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Israel y Palestina, un proceso de paz ficticio

El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, y el presidente palestino, Mahmoud Abbas, en París el 20 de febrero de 2014. / Efe

Aitor Hernández Carr / Ferran Izquierdo Brichs

Han transcurrido ya casi más de 20 años desde que se iniciara el llamado proceso de paz o de negociaciones entre israelíes y palestinos. El “proceso de paz” ha tenido una importante falta de credibilidad desde sus inicios y se ha dado por muerto en repetidas ocasiones, la última hace ya un mes. A continuación apuntamos algunos elementos que pueden ayudar a comprender el significado y las consecuencias del fracaso del proceso de paz.

1. Los medios de comunicación y los políticos implicados nunca mencionan lo más importante respecto al llamado proceso de paz: nunca ha sido una realidad. Nunca ha habido negociaciones reales entre israelíes y palestinos, de la misma forma que nunca ha habido y nunca habrá negociaciones entre el fuerte y el débil. En cualquier tipo de conflicto, desde el nivel personal hasta el nivel internacional, si hay una parte mucho más fuerte que otra, el fuerte nunca negociará con el débil, por la simple razón de que no necesita hacerlo. Y ha habido muy pocos conflictos en la historia con tanta diferencia de poder como el que enfrenta a israelíes y palestinos. Israel ocupa militarmente, coloniza de forma inexorable y ha creado un sistema de apartheid basado en la discriminación racial. La realidad sobre el terreno es que Israel rige sobre la vida de los millones de palestinos que viven entre el Mediterráneo y el río Jordán e incrementa ininterrumpidamente su acumulación de tierras y recursos pertenecientes a los palestinos. El poder y la capacidad de negociación de los palestinos es ínfima.

2. Entonces, si no hay negociaciones entre israelíes y palestinos, ¿quién está negociando con quién? Las negociaciones se producen a tres niveles distintos: en primer lugar, se produce una primera negociación entre distintas élites políticas, económicas y militares israelíes. En la sociedad israelí hay unos sectores que ganan mucho capital y poder gracias a la tensión y la inseguridad que genera el conflicto (los ejemplos más evidentes son los sectores militares y de producción de armamento, y también los partidos coloniales y ultranacionalistas como el Likud). Pero también hay élites que pierden a consecuencia del conflicto, como las empresas de la economía civil, o los políticos que defienden una visión más moderada del sionismo. Según la evolución del conflicto, la inversión, el presupuesto y los votos van en una dirección u otra, con lo que hay algunas élites israelíes muy interesadas en mantener la tensión mientras que otras quieren disminuirla. La negociación permanente entre estos dos grupos tiene efectos en las políticas sobre los territorios ocupados palestinos (evolución del muro del apartheid, de la creación de colonias, de la represión sobre los palestinos…). En segundo lugar, se produce la negociación entre los gobiernos israelíes y Washington. En este sentido, el ministro de defensa israelí afirmaba en conversaciones privadas con periodistas y responsables políticos, filtradas a la prensa, que los palestinos en realidad no participaban en las negociaciones, y que éstas se producen entre Estados Unidos e Israel. En estas negociaciones, paradójicamente, la parte fuerte es el Gobierno israelí, gracias a la influencia que tiene el lobby proisraelí sobre los políticos norteamericanos. Finalmente, el producto de estas dos negociaciones se presenta como un ultimátum a los palestinos: o lo aceptas o diremos que no estás interesado en la paz. Tal y como señalaba recientemente el historiador israelí Zeev Sternhell, hasta el momento las negociaciones de paz han sido más bien un intento de “certificar por escrito la rendición absoluta de los palestinos” más que un intento de encontrar una solución justa para todos los habitantes de ese territorio. Hace falta un cambio de paradigma en el enfoque de las negociaciones de paz.

3. En la reciente ronda de negociaciones esta situación se expresó en que John Kerry no presentó ninguna exigencia de fondo al Gobierno israelí, a pesar de que al final reconoció que el fracaso era responsabilidad del Gobierno de Netanyahu. En palabras de John Kerry: “Israel se negó a liberar a los prisioneros palestinos pactados y se anunció la construcción de 700 nuevas unidades en Jerusalén Este y, poof... ése fue el momento”. Sin embargo, sí presentó a Abu Mazen la nueva exigencia, entre otras, de que reconociera a Israel como un Estado judío, lo que es totalmente inaceptable para la totalidad de los palestinos pues supone renunciar al derecho al retorno de los refugiados, y también implica la aceptación de que los palestinos que permanecen en Israel (el 20% de la población israelí) tendrán siempre un estatus de ciudadanos de segunda en sus propias casas.

4. ¿Cómo cambiar la situación y crear las condiciones para una verdadera negociación? La única forma es crear un mayor equilibrio de fuerzas entre quienes deben negociar. En una reciente conferencia a la que asistimos en la universidad de Berkeley (Estados Unidos), Menahem Klein, quien fue asesor del Gobierno israelí en las “negociaciones” de Camp David y Taba en el año 2000, afirmaba que la única forma de avanzar en las negociaciones es con presiones exteriores sobre Israel, y que las élites palestinas (tanto de Fatah como de Hamas) dejen de administrar la ocupación para llamar nuevamente a la resistencia. Para ello, la sociedad palestina deberá ser lo bastante fuerte como para obligar a sus élites a poner el objetivo de la resistencia por delante de la lucha mezquina de la competición por las migajas de poder que deja la ocupación israelí. El momento en que los palestinos han sido más fuertes fue durante la primera Intifada, un ejemplo de resistencia civil masiva y un antecedente de las movilizaciones populares y pacíficas de la primavera árabe. En este sentido, se ha hablado de la posibilidad una tercera Intifada basada en la resistencia no-violenta en el interior y en el boicot desde el exterior. Sin embargo, no parece que el reciente acuerdo entre Fatah y Hamas sea un gran avance en esta dirección, pues no tiene el objetivo de llamar nuevamente a la lucha popular. No obstante, el acuerdo sí es imprescindible para que se puedan producir tanto la resistencia como una negociación mínimamente creíble.

5. Hasta el momento Israel no ha tenido ninguna presión externa real, ni incentivos para modificar el status quo y la dinámica sobre el terreno. Los Estados Unidos, la Unión Europea y la comunidad internacional no plantean a Israel la obligatoriedad de respetar la legalidad internacional y las resoluciones de Naciones Unidas. Al contrario, establecen acuerdos comerciales y de seguridad que no hacen más que reforzar la ocupación-desposesión de la población palestina (ejemplos cercanos de extrema gravedad son la compra de armamento de España a empresas israelíes o los múltiples acuerdos firmados bajo la tutela de la Generalitat de Catalunya).

6. Ante la falta de presión externa, la realidad sobre el terreno avanza inexorable: más tierras confiscadas, más colonias, menor libertad de movimiento para la población palestina, castigo colectivo sobre la población de Gaza, etc. Ante la situación de flagrante y continuada violación de los derechos más fundamentales de la población palestina y la enorme desigualdad sobre el terreno, sólo queda el camino de ejercer una presión externa que nivele la correlación de fuerzas y permita que, en el futuro, se produzcan unas negociaciones de paz mínimamente equilibradas y reales.

7. Para ello, a nivel internacional se ha abierto una nueva perspectiva a través de dos procesos. En primer lugar, la entrada de la Autoridad Nacional Palestina en diferentes organismos internacionales y las posibilidades que abre en cuanto a reclamaciones contra los militares y políticos israelíes por la comisión de crímenes contra la Humanidad y de crímenes de guerra, y contra las permanentes violaciones de los derechos de los palestinos. En segundo lugar, la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel (BDS), inspirada en el movimiento internacional que contribuyó al fin del régimen de Apartheid sudafricano, está dotando a la ciudadanía de unos instrumentos de presión e intervención que no necesitan de la aprobación de los gobiernos occidentales. Todo ello ha de servir para que, finalmente, los representantes del pueblo palestino e israelí negocien de igual a igual la solución que consideren más apropiada conforme a los principios de la legalidad internacional.

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