Inquietud en el PSOE
Algún día se sabrá la génesis del escándalo del fraude electoral de Mojácar y de por qué ha salido a la luz sólo cinco días antes de las elecciones municipales y autonómicas. Lo que sí se sabe es que ese asunto está en el centro del final de la campaña electoral y manda en todos los medios. Como hace poco las relaciones del Gobierno con Bildu, cuestionadas airadamente por el PP, apagaron cualquier otro debate político.
Los dirigentes de la izquierda, y particularmente los del PSOE, no deben de estar muy contentos por cómo han ido las cosas. Estaban haciendo una buena campaña, vendiendo muy bien su gestión en el Gobierno y haciendo muchas propuestas que no podían sino interesar a franjas, grandes o pequeñas, del electorado. La derecha, con su formidable aparato mediático, les ha cortado el ritmo, les ha obligado a entrar en un asunto, el de Bildu, que no figuraba en sus planes. Y, muchas veces, un éxito político consiste justamente en eso.
Lo de la presencia en las listas vascas de antiguos condenados por delitos relacionados con la actividad de ETA ya es un asunto acabado. Ha hecho el daño que tenía que hacer, confirmando, de paso, que la cultura democrática de quienes mandan en este país cada día cae un poco más abajo. Pues, ¿por qué no podían aspirar a un cargo de representación, a hacer política, quienes ya no tienen cuentas pendientes con la justicia y son ciudadanos con plenitud de derechos? Pocos se han atrevido en la izquierda a pronunciarse en este sentido y la derecha justiciera se ha marcado un tanto.
Pero eso ya pasó. Hay analistas que dicen que el parón o incluso bajada que el PSOE registra en los últimos sondeos, paralelo a una tímida mejora del PP y de Vox, se debe justamente al impacto que ha podido tener la trifulca en torno a Bildu. O sea que apostar a la denuncia de la connivencia con ETA sigue siendo rentable para la derecha, aunque sea un poco. Aunque no haya ETA desde hace 12 años, aunque en el País Vasco todas las fuerzas políticas y buena parte de la sociedad haya emprendido, al ritmo lento al que suelen hacerse estas cosas, un camino de superación social del horror pasado, como confirma la actitud pública que han manifestado algunos exponentes del PP vasco mismo.
Pero Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez y Aznar –cada vez más acartonado y limitado– están a otra cosa. Les importa poco la realidad, lo que cuenta es su invento falsario, porque creen, y seguramente saben, que hay una buena partida de gente que se lo va a tragar sin rechistar. Y el PP oficial, que debería estar por encima de esas mentiras, se calla, temeroso de que si dice algo en contra se le echen al cuello y terminen por ahogarle. Otra vez los medios de la derecha, cada vez más escorados hacia la ultraderecha y la infamia, juegan un gran papel en ese chantaje.
Lo del supuesto fraude electoral de Mojácar es harina de otro costal. Porque de confirmarse es un atentado gravísimo contra una de las bases del sistema, la limpieza en las elecciones. Mucho más que lo ocurrido en Melilla que, a la postre, es una realidad que está fuera de la dinámica normal española, en la que ocurren cosas, como una invasión propulsada por Marruecos, que, de producirse en la península, si ello fuera posible, sería motivo de guerra sin discusión. Y en donde fraudes similares se han detectado ya en el pasado.
El dirigente popular González Pons se ha apresurado a declarar que el PSOE ha orquestado un fraude del voto por correo en toda España. Porque sí, sin prueba alguna, porque conviene a su discurso. Justo cuando empieza a haber sospechas de que algunos ayuntamientos del PP han incurrido también ellos en ciertas prácticas fraudulentas con el voto, generando en algunos la sensación de que el sistema tiene huecos inquietantes que los responsables de taparlos no han hecho nada, a pesar de que algunos expertos lo vienen denunciando desde hace tiempo.
Pero lo importante ahora es discernir si el escándalo de Mojácar puede afectar a los resultados electorales del domingo que viene. Y, aunque habrá que verlo, no está claro qué pueden aducir Pedro Sánchez y los suyos para impedir que eso ocurra. Si no lo consiguen, la izquierda dirá que estas elecciones se han decidido por factores ajenos al normal juego político. Y no será cierto. Porque hoy, y de hoy en adelante, en España la política se juega en un terreno embarrado y tramposo, en el que los más sucios tienen las de ganar.
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