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El realineamiento de Oriente Medio

Un iraní celebrando la revolución islámica de 1979 con una fotografía en contra de Donald Trump

Patricia Almarcegui

A pesar de que la estabilidad de Irán es una pieza necesaria para la paz en Oriente Próximo, se suceden las operaciones para desestabilizarlo. Hubo un momento de inflexión bajo el mandato de Obama –también de Rohaní–, cuando se firmó el tratado nuclear, a lo que debería haber seguido el levantamiento de sanciones. Sin embargo, llegó Trump, cortó los contactos de alto nivel entre Washington y Teherán, y dejó claro la amenaza que representa el país, al que sitúa a la misma altura de ISIS –contra quien Irán combate, así como contra otros grupos yihadistas–.

Alude para ello a la amenaza nuclear, aunque otros países de Oriente dispongan de armas nucleares. El apoyo a los chiíes, una división sectaria que está por demostrar y que se instrumentaliza cuando existe un enfrentamiento geopolítico. Y, ahora, denuncia a Qatar. Un país que camina libremente en la región con una península dentro del Golfo Pérsico, que serviría como trampolín para llegar a Irán, en cuyas aguas se encuentra el yacimiento de gas natural, South Pars/North Dome, el más grande del mundo, dividido entre la soberanía iraní y qatarí.

Rouhani acaba de vencer de nuevo sobre sus rivales más conservadores en las elecciones iraníes de mayo. La victoria se ve como una señal de una clase social media y burguesa que tiene cada vez más poder y que necesita del juego democrático. Sin embargo, el candidato reformista independiente y líder del Movimiento Verde, Musaví, quien está en arresto domiciliario desde 2011, no ha podido presentarse a las elecciones, lo que significa que otra vez se ha eliminado una alternativa a las dos fuerzas dominantes del espacio político.

La baza principal de Rouhaní para la victoria ha sido el acuerdo nuclear firmado en el 2015 y la recuperación económica prevista con el levantamiento de las sanciones. No habiéndose dado la segunda, el crecimiento económico del 7% se ha conseguido básicamente gracias a la venta del petróleo, pero no a la reactivación de la economía. De nuevo, la financiación se basa en los hidrocarburos.

Irán y Arabia Saudí compiten entre sí para hacerse con la influencia en el Golfo Pérsico en concreto y Oriente Medio en general, en una rivalidad reciente que arranca tras la Revolución iraní y se consolidó con la invasión estadounidense de Irak en 2003. Tras las revoluciones árabes, ambos están sometidos a los movimientos geopolíticos de las regiones colindantes y han tomado partido por unos u otros en función de su búsqueda de poder. Así ocurre con las guerras civiles de Yemen, Siria e Irak, como sabemos, pero también con dos naciones de enorme peso histórico que luchan en pos de sus aspiraciones democráticas: Egipto y Turquía, cuyos aparatos de estado arrastran también la geopolítica de la región.

En el nuevo realineamiento no hay que perder de vista la causa palestina, pues en Irán, Turquía y Egipto supone una de las bases de las aspiraciones democráticas. Dicha causa opera también en las otras dos grandes fuerzas implicadas en la región, Israel y EEUU. Las cuales, alineadas con Arabia Saudí, parecen las más interesadas en denunciar el acuerdo nuclear conseguido con tanto esfuerzo con Irán y el que Europa (con Alemania al frente que lo negoció) debería defender. De nuevo, el terrorismo se convierte en un monstruo, un “ente insólito” al que se dirigen los esfuerzos (ninguno político) para aplacar la fuerza irracional que lo guía, real o no, cuya justificación es incuestionable e ideal para generar las acciones que desestabilizan a cualquier país, incluido Irán.

El beneficio que habría supuesto el levantamiento de las sanciones se ha visto limitado, tanto por las sanciones de EEUU como por el proteccionismo interno iraní. En este sentido, el levantamiento funcionaría como una solución inmediata pues atraería a inversiones del extranjero. Sin embargo, está bien lejos de conseguirse.

El GAFI (Grupo de Acción Financiera Internacional), encargado de registrar en una lista los países que financian el terrorismo y el lavado de dinero, sigue incluyendo a Irán en la lista negra junto con Corea del Norte. De forma que los bancos occidentales y asiáticos no iniciarán o reanudarán los negocios con los iraníes. A lo que escapa la estadounidense Boeing, que ha firmado acuerdos para vender a Irán docenas de nuevos aviones civiles, la alemana Siemens, que ha acordado actualizar la red ferroviaria de Irán y la inglesa, Vodafone, que está modernizando las telecomunicaciones iraníes.

Así, solo desde unos cambios estructurales internos se conseguiría una mejora financiera y económica. Algo complicado pues, tras la victoria de Rouhani, han aumentado las fricciones entre los más conservadores del régimen y los que buscan la apertura del país. A pesar de ello, la actividad bancaria parece funcionar aisladamente. En las últimas semanas, el 90% de los bancos han emitido intereses en alza desafiando la normativa del Consejo Monetario y de Crédito que limitó la tasa al 15%.

Irán es una nación ambiciosa e inquieta y para Trump, su influencia, una amenaza global que hay que menoscabar. En los próximos meses, se asistirá a las consecuencias de la fuerza y el riesgo que el presidente quiera asumir en la relación, para lo cual instrumentalizará los conflictos regionales en su favor y, en definitiva, se moldeará en función de la guerra que se está librando en los precios actuales de los hidrocarburos.

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