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Nuestra intolerable libertad

Un 80% de jueces y fiscales vascos, en huelga para denunciar "el abandono" de la Justicia por los poderes públicos

Elisa Beni

Ayer descubrí en una avalancha en las redes sociales que hay jueces que consideran que las críticas contra la actuación de algunos de sus miembros que hemos llevado a cabo en eldiario.es personas de muy diversa condición y profesión son “exacerbadas” (irritantes, que causan enojo), “intolerables” (que no pueden ser permitidas) y, más aún, “dirigidas”. Es más, que creen que detrás de las críticas que ha sufrido el colectivo u alguno de sus miembros, maximizadas tras el caso de La Manada, hay una mano oculta, un patrón definido e indefinible que concierta nuestros esfuerzos con los de las turbas dirigidas en una dirección prefijada. Una conspiración, en suma. Incluso que detrás hay “antisistemas con título de periodismo” con una intención oculta “más sutil y dirigida” que la de ejercer nuestro trabajo.

El Código Escolar o el Código de Urías o el Código de Beni. Arcanos. Extraños diseños que coordinan nuestras fuerzas para desacreditar al Poder Judicial en una conjunción diabólica y astral con el Ejecutivo (¿cuál? ¿el de antes o el de ahora? ¿el Ejecutivo como ente abstracto del diseño constitucional?) para desacreditarles. Todo antes que reconocer que hay motivos para plantearse cuestiones, para buscar mejoras, para soslayar impedimentos. No, eso no. Y menos unos titulados de mierda sin oposición alguna que, no siendo técnicos en nada, hemos desarrollado la cultura necesaria para ejercer nuestro papel social de controladores del poder o lo que es lo mismo de los poderes. De todos sin excepción. Siempre hemos aspirado a ser muckrakers, periodistas de denuncia, rastrilladores de cieno, aunque Roosevelt nos llamara directamente “los que se revuelcan en la mierda”. Es una mierda que es preciso levantar a paletadas. No nos incomoda el trabajo. Alguien debe hacerlo.

Más preocupante me resulta que alguien piense que este trabajo no puede aceptarse o debe considerarse manipulado cuando se dirige a un poder del Estado que no está acostumbrado a ello. La vigilancia se establece sobre el poder, sea cual sea su forma y los poderes siguen conservando su capacidad de aplicarnos las normas del sistema, pero mientras no traspasemos los límites marcados por las leyes, no hay motivo para considerar que no se puede tolerar lo que hacemos. Tampoco nos preocupa. El periodismo es publicar hechos u opiniones que alguien preferiría que no publicaras, en otro caso sería publicidad o propaganda. Y parece ser que, según expresan, el colectivo de jueces preferiría que no cuestionáramos la idoneidad de ciertas resoluciones o su cercanía a la realidad social o el sistema de formación o de acceso o... lo que sea atinente a este colectivo. Cierto es que hay periodistas dispuestos a bailar el agua y juristas y abogados que prefieren una sobada de lomo a tiempo para mantenerse en el grupo de los aceptables. No siempre es el caso. A mí, particularmente, no me importa la consideración que en los sectores más cerrados produzcan las críticas. No me dan miedo. No he hecho nada ni voy a hacerlo. Respeto las normas democráticas y legales. Estoy dentro del sistema y, sin embargo, les critico. No uno a uno, que hay individuos a los que admiro, o a todos en su conjunto, porque no sería justo. Simplemente denuncio lo que no va bien, lo que no es perfecto, lo que podríamos mejorar con un diálogo constructivo.

Lo hago dirigida, dicen, dentro de una extraña orden de Iluminados que pretende objetivos ocultos. Sucede que yo en este sitio, como en los demás, escribo lo que me da la gana y digo lo que considero. Ni siquiera me sugieren los temas ni me preguntan por su contenido ni me han censurado jamás ni una línea ni un titular. No he hablado previamente ni con Aroca ni con Artal ni con Escolar ni con Pérez Royo ni con Santa Bárbara bendita antes de escribir mis columnas y estoy absolutamente segura de que tampoco lo han hecho entre ellos.  Ese es el “patrón” que seguimos, la conspiración que representamos.

Esto va de otra cosa completamente distinta. El cambio es la esencia de la vida. Así sea revolucionario o evolutivo. El cambio social existe y en este momento es una realidad que aún nos resulta difícil de descifrar a todos. Los políticos, los periodistas, los poderes económicos, todos andamos en busca del nuevo paradigma y de la dinámica de funcionamiento del mismo. Sabemos que hemos pasado a vivir en una situación de poder en red, pero aún no tenemos claro cómo funciona ni hacia dónde evoluciona. Excepto muchos jueces de este país. Ellos parecen haber descifrado el arcano y se definen como próximos y últimos conocedores de una realidad que nos discuten. ¡Como si en este mundo que está mutando ante nuestras atónitas narices alguien pudiera estar seguro de cuál es la realidad! Ellos sí, ellos tienen una oposición y, por tanto, lo saben todo sobre el nuevo espacio público, la política insurgente o las redes de comunicación. Han concluido que, dado que les irrita lo que sucede, lo mejor es pararlo sin preguntarse cuál es su origen, de dónde ha surgido o hacia dónde nos conduce. Es todo cuestión de los perversos medios que movidos por el afán de audiencia y de dinero condicionan a los patanes de los ciudadanos, o más concretamente de las ciudadanas, para producir movimientos sociales inaceptables.

“La crisis más importante de la democracia en las condiciones de la política mediática es el confinamiento de la democracia al ámbito institucional en una sociedad en la que el significado se produce en la esfera de los medios de comunicación. La democracia sólo puede reconstruirse en las condiciones específicas de la sociedad red si la sociedad civil, en su diversidad, puede romper las barreras corporativas, burocráticas y tecnológicas de la construcción de imágenes sociales”, recopila el gran Manuel Castells. Algunos siguen pensando que la modernidad consiste en meter en los ordenadores el papeleo. No los culpo, pero si me niego a que consideren que nuestra crítica es tan pacata. Creo que, minúsculos que nos sabemos, sólo intentamos que el futuro nos atropelle sin aplastarnos y quizá hasta este sea un esfuerzo totalmente vano.

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