El otro medallero
Los Juegos Olímpicos son más que unas justas deportivas. Por mucho que se les pretenda sublimar apelando a los ideales excelsos del barón de Coubertin, el evento ha sido desde sus inicios terreno de exaltación patriótica y escenario de confrontación y propaganda de los proyectos nacionales e ideológicos más potentes del momento. Quizá ya sucedía así en los juegos de la Grecia antigua, cuya historia estuvo dominada durante mucho tiempo por la rivalidad entre la progre Atenas y la castrense Esparta; con toda seguridad ocurre desde el nacimiento en 1896 de los juegos modernos. Baste recordar cómo Adolfo Hitler utilizó las olimpiadas de 1936 para lanzar un mensaje al mundo sobre el poderío de la Alemania nazi. O cómo Estados Unidos y la Unión Soviética convirtieron el evento en una enloquecida medición de fuerzas entre el capitalismo y el comunismo a lo largo de la Guerra Fría.
Lo vemos también ahora en esta nueva Guerra Fría en la que estamos inmersos, que enfrenta a Estados Unidos y China, ante la cual la otra habrá resultado un juego de niños. No hay más que observar el medallero olímpico para entender cómo han cambiado las cosas desde la desintegración de la URSS y del bloque soviético, que deslumbraron en su día con prodigios como la rusa Larisa Latynina o la rumana Nadia Comaneci, quien fue debidamente condecorada por el dictador Ceaucescu como “héroe del trabajo socialista”. Ahora el desafío viene de Beijing, y así lo han entendido correctamente los grandes medios estadounidenses, con The New York Times a la cabeza, que en su reporte diario de resultados están dando prelación al número de medallas totales por país, listado que encabeza EEUU, y no al de las preseas de oro, ránking utilizado oficialmente el Comité Olímpico Internacional y que en este momento lidera China. Al cierre de la jornada del miércoles, el gigante asiático acumulaba 70 medallas, 32 de ellas de oro, mientras que EEUU sumaba 79 en total y 25 de oro.
EEUU y China son, en ese orden, los países con mayor PIB del planeta -22,6 y 16,6 billones de dólares, respectivamente- y el tercero y primero en población, con 334,3 y 1.416,6 millones de habitantes. Son, de lejos, las naciones más potentes del mundo. Las que les siguen en la vanguardia del medallero -Japón, Reino Unido, Australia, Rusia. Alemania, Francia- tienen también un PIB inmenso y, salvo Australia, todas superan los 65 millones de habitantes. El medallero es, pues, como la sociedad misma: hay una élite formada por los ricos y fuertes, que invierte sumas fabulosas en la formación de sus deportistas y fomenta desde la infancia la práctica de un abanico interminable de disciplinas deportivas, y unas clases media y baja integradas por el resto de países, muchos de los cuales centran sus esfuerzos en un par de deportes populares que requieren, a lo sumo, un par de zapatillas (el maratonista etíope Abebe Bikilia corría descalzo) y estallan en júbilo patriótico si alguno de sus atletas consigue una medalla, así sea una modesta aleación de cobre y estaño.
Ahora bien: hay otra forma de medir la riqueza de los países, que consiste en dividir el PIB entre su número de habitantes, si lo que se quiere es tener cierta idea sobre el reparto de los recursos y la calidad de vida de la población. Digo que cierta idea, porque conocer la distribución real exige unos cálculos más detallados que una simple, y a veces engañosa, división aritmética. Resulta entonces que los cinco en cabeza ya no son EEUU, China, Japón, Alemania y Reino Unido, sino Luxemburgo, Singapur, Irlanda, Catar y Suiza. Sin entrar en debates sobre la catadura de algunos de estos países, ¿qué pasaría si el medallero olímpico se elaborara siguiendo el mismo criterio, es decir, no por la cantidad de medallas obtenidas por cada país, sino por la relación de estas con el tamaño de su población?
Un ránking de medallas de oro por millón de habitantes arroja este resultado para los doce primeros lugares: Bermudas (15), Bahamas (2,5) Nueva Zelanda (1,16), Kosovo (1,12), Eslovenia (0,94), Catar (0,79), Jamaica (0,73), Australia (0,57), Georgia (0,53), Cuba (0,44), Hungría (0,41) y Noruega (0,37). Muy atrás quedan China, con 0,02, y EEUU, con 0,07. Si hacemos el cálculo del número total de medallas (oro, plata y bronce) por millón de habitantes, el escenario no es demasiado distinto: Bermudas, Bahamas, Nueva Zelanda, Eslovenia, Georgia, Jamaica, Kosovo, Australia, Holanda, Dinamarca y Cuba. Un caso digno de estudio es la extraordinaria productividad de la delegación de Bermudas, que con solo 2 participantes en los juegos ha obtenido una medalla de oro. Para conseguir semejante rendimiento, los 626 deportistas estadounidenses y los 413 chinos deberían llevar 313 y 206 medallas, no 25 y 32. También cabe destacar la delegación de Kosovo, que con 11 deportistas ha logrado dos medallas de oro. Si estuviésemos en los años 70, seguramente el mariscal Tito habría condecorado a los esforzados kosovares como “héroes del trabajo socialista”.
Los países que lideran el ránking de medallas per cápita son muy diferentes entre sí, tanto en el aspecto político como en el económico. El PIB de Nueva Zelanda triplica el de Kosovo. La población de Australia multiplica por 12 la de Eslovenia. Habría que analizar, entre muchos factores, si sus éxitos en los juegos obedecen a proezas individuales coyunturales o si son fruto del desarrollo de políticas de Estado en materia deportiva. Ese análisis se lo dejo a los expertos. A mí me basta, por el momento, con dejar constancia de que existe un medallero que no encabezan inexorablemente los más poderosos y que permite márgenes más amplios para la sorpresa. Solo queda soñar con que el COI asuma oficialmente el Medallero Olímpico Per Cápita y que China y EEUU se vayan a hacer puñetas con sus batallitas.
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