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¿Es Estado Islámico la mayor amenaza para Occidente?

Estudiantes jordanos muestran fotografías del piloto Muaz Kasasbeh, asesinado por ISIS.

Patricia Almarcegui

Ahí está de nuevo, un monstruo, una amenaza, un enemigo imparable. El Estado Islámico. Un 'ente insólito' hacia el que hay que dirigir todos los esfuerzos (muy pocos políticos) para luchar contra esa fuerza irracional que lo dirige. Un gran Otro, que permite y permitirá justificar cualquier acción. ¿Y si a lo que se está asistiendo es a un nuevo impulso de 'guerra contra el terrorismo' en la misma línea iniciada por George W. Bush tras los atentados de 2001?, escribía hace un par de meses Alain Gresh. O, como anuncia Peter Harling, ¿y si al Estado Islámico le espera un futuro prometedor porque los principales actores que luchan contra él (islamistas chiíes, medios seculares y gobiernos occidentales) siguen explotando su presencia para redimirse de sus errores y redefinen sus relaciones sobre la base de una Guerra Santa que se vuelve una finalidad en sí misma?

Sí, Estado Islámico muestra mucho acerca de la situación de Oriente Medio y también de la política exterior de los países occidentales. Su formación es una de las consecuencias de las necesarias revueltas árabes y de los fracasos occidentales, de los cuales distrae y distraerá. Se podría decir que Estado Islámico es el efecto de un vacío político generalizado que muestra que no se sabe qué hacer con los nuevos escenarios de Oriente Medio, además de la consecuencia de la forma en que el primer ministro iraquí Nuri Al-Maliki y el presidente sirio Bashar al Asad han tratado a los suníes. Así presenta las ambivalencias de un Occidente que ya no sabe qué decisiones tomar frente a los dilemas que plantean las regiones del mundo árabe y, más aún, frente a sus minorías. Luchar ahora mismo contra Estado Islámico significa aplicar la guerra contra el terrorismo y olvidar la protección de las minorías de la misma forma que siempre: la colonial. Nadie protesta contra la lucha frente a Estado Islámico, ni la opinión pública de EEUU ni la mundial. Todos están de acuerdo y, por lo tanto, no supone ninguna complicación.

Sí, porque, es cierto, la amenaza está ahí y no solo para Occidente y los cristianos sino también para Oriente y el islam. Y, hace falta recordarlo, no es la primera vez que una organización yihadista toma un gran territorio. La historia de Estado Islámico arranca en Irak, cuando, tras la invasión de EEUU, un grupo de exmuyahidín de la guerra afgana inauguró una franquicia local de Al Qaeda, de la que pronto se distanció pues prefirió actuar contra el enemigo más cercano en vez del lejano. Aprovechando y desatando la rivalidad entre suníes y chiíes (que no ha existido siempre y ha dependido más de las enemistades entre Estados que de cuestiones religiosas) y tras las luchas fratricidas en su propio campo de los suníes, Estado Islámico se consolidó en el 2010. Cuando Nur Al Maliki comenzó su represión contra los suníes y Estado Islámico se unió a la rebelión contra el presidente sirio, quien se oponía a los suníes que antes se había esforzado en radicalizar. A partir de entonces, la proyección del Estado Islámico ha sido una realidad.

Lo que hace pocos meses era un problema sectario y regional, es ahora, según afirma EEUU, la amenaza más peligrosa con la que se ha enfrentado en años. De 800 combatientes han pasado a 17.000, armados con el arsenal estadounidense que han ido obteniendo durante sus victorias sobre el Ejército iraquí.

Sin embargo, muchas de sus estrategias presentan grandes debilidades. Centrándose en ellas, se podría modificar la táctica única y de poder que supondría de nuevo la lucha colonial contra el Estado Islámico. Para empezar, su estrategia militar es un misterio, nada se sabe de ella solo que actúa de forma diferente en Siria o Irak. Una gran parte de sus maniobras son psicológicas, intentan aterrorizar a sus opositores inundando las redes sociales con imágenes y videos. Su facilidad para controlar los territorios está basada en acuerdos con militantes locales. Así combate con rivales débiles suníes en las zonas que conoce bien, pero decae en contiendas más largas y serias. Poco o nada participa contra el régimen sirio, evita la lucha directa con las milicias chiíes iraquíes y suaviza sus enemistades con los grupos kurdos. Además de que, a pesar de su nombre, no se apoya en ninguna teoría del Estado Islámico. En un contexto así, de momento poco tiene que ofrecer. Parece conformarse con llenar un vacío, el de los lugares que fueron abandonados por el régimen sirio y, su padrino, EEUU, el noroeste de Siria y Faluya o Mosul, desatendidas por el poder central de Bagdad.  

Si algo se ha aprendido de las últimas injerencias militares occidentales en Oriente Medio, es que hay que actuar de forma diferente frente a Estado Islámico. Enfrentarse a él, como la gran y única amenaza, significaría repetir “más de lo mismo”. Urge volver sobre los factores de inestabilidad de las regiones implicadas y de los lugares en los que se pueden proyectar. Al contrario de lo que se piensa, no son secundarios.

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