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La jerigonza española

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe al primer ministro de la República Portuguesa, Antonio Costa, en la localidad cacereña de Trujillo.
28 de octubre de 2021 22:31 h

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Ahora que Portugal se encamina a nuevas elecciones y que el espejo de Antonio Costa en el que se miró Pedro Sánchez en 2016 se ha roto en mil pedazos, conviene que en España la coalición de gobierno tome nota de las consecuencias de la jerigonza portuguesa, término acuñado por los conservadores del país vecino para definir lo imposible de explicar y que, en realidad, fue una solución de gobierno que salió de la suma de uno o más acuerdos parlamentarios entre dos o más partidos, entre los que no estaba la formación política que ganó las elecciones. La RAE incluye hasta tres acepciones para lo que también se acepta como sinónimo de galimatías. 1: lenguaje especial de algunos gremios. 2: lenguaje de mal gusto, complicado y difícil de entender. Y 3: acción extraña y ridícula.

Para la zapatiesta montada al hilo de la reforma laboral podrían servir las tres. La primera, porque la calculada semántica en la que se han movido estos días socialistas y morados -si como cárdena se puede incluir a Yolanda Díaz aunque no milite en ninguno de los partidos de la coalición confederal- no tenía como receptores a los ciudadanos sino a los integrantes de los bandos en liza de esta batalla interna que, sin duda, marcará un antes y un después en la relación entre la titular de Trabajo y Pedro Sánchez. La segunda, porque el alcance del pulso librado en el seno de la coalición y sus consecuencias aún está por determinar. Y la tercera, porque en efecto, no forma parte de la normalidad exigir a un socio de gobierno una reunión urgente a través de una red social.

Este jueves Sánchez ha vuelto a verse con Costa en Trujillo en el marco de una cumbre hispanolusa sobre movilidad sostenible. El portugués también llegó al poder después de una moción de censura por una alianza parlamentaria entre las izquierdas que echó del gobierno a los conservadores. Cuatro años después, ganó las elecciones y ahora sus socios del Bloque de izquierdas y del Partido Comunista le han dejado colgado de la brocha tras rechazar sus presupuestos y acusarle de haberse derechizado para contentar a la Comisión Europea, por lo que se encuentra abocado a unos comicios anticipados.

En política todo pasa rápido, tan rápido que los marcos cambian en cuestión de horas. Un pulso, una negociación, un rifirrafe, un mal gesto, una declaración, una encuesta… y todo salta por los aires en cuestión de minutos. A Sánchez, como a Costa, sus socios le ven en este momento más cerca de la ortodoxia de Bruselas que de Yolanda Diaz en lo que respecta a la reforma laboral. O eso dicen: que la crisis no tiene que ver con los liderazgos ni con los egos y sí con los contenidos pactados sobre el nuevo marco de relaciones laborales en el pacto de coalición.

El PSOE, por su parte, denuncia que la titular de Trabajo había pactado la reforma con los sindicatos sin dar cuenta al resto del Consejo de Ministros y por tanto al presidente del Gobierno, y que ha habido que pararle los pies porque va por libre, algo que también le afean algunos de sus valedores de Unidas Podemos. Todo esto ha coincidido en un momento en el que la vicepresidenta primera atraviesa un momento dulce de esos que en política duran lo que duran y puede convertirse en amargo y desapacible sin apenas transición. De estrellas fulgurantes con la máxima puntuación en valoración y complicidades con los grupos mediáticos más variopintos está lleno el diccionario de ex de la política española. 

Díaz buscaba resolver el asunto en una bilateral con Sánchez, pero el presidente no ha cruzado siquiera un mensaje con ella y ha delegado la solución en Felix Bolaños, convertido ya en el apagafuegos oficial del Gobierno. De aquella imagen idílica de ambos paseando por los jardines de La Moncloa a modo de compromiso matrimonial para festejar el acuerdo presupuestario poco queda, y en la parte socialista de la coalición dudan de que algún día pueda repetirse. “El Gobierno no es un coro donde puedan existir solistas”, ha dicho la portavoz Isabel Rodríguez en entrevista con elDiario.es, en un mensaje que tenía un claro y único destinatario. 

Esta crisis no se ha cerrado. Ni porque Díaz diga que está muy agradecida al presidente ni porque el presidente haya puesto vigilancia a Díaz en la mesa de negociación sobre la reforma de los ministerios de Economía, Hacienda e Inclusión. Las espadas siguen en alto. Y lo peor no es eso, sino que los ciudadanos asisten atónitos a un embrollo más de una izquierda especialista en dividirse a sí misma. Pase lo que pase en esa negociación y sea cual sea el resultado de la misma, ni Sánchez puede prescindir de quien hoy es un indudable activo para la izquierda, ni Díaz puede irse del Gobierno porque necesita de la institucionalidad para avanzar en ese nuevo espacio que persigue y para el que carece de partido. O se entienden o de esta jerigonza salen como ha salido Costa. Y en España, ya sabemos lo que eso puede suponer si nos creemos lo que dicen los sondeos.

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