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Maternidades cuir

La maternidad no es de color de rosa, sino de muchos colores

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Recuerdo en una cena de escritores, una autora, que contó que tenía un hijo adoptado, me preguntó por nuestra polifamilia y yo le conté entre otras cosas de la existencia del pequeño hijo del trío. Ella, heterosexual y española, no pudo evitar emitir una extraña pregunta o murmuración algo sorprendida pero sentenciosa: “... Ahh, entonces tú lo ves también como hijo tuyo...” Me alucinó que a una persona que tiene un hijo adoptado se le escapara una frase así, tan poco delicada, teniendo en cuenta que yo llevaba buen rato hablando de lo que había sido nuestro triple deseo y proyecto de mapaternar juntos. Y también que yo podría haber sido igual de desconsiderada con su sensibilidad materna y haberle hecho la misma pregunta. 

Suele pasar que lo conocido y lo propio se percibe como lo único válido, mientras desde la ignorancia, la falta de empatía, a veces desde las fobias, el clasismo o el racismo, las opciones y decisiones, incluso las vidas y las experiencias de las otras se valoran como raras y desconcertantes, sobre todo si estas rompen con los estereotipos y cierta idea de lo clásico y lo moderno, pero mal entendidos. Por eso, arrancar las etiquetas de las manos del insulto para convertirlas en identidad y orgullo ha sido una de las estrategias políticas de comunidades como la cuir. 

Dicen las editoras, Gracia Trujillo y Eva Abril, que la colección de ensayos que han titulado Maternidades cuir (Berkana, 2020) podría haberse llamado también “Queerizando la maternidad”. Las páginas de ese libro, las experiencias maternas y plurales ahí volcadas, pueden ser explicadas con ese neoverbo: “queerizar”, “de torcer, de tortillear, de atravesar, redefinir, cuestionar”. Quizá esos gestos de desviar los caminos rectos, desmontar los monolitos y subvertir el orden que las excluye, que están en el corazón de este tipo de resistencias, sea lo que tiene a tanta gente nerviosa, atizando el miedo y la propaganda. 

Incluir la palabra queer en el título de un libro en este preciso momento puede ser la peor o la mejor idea del mundo, ahora que vuelven a enarbolarse esencialismos como “mujer de verdad”, “madre de verdad”, “familia de verdad”, para expulsar a comunidades enteras del feminismo y no dejarles avanzar en la conquista de sus derechos, ahora que se ha dado un paso atrás en la inclusión. En este libro se comparten voces de mujeres, madres cis y trans, madres heterodisidentes, madres no monógamas, madres racializadas, madres pobres y madres putas, sus deseos, sus afectos y sus dolores, encarnadas en vivencias muy distintas, desde la salida del armario para ser visibles en sus entornos hasta directamente temer que el sistema migratorio las criminalice y arrebate a sus hijos. 

Este no es un libro de teoría queer, es un libro de práctica queer. Y si lo prefieres puedes cambiar la palabra queer por disidencia o supervivencia. Lo mismo da. Como escribió Nuria Alabao en su más reciente artículo, la teoría queer es lo de menos. Las teorías no importan cuando de lo que hablamos es de madres reales, de familias reales, de niñes y jóvenes reales, de mujeres reales. Nuestra existencia es política pero no por intentar perpetuar ninguna ideología sino solo por vivir, por existir. Y seguiremos existiendo digan lo que digan los de Vox, los de Hazte oír o las que no dejan de repetir que detrás de cada mujer trans podría haber un violador agazapado. 

Vemos con horror que un contexto de precariedad como este que emerge tras la pandemia y cuando deberíamos estar preocupándonos por el destino de las nuestras, en lugar de confluir las luchas aliadas se van alejando entre sí, sin reconocer al verdadero enemigo y sin saber absolutamente nada de la experiencia real de las personas detrás de las discrepancias. Ojalá este libro fuera una oportunidad para que se asomaran a las vidas raras y desconcertantes de las otras que solo están pidiendo cuidado y respeto.

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