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Una lección de dignidad en La Vuelta

Manifestantes propalestinos cortan el recorrido de los ciclistas en el Paseo del Prado en Madrid, este domingo. Rodrigo Jiménez/EFE
15 de septiembre de 2025 12:14 h

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Hoy es uno de esos días en los que es imposible no sentir orgullo de nuestra sociedad. Durante las últimas semanas, la indignación contra la participación en la vuelta ciclista a España de un equipo que intentaba blanquear las políticas de exterminio sionista ha ido creciendo por los territorios por los que pasaba. Gracias a ello, el acontecimiento deportivo se ha convertido en un escaparate de primer orden para mostrar la solidaridad popular con las decenas de miles asesinadas en Gaza. Los valores del deporte, esta vez, han sido los de la humanidad.

El impacto social del deporte lo convierte en una herramienta tremendamente útil para crear conciencia ante grandes cuestiones humanas. En la derrota del odioso sistema del apartheid en Sudáfrica tuvo mucho que ver la presión internacional y especialmente la deportiva. Lo saben bien quienes han excluido a Rusia de competiciones como La Vuelta: se trata de negar que el país que dirige Putin pueda mejorar su reputación a través del deporte mientras continúe la agresión a Ucrania, a la vez que hacer patente internamente el aislamiento internacional del régimen.

Prueba de la imposibilidad de separar deporte y política es que el multimillonario Sylvan Adams no dudó en invertir unos fondos más que considerables en un equipo ciclista creado exclusivamente para promocionar al Estado de Israel en este tipo de competiciones. La inscripción del equipo Israel Premier Tech en La Vuelta es un acto político. Tan político como la legítima protesta contra esta participación.

Que nadie se equivoque en este punto: las protestas propalestinas contra la vuelta a España han sido la respuesta social a una iniciativa política que pretendía lavar la imagen de un régimen político. Los mismos que prohibieron la presencia rusa, impulsaron la de Israel intentando disimular así los actos criminales de ese Estado. Son estos promotores los que politizaron el acontecimiento, no quienes se han limitado a responder a un acto tan objetivamente infamante.

Lo que molesta ahora a la derecha política española no es que se utilice la competición para hablar de Israel o Gaza, sino que la respuesta social haya sido tan masiva que al final ha logrado convertir un gesto de apoyo a las políticas genocidas sionistas en todo lo contrario. Quienes querían presentar a Israel como un país homologable al resto rabian porque en vez de eso han provocado que la mayoría de la ciudadanía exprese de manera multitudinaria y ante la mirada de todo el mundo el rechazo a la carnicería que está teniendo lugar en Gaza.

La mañana de la última etapa, la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, acudió a saludar específicamente al equipo pro-israelí y se fotografió con sus componentes. También saludó a otros participantes, pero hizo hincapié en esa demostración pública de apoyo. No es casualidad que ese gesto lo haga una de las políticas más beligerantes en negar las atrocidades que está cometiendo el ejército de Israel, junto a su compañero de partido y alcalde de Madrid, que estos días ha insistido en negar públicamente el genocidio. Si La Vuelta hubiera acabado como si nada, por mucha bandera palestina que ondeara entre el público, el mensaje transmitido al mundo sería el del presentar a Israel como un país como los demás.

Por eso, ante el empeño de la organización y las autoridades en seguir adelante como si nada, la única respuesta posible era bloquear la competición. No es cierto que fuera solo una carrera ciclista. Los que apoyan o toleran las atrocidades en Gaza lo habían convertido en un acto político a su favor. Los espectadores no iban a asistir a una prueba de velocidad, sino a la normalización del Estado de Israel. Frente a ello no era suficiente mostrar solidaridad con Gaza y rechazo al genocidio del pueblo palestino. Era necesario demostrar que la indignación y la repulsa son mayores que el apoyo a los crímenes contra la humanidad y eso solo podía hacerse impidiendo que la carrera se desarrollara con normalidad y que su última etapa tuviera siquiera lugar.

Lo que vuelve realmente admirables estas protestas contra la utilización de la carrera ciclista española en favor de Israel es que toda esta demostración de dignidad popular que ha permitido frenar la Vuelta ha sido pacífica y proporcionada. La falsa indignación de quienes solo ven la paja en el ojo ajeno intenta poner el énfasis en que los manifestantes han invadido los carriles dedicados a los corredores o en que algunos agentes de la policía se han lastimado al intentar reprimirlos. Es un intento absurdo de reorientar la opinión pública promovido por los mismos que cuando les apetece se manifiestan sin autorización en la calle Ferraz o jalean las agresiones contra el presidente del Gobierno en Valencia.

El derecho a la protesta es esencial en un sistema democrático. Permite a la ciudadanía exponer públicamente sus posiciones y discrepancias como método de participación directa. Como dice el Tribunal Constitucional, el espacio urbano no es sólo un ámbito de circulación, sino también un espacio de participación. Para hacerlo de manera efectiva es necesario un cierto grado de provocación, que se concreta en trastornos y molestias para la colectividad. Si una protesta o reivindicación pasa desapercibida, difícilmente puede servir para alcanzar sus objetivos de visibilidad. En los casos más extremos, la protesta legítima se expresa mediante actos de desobediencia civil, que implican siempre una cierta confrontación con las normas y disposiciones estatales, pues se trata de poner en evidencia su carácter injusto.

En este caso, la mera ocupación del espacio público obstaculizando el normal desarrollo de la prueba ciclista no ha sido un acto gratuito intimidatorio o de violencia, sino que era el único modo de impedir que la vuelta ciclista se usase como instrumento legitimador del genocidio en Gaza. Ciertamente, en algunos puntos la presión de la ciudadanía hizo que se cayeran algunas vallas y hubo manifestantes que pacíficamente cortaron la carrera con sus pancartas. Desde las posiciones más conservadoras pueden intentar criminalizarse estas leves infracciones del orden público, pero no es más que una cortina de humo. Desde la perspectiva de la lucha de los derechos civiles se trata de actos de protesta que no han causado daño ni riesgo a ninguna persona y que han servido para conseguir un objetivo humanamente imprescindible: poner en evidencia la colaboración de nuestras autoridades deportivas y civiles con el genocidio.

Cuando muchos países europeos han decidido poner sordina al intento de exterminio de toda una población y hacer como que no ven los bombardeos indiscriminados que han causado ya la muerte de decenas de miles de niños y personas inocentes, el último reducto de la dignidad es la sociedad

En nuestro país, la presión popular ha conseguido que una competición deportiva que iba a ser utilizada políticamente para legitimar crímenes contra la humanidad se convierta en una constatación de la masiva indignación popular frente a estos crímenes. Y se ha conseguido sin violencia. Todos los que en el mundo entero creen en los derechos humanos miran estos días con admiración a nuestra sociedad. Pocas veces hemos tenido internacionalmente tan buena reputación como pueblo valiente, con conciencia y decidido a dar un paso para defender los derechos de los más vulnerables. Solo podemos estar orgullosos de haber paralizado La Vuelta y, sobre todo, de la ola de solidaridad con Palestina que estos días llena nuestras calles.

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