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Lecciones sobre el peligro

Dos agentes, frente a un furgón policial durante una operación contra un grupo ultraderechista en Alemania.

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La conciencia del peligro es ya la mitad de la seguridad y de la salvación

Ramón J. Sender

La violencia, esa palabra atroz para la que la escena española ha encontrado tantos usos. Ya les dije que los tropos no sirven para la política y ya ni acaso para un poema. Una operación compleja en Alemania ha desarticulado lo que la Fiscalía considera una conspiración para la rebelión armada auspiciada por elementos de ultraderecha que giran en torno a un grupúsculo, con unos 20.000 seguidores, denominado Reichsbürger. 

“Sabían que el proyecto no podía realizarse sino con la utilización de medios militares y el uso de la violencia contra los representantes del Estado” -dice la Fiscalía alemana-, “estaban dispuestos a cometer homicidios” para lograr “reemplazar el orden constitucional actual”. Pensaban entrar armados en el Parlamento. He aquí, señores, la constatación de lo que es una rebelión para los alemanes, para el resto de Europa y también para nosotros. Nunca ha habido la más mínima duda hasta que fiscales imaginativos construyeron aquí sus ficciones patrioteras: “Lo que ocurrió en Cataluña fue un golpe de Estado”, se emperró el fiscal Zaragoza. No le dieron la razón; no porque no hubiera miembros en el tribunal dispuestos a tragar con la violencia de cartón piedra. No, señor fiscal, una conspiración para un golpe de estado es esta que han neutralizado los alemanes. Luego se extrañan de que no compraran la euroorden. Sin violencia no hay golpe posible y por eso se empeñaron en salir a buscarla con las togas. Ahora se duelen de que se intente remediar todo aquel dislate. 

Los golpistas. La violencia. Los fascistas. Los etarras. Los independentistas. Los enemigos de España. Los que rompen la Constitución. Los traidores. Los conceptos inflados, huecos como zepelines, que estallan en nuestra política, tranquilos y seguros de que la realidad no va a situarlos frente al espejo, pero, ¿y si pasara? El riesgo real para la democracia podría producirse. Los alemanes hace años que han clasificado la violencia de extrema derecha en el primer escalón de sus amenazas, seguida por el yihadismo; hace años que investigan a sus policías y a sus unidades militares en busca de los elementos de ultraderecha para neutralizarlos. Aquí, si pasara, estaríamos sin prestigio y con los conceptos y las instituciones en duda. Cuando la Fiscalía alemana dice que ordenó las detenciones porque planeaban entrar armados en el parlamento, nadie piensa que en realidad todo sea que les haya encontrado a los golpistas un tique de metro para la estación de las inmediaciones. Ya me entienden. El descrédito se arrastra.

Insistan en los insultos. Rasguémonos las vestiduras. No sé por qué inventaron Maestros de la Costura siendo que lo nuestro es arrancarnos los trapos a bocados. Maestros de la impostura. Vigilen los parlamentos para que no entre la violencia real, esa que dejó sus muescas en el techo del nuestro. Cuídenlos de los búfalos que entran para pisotear la soberanía nacional. No gasten las palabras, pues ya no serán un arma cargada de futuro sino una recámara vacía de pasado. 

Todo está relacionado. Todo el riesgo es el mismo riesgo, aunque en nuestro país devenga en opereta. Los Reichsbürger están directamente imbuidos por las ideas de Qanon norteamericano y por una cosa loca que llaman pensamiento paralelo, que pretende soluciones al margen de la lógica. Para ellos también Alemania está antes y por encima de la constitución alemana. Alguien dijo este martes eso mismo. No reconocen la legitimidad de las instituciones constitucionales, rechazan obedecer a los requerimientos oficiales, y preparan el restablecimiento del imperio (Reich) o bien incluso directamente niegan que haya desaparecido. Sigan sumando. “Están formalmente convencidos de que Alemania está dirigido por miembros del deep state y que la liberación llegará con la intervención de la Alianza, una sociedad técnicamente superior formada por gobiernos, servicios secretos y militares de distintos países, incluidos Rusia y USA”, y en primavera ya se desmanteló a otro grupúsculo que planeaba atentados y el secuestro del ministro de Sanidad por las restricciones impuestas durante la pandemia. Les suena, todo les suena. La conspiración tenía un brazo militar. Unas barricadas y un jefe de policía no sirven para el mismo efecto. Subirse sobre un coche, creo que tampoco. Aquello fue otra cosa, grave, pero otra cosa. 

Aunque, por otra parte, si giras la página o pasas pantalla, ves cómo un parlamento ha aprobado por unanimidad una restricción de derechos fundamentales y libertades civiles del máximo calado. Esa es la segunda espita que hay que vigilar. Hay derechos humanos que deben estar incluso por encima de la soberanía popular. Los indonesios, “la tercera mayor democracia del mundo”, han promulgado un nuevo código penal porque el anterior era cosa de los colonialistas holandeses. Les ha llevado unos años, pero al fin todos juntitos han votado penalizar el sexo fuera del matrimonio y la cohabitación prematrimonial -el adulterio ya lo estaba-, castigar con cárcel la apostasía, los insultos al presidente o emitir opiniones contrarias a la ideología nacional. Seguirán flagelando a los adúlteros y a los homosexuales. Las blasfemias estarán penadas con hasta cinco años de prisión. En plan orweliano, una ministra llamada de Derecho y Derechos Humanos ha sentenciado que este cambio era una aspiración pública. Democracia y Abogados Cristianos. Dejen a esa peña y verán lo que es bueno. Entendamos por qué tiene que ser posible insultar al rey o quemar una bandera o cantar sin dar con tus huesos en la cárcel; por qué hay que poder hacer humor con cristos, vírgenes y mahomas, aunque ofenda. 

Lecciones de peligro, están ahí, sólo basta con sacar la cabeza del marasmo de confusión en la que nos sepultan los doctores en propaganda.

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