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La maldición de TUR

Una persona ajusta el termostato.

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Ex abundantia cordis loquitur lingua

Estos días tengo una obsesión: no hago sino mirar a los tejados de Madrid por ver si de las chimeneas sale humo. Les adelanto, no sale. Les aclaro, no se han puesto aún las calefacciones, sobre todo las centrales. La temperatura mínima por la noche será hoy de cuatro grados, no está saliendo el sol para calentar los edificios a mediodía y solo depende de la calidad del aislamiento el calor que son capaces de guardar. 'Winter is coming', que ya somos todos de Invernalia.

El Quijote recogía una frase evangélica sobre la tendencia del ser humano a hablar de lo que tiene lleno el corazón. Escribo con una bolsa de agua caliente sobre las piernas, así que, ¿de qué iba a hablarles mi pluma? La batalla del gas es de tal naturaleza que se escapa a nuestro control. No sé cuándo podré calentar mi casa, como no lo saben muchos millones de hogares de las zonas más frías del país. El Gobierno hizo su trabajo –aunque lo podía haber hecho algo mejor–; ahora son las grandes compañías energéticas las que se hacen las locas y los impedimentos burocráticos y la falta de personal y de empresas autorizadas los que nos tienen inmersos en una inmensa bola… de nieve. Empieza a hacer frío, y hará más. El reloj corre contra nosotros por muy concienciados que estemos de nuestra participación como soldados pasivos frente al general invierno.

El Gobierno hizo sus deberes. Costó. Probablemente si no hubiera tardado tanto en aprobar la TUR 4 para comunidades, habría habido más plazo para cumplir los trámites. Afortunadamente se dio cuenta de que no podía dejar a 1,7 millones de hogares imposibilitados para poner la calefacción. No lloremos por el gas derramado ahora. Cuando les digo que imposibilitados, no exagero. Los precios ofrecidos por las gasistas a las comunidades de vecinos multiplicaban por cinco los del año pasado. Eso suponía pagar en muchos casos entre 1.500 y 3.500€ al mes según tamaño de la vivienda, orientación y frío exterior para mantener las mismas condiciones térmicas que otros inviernos. Nadie puede pagar cinco veces más de lo que pagaba anteriormente (bueno, casi nadie… yo, desde luego, no).

Así que tenemos la TUR (Tarifa de Último Recurso), que es la tarifa más económica ahora mismo para todo usuario, individual o colectivo. Leo pasmada que las empresas están cabreadísimas con el Gobierno por esta migración hacia el mercado regulado con precios más asequibles: “El único consuelo de las comercializadoras es que la mayoría de los usuarios son absolutamente desconocedores de que pueden pagar mucho menos”. Hace falta tener cuajo. La cuestión es que esa tarifa solo pueden darla las cuatro comercializadoras de último recurso de las grandes empresas del sector y que para la mayoría de los usuarios está resultando misión imposible. Los consumidores individuales ven cómo no se les coge el teléfono, cómo han hecho desaparecer el indexado de las webs de contratación y todo tipo de tropelías que han llevado a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) a abrirles un expediente informativo para que noten su aliento en el cogote y se corten un pelo. Y es que la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) calcula que en el mercado libre obtenían un beneficio bruto de hasta 332€ por cliente individual y año, mientras que con la TUR apenas sacan 20€ netos. Es lo que tiene esa loca carrera empresarial consistente no solo en tener beneficios sino en tener que ganar cada año más, incluso en los años del general invierno, aunque tu país se muera de frío. No deja de ser un pulso también al propio Gobierno. Tú legislas y yo te pongo la zancadilla. A ver quién gana.

Lo de las comunidades de vecinos es otro mundo con pesadillas propias, como de Álex de la Iglesia. El Gobierno ha aprobado al fin para ellas la TUR 4, pero ha puesto varias condiciones para poder solicitarla. Aquí viene la madre del cordero de muchas familias ahora. La primera condición es estar al corriente de los recibos anteriores; con esto no hay muchos problemas. Otra, tener contadores individuales o instalarlos antes de septiembre del año que viene, mediante aprobación en junta. En las casas más nuevas, los contadores están, pero en las demás están celebrando juntas a toda mecha –supongo que se bajarán la butater–, aunque se temen que no van a llegar y les pueda caer una penalización dado que no hay suficiente mano de obra en las empresas instaladoras para cubrir la demanda y no se comprometen a cumplir el plazo.

Después viene la idea de exigir que estén pasadas las OCA-RITE –sopa de letras que acabo de conocer ahora–, que son las Revisiones de Instalaciones Térmicas de Edificios por Organismos de Control Autorizado. ¡Esto ya está siendo el acabose! Ahí es cuando el vecino ingenuo y aterido descubre que la empresa de mantenimiento de su comunidad no está homologada para emitir esos certificados, que las homologadas no dan abasto y hay lista de espera y, en otros casos, que para pasar la revisión precisa hacer reformas o arreglos en su sala de calderas que tampoco habrá tiempo de realizar antes de que apriete el frío, porque las empresas no tienen piezas ni mano de obra suficiente y la demanda es inmensa. Sin esos papeles, la comercializadora no te da la TUR. Sin TUR, las calderas no se arrancan, porque las comunidades creen con buen criterio que a los precios actuales tendrían que hacer frente a múltiples impagos de vecinos.

¿Era absolutamente necesario cargar con tantas exigencias –que no tiene el consumidor unifamiliar– una tarifa que se aprobó tarde, cuando ya era una emergencia? Me van a decir que hay un Real Decreto y unas normas, pero, a sabiendas de que los inmuebles van con retraso, ¿no se podía dar una moratoria para pasar las inspecciones y, mientras, permitir la contratación? Se trata de que se pueda encender al menos en diciembre, que tampoco es mucho pedir. Son los papeles, las juntas, las revisiones, las reformas y el remoloneo de unas empresas que van a perder las jugosas ganancias de consumidores de más de 50.000 kw/h al año. Nos abocan ¿a Navidad?, ¿a la próxima Filomena en enero?

Ese es el motivo por el que las chimeneas no echan aún humo blanco y no saben cuándo lo podrán echar. Ha habido amigos y compañeros que me han aportado ideas magníficas del tipo comprar ...... (escriba sobre la línea de puntos el aparato eléctrico ¡oh, my God! que se le ocurra. Eléctrico, ya ven). No se cansen: no hay estufas de pellets ni empresas que te las instalen a tiempo. Alguien me comentaba que calienta bolsas de semillas, pero en el microondas. Yo llevo puestos unos calcetines canadienses para la nieve y he comprado bolsas de agua, aunque añoro la hora de pillar el edredón de pluma. Otros recomiendan que, si no contestan las empresas, se mande un burofax para acreditar la fecha de solicitud en caso de pleito. Los administradores de fincas dicen que tengamos paciencia, que parece que estas semanas van a dar altas.

Aunque tengo frío, no cambio un ápice mi posición respecto a lo único que cabe hacer con el ansia expansionista de Rusia. Creo que hacemos lo debido. Lo que considero bochornoso es lo que hacen las grandes compañías energéticas y me parece muy poco operativo el laberinto burocrático en el que están metidas muchas comunidades de vecinos. Ningún vecino puede hacer nada por acelerarlo y eso me enciende. A lo mejor con esto y unos mitones me basta para no perecer ante las teclas en estas mis columnas. A lo peor lo que toca es hacerse una bohemia e irse a escribir a los cafés que ahora están petados de nómadas digitales.

Una maldición, ya les digo.

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