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La que lo tiene mal de verdad es la derecha

Pablo Casado, presidente del PP.

Carlos Elordi

De la misma manera que era arriesgado dar por hecho que el PSOE y Unidas Podemos pactarían tras el 28 de abril, no es aún seguro que Esquerra se abstenga en la investidura de Pedro Sánchez. Pero parece probable que lo hará. Si eso ocurriera se abriría una nueva etapa de la política española. Que si durara, y no está escrito que no pueda durar, mejoraría bastante la situación actual. Entre otras cosas porque la derecha desempeñaría un papel muy secundario en ella y en ninguna circunstancia, salvo la de una catástrofe, podría imponer nada.

Sobre las razones de Esquerra para hacer posible un gobierno PSOE-Unidas Podemos se ha dicho mucho en las últimas horas. Lo más contundente es que unas terceras elecciones configurarían la situación ideal para una victoria de los partidos que tienen posiciones más extremistas con respecto a la crisis catalana y que eso es lo último que quieren Oriol Junqueras y los suyos. Los impedimentos para dar ese paso también han sido sobradamente expuestos. El que los condensa casi todos es que un apoyo, por indirecto que sea, al nuevo gobierno de Madrid sería un argumento contundente para que los rivales independentistas de Esquerra, con Carles Puigdemont a la cabeza, impidieran su previsto triunfo en las futuras y no muy lejanas elecciones catalanas.

¿Qué va a pesar más? Da la impresión que lo primero y que, por tanto, las conversaciones que están teniendo lugar entre Esquerra y el PSOE, y seguramente también Unidas Podemos aunque de estas no haya noticia, tienen por objeto encontrar la fórmula para que ambas partes queden lo mejor posible ante sus respectivos públicos. Y lo más probable es que esa fórmula no contenga compromisos específicos, sino más bien intenciones. Lo cual tampoco será pequeña cosa.

Por tanto, y si la cosa no se tuerce, el gobierno forjado entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias podría comenzar su andadura antes de final de año. La necesidad habría hecho virtud como nunca había ocurrido desde los tiempos de la transición hacia la democracia. Y con una solución política que tiene bastante mas consistencia que la que parece desprenderse de un pacto en el que participan casi una decena de partidos.

El catastrofismo de la derecha y de su cada vez más indecente, y poderosa, escuadra mediática no ha sido hasta el momento capaz de proporcionar un argumento sólido del porqué ese gobierno habría de durar lo que un pastel a la puerta de un colegio, que es lo que sus exponentes pregonan mañana, tarde y noche.

Porque no se atisba razón de fuste alguna por la que los aliados de este momento, a los que habrá que contentar de modo adecuado por serlo, vayan a bajarse del carro en un horizonte previsible. Satisfacer, aunque sea solo en parte, a tanto socio, y tan reivindicativo de lo suyo, no será tarea fácil. El gobierno de coalición tendrá que trabajar a fondo para ello. Y sin trampas, además. Habrá problemas, sin duda, pero el trabajo de los políticos es resolverlos. Y a no ser que se hagan muy mal las cosas, no parece que ninguno de esos eventuales conflictos vaya a llevar al PNV o los regionalistas -cántabros, gallegos, valencianos, canarios, turolenses- a bajarse del carro y sumarse a una hipotética moción de censura de la derecha.

Lo de que ese será un gobierno Frankenstein es una memez más de la derecha, aunque el inventor del término fuera Alfredo Pérez Rubalcaba. Será, por el contrario, un gobierno de toda la izquierda parlamentaria realmente existente junto con el de casi todas las expresiones políticas del nacionalismo y del regionalismo periféricos. Si Esquerra se abstiene sólo quedaría fuera el tremendismo independentista de Carles Puigdemont, que habrá que ver cuánto tiempo aún puede aguantar en el machito.

Con toda la provisionalidad que se quiera, la izquierda habría logrado algo bastante extraordinario en la caótica política española: tratar de dar un cierto sentido unitario a las muchas tendencias centrífugas que se mueven en España. Puestos a soñar, ese sería un primer paso para reformar, probablemente sin grandes gestos, pero sí con hechos y con acuerdos concretos, un sistema autonómico que hace aguas desde hace demasiado. Es de esperar que el nuevo gobierno esté a la altura de ese reto.

Avanzar en esa dirección no haría más que profundizar la derrota política que la derecha acaba de sufrir y que va más allá del número de escaños que ha conseguido. Sí, conservará algunos gobiernos regionales, y alguno no pequeño como el de Andalucía, pero quedará fuera del meollo de la cuestión, que será la instrumentación de la política territorial.

Con todo, el principal problema de la derecha, y del PP en particular, será el de encontrar la manera de ser una auténtica alternativa a la izquierda, sin la cual toda su oposición al futuro gobierno de coalición se quedará en meros gestos que poco a poco dejarán de influir significativamente en la opinión pública, por dura y permanente que sea, que lo será.

Mientras el panorama político de la derecha esté marcado por una competición abierta entre el PP y un Vox crecido y dispuesto todo el espacio posible al partido de Casado, esa alternativa no será posible. Sobre todo porque las posibilidades electorales de la derecha, en conjunto y del PP en particular, dependen de que sea capaz de hacer una oferta que atraiga al electorado moderado. Esa posibilidad no se ve hoy por parte alguna. Y mientras no se articule la derecha puede armar el follón que quiera. Que no pasará nada. Al menos si el Gobierno no mete la pata.

Además, un mínimo entendimiento entre la izquierda y Esquerra podría ser un primer paso para replantear la crisis catalana sobre bases menos dramáticas. Y eso sí que dejaría descolocada a la derecha. Porque mucha gente, en toda España, podría verlo con buenos ojos. Ojalá.

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