andaluza, el ultraderechista Abascal, acompañado de toreros y ganaderos, haya comparado al animalismo con el yihadismo. Más allá de lo absurdo, y hasta difamatorio, de semejante relación; más allá de unas vinculaciones financieras que hoy son presuntas pero es probable que mañana no; más allá de la miseria retórica de Vox, tiene sentido que alguien como él, un machista, un xenófobo que fue felicitado en sus triunfos electorales ni más ni menos que por el Ku Klux Klan, se oponga a quienes defienden y respetan la diferencia incluso más allá de la especie. Acusan de que defender a los animales es no preocuparse de los humanos. Muy al contrario: son los taurinos, cazadores y jamoneros que aplaudían en sus mítines quienes cierran la puerta a un bebé negro. Como tramperos en el salvaje Oeste. Por algo los felicita el Ku Klux Klan.

Así que consiste en elegir de qué lado se quiere estar: con los animales o con la ultraderecha. El comienzo de un año es una buena ocasión para reflexionar sobre una conexión que la propia ultraderecha ha establecido. Ojalá en el 2019 nos decantemos mayoritariamente por ayudar a los animales y por frenar a esa Vox que lleva toreros a los mítines. Porque lo que parece que no tiene relación con lo importante, es lo esencial.

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