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El mal pastor

Protesta en 2021 contra la pederastia en la Iglesia.

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Definitivamente, España es el país de los elefantes en la habitación. Convivimos con ellos como si no pasara nada con pasmosa naturalidad, no nos cuesta ningún trabajo ignorarlos y nos entusiasma señalar indignados a quienes, a diferencia de nosotros, se atreven a verlos o prefieren no ignorarlos. Hasta que un día, el elefante se espanta y empieza a correr en estampida por toda la habitación arrasando cuanto encuentra a su paso. Entonces corremos a indignarnos porque los demás no lo hayan visto antes, se alzan los dedos acusadores por millares señalando a los verdaderos culpables y, sin esfuerzo o mala conciencia alguna hacemos como que no hubiera pasado nada y el elefante hubiera sido parte de la familia desde el primer día.

La pederastia en la Iglesia Española ha seguido exactamente este ciclo de ignorancia. Mientras medio mundo católico se veía sacudido por la evidencia de millares de casos y la institucionalización de su protección, aquí hacíamos como si no pasara nada. Éramos la excepción, “Spain is different, you know”. Aquí no había sucedido nada ni remotamente parecido, o eran en todo caso un puñado de casos aislados, de otros tiempos, protagonizados por enfermos incapaces de controlarse que, tal vez, de merecer algo, merecían algo de compasión cristiana. 

El informe del defensor del Pueblo sobre la pederastia en la Iglesia ha desatado por completo a un elefante gigantesco. De ser la excepción, el lugar donde los niños y las niñas podían acercarse seguros a las sacristías y a los confesionarios, o irse a dormir confiados porque el ángel de la guarda nunca descansaba en España, pasamos a ser los lideres indiscutibles, superando en más de cien mil casos estimados a los degenerados franceses.

Ahora andamos todos con una indignación del tamaño del elefante. Los dedos acusadores se alzan como lanzas y se clavan por millares en las puertas de las iglesias, mientras se golpean los pechos y se llora por las victimas ofreciéndoles reparación, incluso a escote. Ahora, de repente, en España, todo el mundo lo sabía, siempre ha estado en contra de la manera más vigorosa y siempre ha estado con las víctimas sin reparar en gestos ni gastos. Ahora sí que cuesta entender cómo han podido suceder tantos casos, durante tanto tiempo y por qué las víctimas han podido sentirse tan solas, indefensas y humilladas en una sociedad que siempre era y ha sido tan activa y contundente contra la pederastia.

La excepción en esta España llena de elefantes la encarna, de nuevo, la santa madre Iglesia, que ha reaccionado con el ciclo de negación habitual ante las denuncias de pederastia en su seno: alegar que no son tantos casos, proclamar que ya los está investigando, indicar que si hay que pedir perdón se vuelve a pedir pero ya lo ha pedido el Papa Francisco, señalar a las familias porque allí es donde se producen los verdaderos abusos y utilizar el trabajo de los millares de buenos y decentes religiosos que viven y trabajan entre nosotros, para encubrir a los pederastas y abusadores mientras los mueven de parroquia en parroquia. 

Nosotros tenemos el ciclo del elefante, que nos permite convivir con nuestra propia indiferencia sin sentirnos mal. La Iglesia convive sin mala conciencia con la pederastia gracias a su propio bucle de negación: el ciclo del mal pastor, que es aquel que no protege a los corderos de los lobos, sino que ampara a los lobos para que puedan darse un festín. 

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