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Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
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Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

Ir demasiado lejos

Feijóo en el pleno del Senado.

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El PP sigue sin encontrar el rumbo. No sabe dónde va. Desde luego, no hacia ese espacio de moderación y centralidad que Feijóo parecía representar. El líder del PP dijo que no llegaba para insultar, sino para ganar a Pedro Sánchez. Lo del insulto lo tiene ya muy entrenado y lo de ganar lo ha cambiado por derogar. “Derogar el sanchismo” es ahora su nuevo lema de campaña. Retoma de nuevo la idea de que las municipales y autonómicas son un plebiscito sobre el presidente del Gobierno. 

¿Derogar el sanchismo? En democracia, lo que se derogan son las leyes, no las personas. Pero el presidente del PP ha decidido subirse a la ola del populismo, de los eslóganes fáciles, de los mantras de la ultraderecha y de las consignas que escucha en las tertulias matutinas de los medios afines porque cree que así gana en ese espacio que hoy no termina de arrebatarle a VOX. 

Entre el discurso transversal que dio la mayoría absoluta a Moreno Bonilla y la retahíla de improperios de Isabel Díaz Ayuso, Feijóo ya ha elegido la senda por la que quiere transitar. Si la incontinente y procaz baronesa tiene el dominio electoral, además del favor de la mayoría de los medios de comunicación, ese será el camino también de Feijóo.

En política cada uno es libre de suicidarse como quiera. No será porque no haya ejemplos recientes y remotos de autodestrucción. Pero fijar el marco de una campaña sólo al grito del “antisanchismo” tiene riesgos. Si el PSOE aguanta, si mantiene sus gobiernos más emblemáticos, si obtiene más votos y más concejales que el PP, Feijoo no sólo saldrá derrotado el 28M, sino que tendrá serias dificultades para acallar las voces de quienes cuestionan ya su liderazgo desde fuera y por supuesto las críticas internas de su propio partido. 

Con todo, el salto cualitativo en su deriva populista lo ha dado al cuestionar las instituciones comunitarias. Ni el “difunto” Pablo Casado se atrevió a tanto. Una cosa es ir a Bruselas a poner a caldo a Sánchez y sus políticas, que ya es poner palos en las ruedas no del Gobierno sino del país, y otra muy distinta es acusar a la Comisión Europea de hacer campaña electoral en favor del presidente del Gobierno de España. Eso ya son palabras mayores al estilo de Bolsonaro o Trump. 

Y es que flanqueado por los eurodiputados populares Dolors Montserrat y Juan Ignacio Zoido, el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, ha cargado con dureza contra el comisario de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevicius. “Tengo que ser muy claro: veo al comisario ahora cada vez más como un camisa roja haciendo campaña por Sánchez, y no tanto como un verdadero creador de soluciones a este nivel”, afirmó ante el silencio cómplice de los parlamentarios españoles. 

Feijóo no ha puesto ni una objeción a las palabras del líder de los populares europeos con las que tachó de “inaceptable” lo que a su juicio es un comportamiento “bastante político” de la Comisión, un organismo presidido, por cierto, por Ursula von der Leyen, perteneciente a la conservadora CDU alemana. Y desde Bruselas le han enviado una seria advertencia: “La Comisión es la guardiana imparcial de los Tratados”.

La polémica llega días después de la reunión entre el consejero de Medio Ambiente andaluz y el propio comisario, una cita en la que Andalucía trató de defender con escaso éxito la legalidad del proyecto para regularizar los regadíos ilegales de Doñana y la Comisión, el cumplimiento de los Tratados. Todo después de que Bruselas lleve semanas alertando de posibles sanciones a España si sale adelante el proyecto impulsado desde la Junta de Andalucía y tramitado por el PP y VOX en el Parlamento regional.

Ya no es cuestión de ignorancia ni de mala fe, sino más bien una frivolidad impropia de un partido de gobierno y consecuencia, claro, de un discurso más cercano a quienes practican la antipolítica y se sitúan más fuera que dentro del sistema democrático. Se han subido al carro de la deslegitimación, que puede, sin duda, dar sus frutos electorales, pero que nos sitúa como sociedad ante una deriva muy peligrosa.

Están jugando con fuego y yendo demasiado lejos.

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