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La leyenda de los indecisos

Casi 37 millones de electores podrán votar en los comicios del 28A

Antón Losada

Pasan las últimas encuestas solemnes y ceremoniosas como los pasos de cierre de una procesión de Semana Santa. La victoria del PSOE y el segundo puesto del PP parecen fuera de toda duda y de los márgenes de error, garantizadas ambas posiciones por ventajas de más de 5 puntos en todas las encuestas. Todo lo demás se halla en disputa y dentro de los márgenes de error. Ni el tercer puesto de Ciudadanos, ni el sorpasso de Vox, ni el derrumbe de Podemos están garantizados. En la mayoría de la encuestas, con márgenes de error de más del 3%, la diferencia entre los porcentajes de voto que se les atribuyen a los tres apenas alcanza el punto y medio.

Que el PSOE supere el treinta por ciento en voto marca su margen de maniobra para gobernar en solitario o con cómodos apoyos. Las llamadas de Podemos a un voto que obligue a los socialistas a no mirar a su derecha, o los mensajes de ERC avisando que no permitirá un gobierno de derecha por acción u omisión, nos dicen que las apelaciones al voto útil por parte de Pedro Sánchez le parecen una amenaza bastante real.

Que el PP aguante por encima de la barrera de veinte por ciento en apoyo marca la frontera para que el bloque de la derecha pueda aspirar a gobernar. La ausencia de Vox en los debates ha sido la mejor noticia de la campaña para Pablo Casado, quien podrá apropiarse del discurso de Abascal sin competir con él en directo y ante millones de espectadores. No estar supone un desastre para Vox, que no les engañen con su WhatsApp filtrado. Siempre es mejor estar. Nadie vota a Vox por la racionalidad de sus propuestas o la solidez de su programa ni va dejar de hacerlo por lo contrario. Les votan porque hacen daño allí donde aparecen. Lo que no se ve, no duele.

Los dos bloques pueden ganar. Todas las encuestas se manejan en diferencias muy ajustadas y dentro de unos márgenes de error lo suficientemente amplios para que quepan ambos escenarios; aunque con mayores probabilidades, a día de hoy, para un triunfo del voto de izquierda; ampliado por la posibilidad de acuerdo con los nacionalistas y la imposibilidad de las tres fuerzas de derecha para sumar aliados más allá de sus propias fronteras.

En ese escenario, que todas las encuestas nos digan que, a una semana de votar, entre dos y tres de cada diez electores declaren hallarse indecisos, les convierte en una legión de unicornios mágicos capaces de obrar todos los milagros posibles. Aunque nadie debería volverse loco. La indecisión es alta, pero también lo es el postureo. Que una campaña tan plana y santa no haya decantado mucho al electorado se antoja normal. También que unos cuantos de esos dubitativos electores, en el fondo, prefieren no revelar una opción que ya tienen decidida y ningún debate va a cambiar. Muchos de esos supuestos indecisos pueden ser, en realidad, abstencionistas agazapados. La mayoría de las encuestas asumen una participación por encima incluso de 2015. Habrá que verlo. Atentos.

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