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Un mal trabajo judicial, dos vidas rotas

Ahmed Tommouhi (izquierda) y Antonio García (derecha), el hombre finalmente condenado

Elisa Beni

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"Es peor cometer una injusticia que padecerla, porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece, no"

Sócrates

Puede que no les interese esta historia que es la de un desgraciado, pobre, extranjero y casi analfabeto, cuya vida y la de su familia fueron destrozadas no por un error sino por un trabajo deficiente de profesionales de la judicatura, la policía y la fiscalía y por la confusión de una víctima. Una vida quebrada, la de Ahmed Tommouhi, y una familia rota y separada durante cuatro décadas. Una vida extinguida, la de Abderrazak Mounib, que murió de un infarto, pesando 50 kilos por las huelgas de hambre para protestar, en una celda en la que cada día gritaba: “Soy inocente, soy inocente”.

No fue un error judicial, fue una concatenación aberrante de malas praxis y una muestra que aterroriza de cómo el sistema está plagado de prejuicios, de dejadez, de rutinas y hasta de corporativismo y encubrimientos. En esta historia hay malos profesionales y buenas personas y, a la par, una reflexión terrible que llevar a cabo en la sociedad actual: cuidado con lo que pides porque te lo pueden dar y, a veces, con consecuencias dramáticas. 

Insisto, puede que no les interese esta historia porque es la de un pobre diablo y, sin embargo, a mí me parece que es la noticia más importante de toda la semana, la que nos debería llevar a reflexionar sobre la relevancia que los principios rectores -la presunción de inocencia, el in dubio pro reo, el cumplimiento de la ley procesal- tienen para que nunca una calamidad así pudiera sucederle a nadie. Tampoco a usted que me lee, porque, créame, una vida entra en el sumidero de la Justicia en un segundo y después puede que ni en cuarenta años ni nunca vuelva a resurgir.

El Tribunal Supremo decidió al fin, el jueves, revisar y anular la sentencia condenatoria por la violación de dos menores a Ahmed Tommouhi, ese hombre que tras pasar siendo inocente 15 años en prisión, necesitaba un papel para restañar su honor y poder volver a Beni Said (Nador) algún día, con la cabeza alta. La libertad importa, pero el restablecimiento del honor de la inocencia, es tanto o más importante.

Les decía que no se trata de un error judicial sino de un trabajo muy mal hecho. No se trata solamente, como se ha pretendido inducir a creer, de la mala suerte de parecerte mucho a un violador en serie. No, se trata de cómo el hilo pasó por muchos agujeros del queso de la Justicia y no sólo permitió sino que se empecinó en que un inocente pagara por ello. Estoy segura de que en su conciencia, o en lo más profundo de su subconsciente, muchos de los protagonistas de esta historia saben del terrible baldón que llevan sobre ellos. Encarcelar a un inocente por no hacer bien tu trabajo es de lo peor que le puede pasar a un juez. De esas cosas que, si eres decente, algunas noches deben despertarte bañado en sudor, como una pesadilla recurrente. 

En un juicio celebrado en la Audiencia de Barcelona, los magistrados Margarita Robles, Gerardo Thomás Andreu y Felipe Soler Ferrer incumplieron las normas procesales al no suspender el juicio tras la incomparecencia de los peritos de la Unidad de Policía Científica que debían ratificar el informe sobre la pruebas biológicas halladas en las prendas de una víctima y que no coincidían con las del violador. No suspendieron, y habían admitido la prueba que figuraba en autos. Debieron suspender y haber obligado a ir a los peritos, deduciendo testimonio contra ellos por no acudir a juicio. No lo hicieron. Eso no es un error judicial, eso es otra cosa. Y luego dictaron sentencia y le metieron doce años de prisión sin practicar una prueba decisiva, desdeñando las alegaciones de la defensa sobre una rueda de reconocimiento viciada porque la defensa alegaba que “las personas que integraban la rueda tenían rasgos distintos a los del acusado por carecer de bigote y ser de complexión más gruesa” y lo hicieron tomando como base exclusivamente las declaraciones “sin contradicciones” y “contundentes” de las víctimas. Cuatro folios mal hilvanados para fundamentar el destrozo de una vida.

Es muy largo, pero los policías, perfectamente identificados, trabajaron mal al no ir a ratificar su informe. Otros policías trabajaron mal cuando hicieron pasar a cara descubierta al detenido por delante de las víctimas que esperaban en el juzgado para la rueda de reconocimiento. Esto lo sabemos porque el guardia civil Reyes, que acompañaba a una de ellas, sería después el ángel de la guarda que perseveró para demostrar la inocencia de Tommouhi. El pobre desgraciado, en la cárcel, no abandonaba nunca una tarjeta con el escudo de la Benemérita y un mensaje de Reyes: “No me olvido de ti”. 

Porque hay quien trabaja mal y también quien lo hace muy bien. Reyes acabó por detener al verdadero culpable en 1995 y, aun así, el pobre albañil pobre siguió en prisión. La víctima acabó reconociendo su error -probablemente inducido por el mal hacer de otros- y pidiendo la libertad del inocente encarcelado con su testimonio. El fiscal jefe Mena lo hizo bien y, ante la evidencia, acabó pidiendo un indulto para el desgraciado dieciocho años después. Hubo un diputado socialista, Jordi Pedret, que preguntó sin respuesta al gobierno por ello. Nada. El gobierno de Aznar no contestó y el de Zapatero lo denegó. No se entiende ¿para no indultar a un condenado por violación?, ¿para no poner a Robles a los pies de los caballos? Los condenados no querían un indulto, querían que se les determinara inocentes, porque lo eran.

En junio de 2000, en el Tribunal Supremo, Martín Pallín, Conde-Pumpido y Luis Román Puerta rechazaron una revisión de la condena porque “han aparecido algunos hechos o elementos de prueba que podrían hacer surgir dudas y sombras sobre la participación del recurrente, pero esos elementos probatorios sólo sirven para introducir incertidumbres”.

¿Por qué este empecinamiento? ¿Por qué alguno de los jueces que firmaron esa sentencia muchos años después en Barcelona seguían empeñados en que habían hecho bien? ¿Estaba el sistema protegiendo a los suyos al no determinar que habían trabajado mal, que no habían hecho lo que procesalmente debían, que vulneraron el derecho de defensa y no aplicaron el in dubio pro reo? Estaban evitando también que se escribiera una columna como esta. 

A fin de cuentas, como dice el propio Ahmed: “Sólo soy un extranjero pobre”.

Este jueves el Supremo ha decidido revisar y anular esa sentencia, no sin que la Fiscalía informara el año pasado de nuevo en contra de que así se hiciera. Sostenella y no enmendalla. El cambio de dirección del informe lo firmó finalmente, hace un par de meses, Javier Zaragoza. La perseverancia de la abogada Celia Carbonell ha conseguido finalmente que, contra viento y marea, Ahmed tenga ese reconocimiento de su inocencia que tan importante era para él, su mujer y sus hijos y que debería serlo para todos nosotros. Para Mounib es demasiado tarde. Sobre la fórmula de Blackstone se asienta todo el derecho penal moderno: “Es mejor que diez personas culpables escapen a que un inocente sufra”. Métanselo en la mollera cuando ajusticien y exijan sentencias ejemplares y se quejen de esta ley “tan garantista”. Métanselo en la mollera porque todo el sistema bascula sobre el principio de que esto no pueda pasarles a ustedes ni a Tommouhi ni a Mounib, y ya ven cómo les fue. Cada paso del procedimiento tiene un sentido. Cada paso que se incumple o pisotea nos acerca más a un desenlace fatal. No los aplaudan y mucho menos los exijan. No den por sentado que todo está hecho desde una detención policial. 

Creer a las víctimas está muy bien, yo lo hago, pero para enviar a un hombre a la cárcel durante media vida hace falta asegurarse de que no se cometen errores terribles. Esa es la base del sistema y no se puede sustituir por ningún eslogan. No me gustaría estar en el pellejo de ninguno de los que dejaron pasar por su lado la injusticia y la dejaron seguir su horrendo camino. Es algo que no te puede abandonar nunca. Ellos, mejor que nadie, deben saberlo. 

Un mal día puede destrozar muchas vidas. No lo olvide nadie que imparta justicia o que colabore a que se haga. No lo olviden en ningún momento, las conciencias después no perdonan. 

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