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Lo malo es que la epidemia sigue creciendo

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio, Fernando Simón, interviene en la rueda de prensa convocada para informar de las últimas novedades sobre la situación del Covid-19 en España / Europa Press

Carlos Elordi

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Si en el frente político pueden haber empezado a aparecer algunas luces, en el económico cada día todo es más negro. Pero lo más inquietante es que la evolución de la pandemia no da muestras de que el drama esté cerca de acabar. Cada día nos golpea la cifra de nuevos contagiados, que sigue por encima de los 4.500. Menos que hace una semana, pero todavía muchos. Las medidas de confinamiento y de parálisis de la producción no esencial, que justo ahora debería mostrar sus efectos, no están teniendo un resultado contundente. Y eso debería llevar a concluir que la desescalada no es por ahora más que una hipótesis.

El Gobierno no ha facilitado hasta una explicación convincente de por qué siguen aumentando los nuevos contagios. Seguramente porque no tiene los datos necesarios para hacerlo. Carece de información suficiente para determinar la extensión real de la pandemia y no la obtendrá mientras no haga más tests de los que ha hecho hasta ahora. Que son muchísimos, cerca de 1.300.000, una cifra impensable hace menos de un mes, pero que son insuficientes para saber lo que está pasando. ¿Por qué vías se producen los nuevos contagios? ¿Ocurren dentro de las familias, en los centros de trabajo o en los establecimientos abiertos al público? ¿Ha acabado la sangría en las residencias de mayores? ¿Cuántos de los nuevos contagiados pertenecen al personal sanitario?

No hay interés morboso alguno en esas preguntas. Esas informaciones son necesarias para saber qué peligros aún nos acechan. Y, sobre todo, son fundamentales para decidir en qué momento puede empezar la desescalada y cómo y a qué ritmo esta puede llevarse a cabo. Porque si bien es indudable que una buena parte de la población ha interiorizado la necesidad de tomar medidas de protección, ni esa mayoría debe ser aplastante ni está dicho que esas medidas vayan a ser un valladar infranqueable para el virus. Ni que los ciudadanos vayan a disponer en cantidad suficiente de los medios adecuados para aplicarlas.

En definitiva, que seguimos en la incertidumbre. O, mejor dicho, el Gobierno tiene ante sí una papeleta nada fácil de resolver. Porque la desescalada es una necesidad social cada vez más acuciante. El controvertido permiso para que los niños paseen una hora al día es, sin duda un respiro para ellos y para sus padres. Pero, ¿qué pasa con el resto de la ciudadanía? ¿Hasta cuándo van a seguir encerrados sin que el deterioro físico y psíquico que eso provoca alcance niveles patológicos?

Pero la desescalada es también una condición necesaria para empezar a reactivar la economía. En las previsiones del Banco de España, tomadas con toda la prudencia que exige un análisis que es sobre todo teórico, el descenso del PIB para este año oscila entre el 6% y el 13 % según cuanto dure el confinamiento. Según ese estudio, un día más de encierro supone una pérdida de 12.000 millones de euros, una semana 84.000.

No es fácil decidir qué es lo que conviene hacer cuando de un lado está la salud de miles de ciudadanos y de otro el porvenir de millones y del país mismo. Pero el Gobierno no tiene más remedio que optar. Seguramente por una fórmula que sea intermedia y que en ningún caso estará exenta de riesgos. Es posible que, si hubiera sabido que se iba a ver en esas, más de uno de los ministros que fueron nombrados hace sólo unas pocas semanas habría buscado la manera de esquivar el compromiso. Ahora no tiene más remedio que asumirlo hasta su última consecuencia, aunque en ello se vaya a dejar la piel, y quién sabe si también su carrera política.

Es tan obvio lo anterior, que resulta aún más incomprensible la actitud de la derecha en el debate político sobre la pandemia y la actuación del Gobierno frente a la misma. Sólo alguien cuyo fanatismo o sectarismo anti-izquierdas le impida entender lo que está pasando puede apoyar las posiciones de Pablo Casado y de Santiago Abascal. Y es de suponer que no pocos votantes de esos partidos no están en esas actitudes o se han ido alejando de ellas a medida que la pandemia ha hecho estragos.

Por mucho que José María Aznar, el gurú menos consistente y más mediocre de la reciente historia política española, diga que el de la descalificación, el insulto y la mentira es el camino a seguir, la actual dirección del PP corre el riesgo de quedarse aislada en el aire, incluso dentro de su propio partido, y Vox puede terminar siendo un fenómeno esotérico, aun cuando conserve un cierto apoyo popular.

La voluntad de entendimiento con los socialistas que en las últimas horas han mostrado algunos presidentes autonómicos del Partido Popular, y particularmente el de Andalucía, Juanma Moreno, podrían sugerir que un cambio se está produciendo dentro del PP. Moreno acepta la idea de un pacto para hacer frente al drama económico, puede que también lo haga Feijóo. Porque los socialistas se lo han ofrecido motu proprio y puede también porque crean que la posición oficial del PP es insostenible. Habrá que ver como lidia ese toro el cada vez más estólido Pablo Casado.

En unas cuantas horas se sabrá cómo ha terminado la cumbre europea. Serán noticias trascendentales. Dicen que Sánchez ha sacado tiempo para empeñarse a fondo en la tarea de conseguir que sean las mejores para los intereses de España.

Pero por muy buenas que sean, el reto de la economía seguirá estando dentro de nuestras fronteras. Un acuerdo de fondo con la oposición, sobre todo con la derecha, pero no sólo, sería un instrumento muy importante para hacerle frente. Porque pondría en manos del gobierno instrumentos necesarios para actuar y porque transmitiría a los operadores económicos, grandes y pequeños, y sociales un mensaje que les animaría a dar pasos y a asumir sacrificios.

A lo mejor no todo está perdido en este terreno, como parecía sólo hace unos días. Habrá que esperar a ver qué ocurre, sobre todo en el interior del PP. Y habrá que cruzar los dedos para que las estadísticas de la pandemia empiecen a mejorar de verdad. Porque de ellas depende casi todo lo demás.

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