Invisibles de temporada, chivos expiratorios de la COVID
No sé que da más vergüenza, si el trato que los temporeros reciben por parte de quienes ganan dinero a su costa cuando se les niegan unas condiciones laborales y de vida dignas, o esos medios y personajes públicos que contribuyen (no sé si irresponsable o inhumanamente) a que la ciudadanía los estigmatice a partir de los contagios de la COVID-19 que están teniendo lugar en sus entornos. Es fácil, cobarde e ignorante (que elija cada cual la opción que le corresponda) servirse de la ignorancia, el racismo y/o el miedo para usar a personas a las que indecentemente se vulneran sus derechos como “chivo expiatorio” de culpas que no les corresponden en la medida en que se les atribuyen.
En estos tiempos que tanto se habla del lavado de manos, no se comenta suficientemente sobre esas administraciones públicas que se están lavando la conciencia con medidas neohigienistas que depositan toda la responsabilidad de control del virus en los individuos y en la comunidad en vez de asumir sus obligaciones. Entre otras, cortar de raíz la explotación laboral como motor de la economía española, como un 'modelo de hacer negocio' que se despliega entre las gravísimas condiciones de semiesclavitud que sufren quienes trabajan nuestros campos hasta la precarización extrema que padecen los 'riders' que recorren nuestras calles. La explotación laboral, tan amparada por la reforma laboral, es preocupante, especialmente en los sectores agrícola, construcción y servicios. Algo que ya puso de relieve en 2015 la Agencia Europea de Derechos Fundamentales al denunciar las malas condiciones de trabajo existentes en nuestro país.
La gravedad se incrementa cuando esta explotación laboral es utilizada por redes organizadas de trata de personas que provienen del extranjero. Es precisamente la trata con estos fines (los de la explotación laboral) la que más ha aumentado en nuestro país en los últimos años, al igual que en el resto de Europa. Sin embargo, a pesar de saber que la situación es grave, hay reticencias a ver en las inspecciones de trabajo una forma de protección de las personas. Más bien todo lo contrario, se vive como un ataque a nuestros empresarios. ¿Perdón? Si no hay nada que temer, ¿qué problema tiene que se hagan inspecciones? ¿O acaso el patriotismo es una excusa para explotar a seres humanos? Si así fuera, eso se le llama fascismo.
Antes de la COVID-19, a finales de febrero, se desarticuló una red de trata que llevaba nueve años captando trabajadores y trasladándolos a España. La Guardia Civil calculó que podrían haber traído a más de mil personas en condiciones de explotación laboral para las campañas de la aceituna, la uva o la fresa de distintas empresas españolas en las provincias de Castellón, Valencia y... ¡¡Lleida!! ¿Sus “condiciones de trabajo” a ojos de todos ya antes de la pandemia?: pisos de tres habitaciones y totalmente insalubres para 25 temporeros, jornadas laborales de 12 horas sin descanso semanal, quince minutos para comer, prohibición de salir de la casa salvo para trabajar y en compañía de alguien de la organización, control de las tarjetas de crédito de las que les retiraban dinero a su antojo y nóminas irrisorias. Además, debían pagar por la gestión de documentos que nunca se les entregaba, por el transporte al puesto de trabajo y por el alquiler de la infravivienda.
Esta es la realidad que hay que comunicar con los brotes de la COVID-19 entre los temporeros y no dar cancha a quienes los señalan y estigmatizan por estar contagiados con el virus y les criminalizan cuando protestan al reclamar sus derechos, a quienes hacen necropolíticas promoviendo “guerras entre los pobres” y odios entre habitantes de “los mismos lugares”. Ante el neohigienismo, la estigmatización y la criminalización que están sufriendo los temporeros urge evitar que la transmisión de la COVID-19 sea utilizada para añadir violencia y violaciones de derechos, para usarlos de “chivo espiratorio”.
A modo de metáfora –y teniendo en cuenta el término “chivo expiatorio” tiene su origen en ritos religiosos ancestrales con los que se elegía al azar a un macho cabrío para transferirle todos los males del pueblo con la excusa de purificarlos, de expiarlos– pudiera parecer que con este señalamiento hay administraciones, partidos, empresarios, alcaldes, vecinos... que quieren expiar sus pecados con otros males, añadir trato indigno a los miles y miles de seres humanos. Si así fuera, sería mucho más constructivo y saludable que pusiesen en cuarentena sus prejuicios y/o su codicia para que se puedan articular salidas más igualitarias, más justas y más democráticas que beneficiarán a toda la clase trabajadora, a toda.
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